POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Después de un largo, caluroso y seco verano, hemos disfrutado de medio otoño con unas temperaturas más que agradables, casi veraniegas, de paseos y terrazas.
Pero súbitamente bajaron bastantes grados, como dicen de este nuestro clima, «nueve meses de invierno y tres de infierno»… pero yo no creo que sea para tanto, aunque, eso sí, casi no tenemos primavera… ya ves, se hielas las flores de los frutales y las pocas que quedan, pocos días después, se agostan de un golpe de calor… por eso unos años se doblan las ramas de los frutales, del peso, y otras no vemos ni un fruto.
Una prueba de este tiempo cambiante y diferente ha sido este puente de todos los santos, casi veraniego, que la verdad, no pegaban las flores del uno de noviembre con esas temperaturas y sin embargo, dos días después hubo que sacar los chubasqueros.
Es curioso, hace justo tres años fue igualito. Recordemos que se inauguraron las Edades del Hombre con lluvia y más que fresco, pero no volvió a llover en cinco meses salvo una pequeña tormenta de verano aislada, y se cerraron a principios de noviembre con lluvia… como este año!!! Igualito.
Y este puente, casi un acueducto, largo y de buen tiempo, lo hemos disfrutado intensamente. Ha dado lugar para cumplir con la tradición, flores y visita al cementerio a recordar y rezar por nuestros seres queridos que ya no están. En la tradicional misa del cementerio, había muchísima gente, como pocos años…
Pero también ha dado tiempo para el turismo, para salir y visitar sitios y cosas. Y eso se ha notado en nuestras calles y plazas, las comerciales y las del centro histórico y monumental. Daba gloria ver el trajín del público.
Otro aspecto destacable, porque estamos en un mundo rural, han sido los afanes de nuestros agricultores, frenéticos. Sacando patatas, y ya remolacha, arando los barbechos o las tierras de doble hoja, sembrando los cereales de otoño, con prisas y casi sin descanso, porque ya nos amenazaban con temporales, y luego pasa lo que pasa, que no se puede entrar en las tierras durante mucho tiempo. Y efectivamente, con las primeras lluvias, ya están las primeras siembras verdeando después de los amarillos y ocres del verano seco, tonos de nuestra meseta que enamoran a muchos. Tierras pardas, rastrojeras amarillentas y marrones de sombras…
Yo tengo ante mí un paisaje en el que diviso las lomas del saliente, hacia San Cristóbal de la Vega y Montuenga, las primeras tierras segovianas vistas desde el mirador del Adaja, con las riberas del Adaja en primer término que ya tienen esos tonos dorados de otoño y están perdiendo sus hojas por momentos, porque habían aguantado bastante.
Pero, fíjense amigos lectores, los que no somos agricultores, que apenas tenemos un poco de tierra en unos tiestos, estos días miramos al cielo tanto como ellos, porque la temporada de «nícalos» este año peligra. Ha empezado a llover tarde y así, cuando comiencen a salir puede que los fríos no les deje completar su ciclo vital, y otro año que nos quedamos con las ganas… Verán, ya sé que el nombre correcto es otro, por eso las comillas porque aquí, de toda la vida los hemos llamado así, haciendo ostentación de un localismo, cosa que por otra parte está de moda.
Bueno, aún no es tarde, siempre y cuando estas primeras heladas no hayan profundizado mucho entre los pinares y la capa de tamujas, que aún recuerdo algunas navidades paseando nuestros pinares gozando con este fruto del pinar.
Me gusta cogerlos y pasearlos en el pinar, me gusta lavarlos cuidadosamente para que no tengan tierra y me gusta comerles, de cualquier forma y manera, porque son un manjar de temporada. Pero si no cambia, nos daremos por despedidos de esta cosecha otoñal que nos incita a salir de paseo. Bueno, que me he enrollado con esto del tiempo y esto no da para más…