POR JOSÉ ORTIZ GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE MONTORO (CÓRDOBA)

Dentro de las imágenes que el Archivo de Diputación de Córdoba contiene se muestran varios retablos de las iglesias de Montoro, donde uno de ellos retrata la imagen del Cristo de las Penas en los años sesenta, hace más de cincuenta años.

Aunque muchas personas pensarán que esta imagen ha estado siempre en este lugar, hemos de decir que a partir de las obras de remodelación del templo en torno a 1963-1964 hasta la restauración del retablo mayor de la Parroquia en torno a 2009, esta ancestral imagen ocupó el lugar del manifestador en el mismo. Su catedra la ocuparon desde entonces diferentes imágenes como San Pedro, Icono del Perpetuo Socorro y Sagrado Corazón de Jesús entre otras.

La historia de este retablo tiene que ver con el exorno del templo por los carmelitas en el siglo XVIII, y concretamente cuando don Juan Benítez rogó encarecidamente en 1783 a los religiosos que componían la comunidad de carmelitas descalzos de Montoro, que le tramitasen la cesión de esta capilla en virtud a los grandes servicios que éste y sus antecesores habían prestado al templo, y en particular a esta imagen. Según parece esta propuesta fue bien avenida por la congregación no si antes reclamarle el cumplimiento de ciertas promesas que éste pretendía llevar a cabo en la iglesia si se admitía su imploraron. Pero, ¿En qué consistían las mismas?

La primera de ellas trataba de la realización de un retablo dorado en madera para dicha iglesia, pues el relativo al Cristo de la Salud se encontraba terminado en la fecha del acuerdo. Por este motivo se obligó a sufragar otro para el hueco donde se servía la imagen de Nuestra Señora de la Luz, y que en la actualidad ocupa el Niño Jesús de Praga.

La segunda era la de facilitar en todo lo posible la iluminación de este altar y la donación de una lámpara de plata para el mismo, corriendo todos los gastos de aceite y cera a perpetuidad de los bienes del referido don Juan Benítez y de sus sucesores.

No obstante toda esta serie de obligaciones conllevaban una serie de privilegios, entre los que se encontraba el emplazamiento de su sepultura y la de sus herederos ante la capilla del Crucificado, la construcción de un altar de repisa y la colocación su escudo de armas embutido en el mismo. Sin embargo los religiosos no le permitían que la losa sepulcral tuviese relieve alguno que sobresaliera de la misma con objeto de evitar malentendidos entre las personalidades más influyentes de la villa. Podemos afirmar que en 1795 este túmulo se encontraba finalizado bajo el altar de esta imagen, pues en este mismo año don Juan Benítez de Lara redactó su testamento donde disponía que su cuerpo fuese sepultado en uno de los nichos de la bóveda y capilla que nominaban del Santísimo Cristo de la Salud que había fabricado a sus expensas.

Del mismo modo los carmelitas permitieron la celebración de misas, sermones y otras ceremonias religiosas ante el altar del Cristo de la Salud. Sin embargo el patrono no transigió en que la imagen fuese descolgada de su retablo si no era para alguna procesión o función de culto, que una vez transcurrida tenía que volver a depositarse en su capilla sin demora alguna por parte de los que la hubiesen utilizado.

A modo de anécdota diremos que cuando Montoro se vio asediado por las tropas del General Víctor en 1809, una de las iglesias que sufrieron mayor saqueo fue la del Carmen. Aunque no contamos las pérdidas que en el templo mayor de San Bartolomé sucedieron, diremos que una de las piezas de plata que robaron los franceses fueron las potencias y corona de espinas en plata que la familia Benítez y Lara regalaron al Señor en la segunda mitad del XVIII.