POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Un día decidí recorrer el sendero sinuoso de la vida y me lancé a la conquista de lo desconocido. Estando en “esa” encrucijada del camino, tomé la decisión de lanzarme en su búsqueda y no esperar a “verlas venir”.
En esos momentos, me planteé ver en cada dificultad que se me presentaba, como una oportunidad de encontrar soluciones. Como consecuencia, cuando atisbaba algún rayo de luz que me abría los caminos, sentía una gran satisfacción; me sentía feliz.
Los inconvenientes eran múltiples, y a veces, insalvables. Estos contratiempos me surgían por doquier y, tras un momento de sosiego, llegué a la conclusión de que el único rival que tenía eran mis propias debilidades y qué, en ellas, está la única y mejor forma de superarnos. Aquel día dejé de temer a perder y comencé a temer a no ganar. En esos momentos hice un gran descubrimiento: «Me di cuenta de que yo no era el mejor y qué, quizá, nunca lo había sido».
En esa tesitura, me dejó de importar quien fuera el ganador o el perdedor. En estos momentos me confortaba, sencillamente, saberme mejor que ayer. Sí, de las enseñanzas de la vida aprendí que lo difícil no era llegar el primero a la cima sino «jamás dejar de subir».
Durante la travesía, como el “llanero solitario”, hice múltiples reflexiones y, entre ellas, aprendí que el mejor triunfo que puedo obtener uno, es poder llamarle a alguien «amigo». Sin lugar a dudas descubrí que el amor es mucho más que un simple estado de enamoramiento.
Aquel día aprendí a dejar de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y centrarme en la luz que iluminaba el presente. Sin lugar a dudas tuve consciencia de que nada sirve ser una luminaria si no sirve para iluminar el camino de los demás.
Aquél día decidí cambiar muchas cosas. Aquél día aprendí que los sueños solo sirven si se pueden hacerse realidad. Por eso, desde aquél día, no me duermo para descansar; ahora, simplemente duermo para soñar.
Desde el mirador de mi atalaya, en donde reina el silencio, saco la conclusión de qué, el éxito, solo es tal, si te hace vivir en armonía…El resto es una feliz consecuencia.