POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Al echar mano del diccionario, en muchas ocasiones nos encontramos con sorpresas, hasta el punto de que definiciones que localizamos en el vetusto de ‘Autoridades’ de 1726, se ven alteradas debido a los cambios que inevitablemente ocasionan el transcurso del tiempo y la modernidad. Así, en aquél del primer tercio del siglo XVIII, si buscamos el significado de burbuja, encontraremos que se trata de «la ampolla o campanilla que se forma en el agua cuando llueve o por otras causas». Sin embargo, al día de hoy, se nos dice que es un pequeño cuerpo esférico de aire u otro gas que se forma en el interior de un líquido y sale al exterior. Efectivamente, nuestros antepasados quedarían perplejos al sumergirse en ese concepto que cae de lleno dentro de la Física. Ahora bien, se quedarían aún más, si hubieran podido escuchar a Juan Luis Guerra cuando canta aquello de que «quisiera ser un pez/ para tocar mi nariz tu pecera/ y hacer burbujas de amor por dondequiera./ ¡Oh! Pasar la noche en vela mojado en ti». Y, todavía más, los personajes del XVIII, se sorprenderían del sentido figurado que a la palabra burbuja da la RAE, de que «los poderosos viven una burbuja de impunidad», pero no se verían turbados al comprobar que, también entonces se daba dicho abuso entre aquellos que gozaban del poder.
Al final, la burbuja se podrá definir o ver de unas u otras formas, de tal manera que aquellos que se dedican a hacer burbujas diríamos que ‘burbujean’. De esto hemos sabido mucho, y aún colea en lo que se dio por llamar la especulación en el mercado de bienes inmuebles en España, más cotidianamente como ‘la burbuja inmobiliaria’, que cuando explotó, trajo consigo la crisis, las nacionalizaciones y fusiones de entidades bancarias, y lo que fue peor, los desahucios. Pero que yo sepa, en la época en que hablábamos del ‘Diccionario de Autoridades’ eso probablemente no acaecía, ya que todo quedaba bien sujeto para evitar, el impago y la especulación. Así, el 4 de enero de 1755, fray Joseph Molina, religioso del convento de San Agustín de nuestra ciudad, con la anuencia del padre lector jubilado, fray Joseph García, prior de dicho convento, así como el maestro carpintero Salvador Martí y el maestro cerrajero Joseph Gironés, reconocían haber recibido de Francisco Boil Arenas, canónigo de la Santa Iglesia Metropolitana de Valencia, por manos del canónigo de la catedral oriolana, Francisco Antonio Riso y de su hermano Vicente, la cantidad de 628 libras, 6 sueldos, 8 dineros por el importe de la obra de la casa que le habían construido en la hacienda conocida como Barracas del Marqués, propiedad del citado canónigo Boil. De esta cantidad, correspondían al fraile agustino 479 libras por trabajos y materiales de albañilería; al carpintero Martí 104 libras por su trabajo y la madera, y al cerrajero Gironés, 45 libras, 6 sueldos, 9 dineros por el hierro y las hechuras. Tanto al carpintero como al cerrajero los encontramos trabajando en la Capilla de la Comunión de la iglesia de Santiago Apóstol, así como al segundo de ellos, también en las lámparas de la Capilla de la Comunión de la Catedral y en la ante aula capitular de la misma. Sin embargo del agustino no he localizado ninguna referencia, aunque era frecuente encontrar a algunos miembros de órdenes religiosas dedicados a la construcción, tal como es el ejemplo del carmelita Joaquín Hernández, o del trinitario Francisco García Reimundo.
Por la ubicación de la casa hemos de suponer que se trataría de una vivienda de cierta envergadura en la huerta, ya que por la descripción de las diferentes partidas comprobamos la cantidad de materiales de albañilería que se emplearon. Concretamente fueron necesarias 483 ‘caretas’ de piedra que importaron 48 libras 6 sueldos; cinco mil ladrillos de a 30 reales el millar, lo que equivalía a 15 libras; cuatro mil quinientas tejas a 50 reales cada mil, lo que ascendía a 22 libras 10 sueldos; mil losetas, que importaron 5 libras. La casa en cuestión disponía de tres habitaciones, siete ventanas de 6 palmos y medio de alto y 4 palmos y medio de ancho, y una ventana pequeña. La puerta de acceso desde la calle tenía las siguientes dimensiones: 12 palmos de alto y 8 palmos y medio de ancha, lo que equivale aproximadamente a 2,72×1,93 metros.
Para la fabricación de herrajes, incluyendo cuatro rejas y demás accesorios para las puertas y ventanas se empleó 3 quintales 19 libras de hierro, que estaban tasadas a 63 reales el quintal, lo que se valoró en 20 libras 2 sueldos 5 dineros. Asimismo se precisó de otros materiales como cañas y madera. También fue necesario retirar la ‘ruina’ de la obra vieja, en lo que se invirtió 6 libras.
De esta forma, previa firma de la carta de pago ante el notario Bautista Alemán, teniendo como testigos al labrador Joseph Quesada, al jornalero Joseph Ximénez y a Joseph Meléndez, todos ellos vecinos de Orihuela; el fraile agustino, el carpintero y el cerrajero dieron por recibidas las cantidades estipuladas por su trabajo y materiales. Así, todo quedaba atado, evitando improvisaciones y posibles burbujeos, ya que por parte del canónigo de la Metropolitana valenciana no se arriesgaba a empresa inmobiliaria, aunque fuera en la huerta, echando mano de créditos, ya que es de suponer que su peculio se lo permitía.
Fuente: http://www.laverdad.es/