POR CARMEN RUIZ-TILVE, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO
A lo largo de la historia, aquí y en todas partes, el fuego se encargó de borrar huellas, datos y formas de vida, y eso sigue, porque cada poco leemos noticias de fuegos devastadores, con mucho combustible que quemar.
Incendio por excelencia aquí fue el de 1521, en la Nochebuena, y cabe imaginar el caserío ardiente, encerrado en sus muros, con todas las casas en llamas y hasta el maderamen de las obras de la torre de la Catedral lamido por las lenguas de fuego. El cronista Carballo, efectista en su prosa, nada dice de muertos, que es de temer que fuesen muchos. De aquella noche de Navidad surgieron un tiempo nuevo, el Renacimiento ovetense, y una reforma urbanística que quiso evitar, en lo posible, que no era mucho, el abigarramiento del caserío, la cercanía entre los aleros y el exceso de madera en las edificaciones.
De aquel fuego, 492 años después, no queda nada, ni el rescoldo, pero de vez en cuando bien estaría quemar trastos, ideas y rencores viejos, como se hace en tantas fiestas populares, para que en la ciudad reinen el orden y el concierto y el buen ánimo colectivo para afrontar lo que venga, que esperamos bonancible. Y hablando de fuegos, andan ahora por muchas terrazas unos fuegos enjaulados para calentar a los que se arriesgan en la intemperie, lo que da un aire europeo a las calles. A la vez, por zonas, alumbran la noche los fuegos de la Navidad, luces de colores que alegran lo oscuro, con especial protagonismo en la calle de Uría, que parece más larga con las cruces y los angelotes heráldicos.
Se acaba el año, y, con él, los Pliegos de 2013.
Fuente: http://www.lne.es/