POR JOSÉ ORTIZ GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE MONTORO (CÓRDOBA)
Son muchas las bellas estampas que quedan, casi de forma fosilizada, dentro del urbanismo patrimonial que luce Montoro. Una de ellas es el poyato de San Jacinto donde aún se conserva su Capilla para el emplazamiento del Museo Antonio Rodríguez Luna.
Esta fue levantada en 1602 por el escribano público Diego de Valenzuela, con el objeto de poder sacralizar la salida o entrada al pueblo desde la puerta de la Muralla que se encontraba en este lugar, y de ahí que se halla conservado hasta nuestros días el topónimo de “El Portichuelo”.
Esta pequeña capilla levantada en honor del obispo polaco, resguardaba en su interior una cofradía que hoy en nuestros días, donde la muerte se oculta en tanatorios y hospitales, se dedicaba a recoger y enterrar a persona pobres y sin recursos que morían sin amparo de ninguna clase.
Esta hermandad llamada de la Misericordia era muy reverenciada en la localidad hasta el punto que, ante la misma puerta de la capilla, se detenía cada imagen de Semana Santa o de cualquier cofradía de gloria a rendir respetos, y de ahí que Padre Jesús se detenga cada Viernes Santo en su primer rayo de sol (horario solar).
De la misma forma el Misserere ante el Descendimiento, abrazo apostolar, baile de los ángeles (desparecido) o representación del pelícano (desaparecido) se diera cita ante este lugar.
En 1778 gracias a otro escribano se vuelven a realizar obras del inmueble ya que se encontraba en estado deplorable. Es en este momento cuando se amplía la ermita con una cúpula de bello acabado dedicada al rezo del Santo Rosario, sin encontrar en la misma ninguna alusión a la Pasión de Cristo. Siendo la fachada de piedra molinaza perteneciente a esta reforma de gran calado arquitectónico.
Después de la guerra, la ermita queda desacralizada empleándose como cuartel general de falange, sede de policía local, Biblioteca Pública y finalmente Museo de la obra pictórica del montoreño exiliado en México, Antonio Rodríguez Luna.