POR MARÍA ESPERANZA MORÓN, CRONISTA OFICIAL DE POZUELO DE ALARCÓN (MADRID)
Este año, se cumple el ochenta aniversario del comienzo de la pasada guerra civil y debemos hacer un recordatorio a los hombres, mujeres y niños de esta ciudad que vivieron unos tristes y lamentables sucesos.
Al estallar la guerra, el 18 de julio de 1936, el pueblo se encontraba totalmente ocupado, no solo por la población fija, también por los veraneantes que habitualmente pasaban los meses de estío en este municipio. Po¬zuelo de Alarcón, en los años treinta del pasado siglo, era un pueblecito de unos 4.000 habitantes y en el verano esta población aumentaba considerablemente al ocuparse los “hoteles” de las colonias de La Paz, La Cabaña, San José y Los Ángeles, con vecinos de Madrid que pasaban aquí los meses de verano. También el núcleo de La Estación, con una pequeña población fija, aumentaba con los ocupantes de los chalets. Al coincidir con el mes de julio el estallido de la guerra, todas las casas de las colonias y de veraneo, estaban ocupadas. La mayor parte de esta población volvió a sus casas de Madrid por distintos motivos, unos voluntariamente y otros obligados por los acontecimientos, al ocupar puestos relevantes en el Ejército o en Organismos Oficiales.
En los meses sucesivos a Julio, la población fija continuó en sus casas, pero ante la proximidad de los combates, la gente que se había resistido a salir en un principio, se vieron obligados hacerlo, cuando el 28 de no¬viembre de 1936, se les da la or¬den de evacuar obligatoriamente el pueblo a todos los que permanecieran en él. Salieron llevando a sus espaldas lo que pudieron cargar en sacos y maletas. A pesar de esto, algunas familias se resistieron a abandonarlo y se escondieron en pozos y cuevas de sus casas, hasta que los militares los descubrían y les obligaban a irse.
Los pocos que tenían familiares residiendo en la capital se fueron con ellos, pero el resto se dirigieron hacia los pueblos de la sierra madrileña, Las Rozas, Torrelodones, Miraflores de la Sierra, Guadalix… y otros, hacia localidades de las provincias de Toledo y Segovia. Allí estuvieron tres años, viviendo de la caridad de los vecinos de esos pueblos. Comieron las “mondas” de patatas, hierbas que recogían del campo y, de vez en cuando, algo de carne de caza que ellos mismos conseguían, o lo que buenamente les dieran los habitantes de esos pueblos, de lo poco que ellos tenían. Varias personas mayores, ya debilitadas por su edad y enfermas, no resistieron estas carencias y murieron en estas localidades. Algunas mujeres tuvieron hijos en estos años, y los inscribieron en los registros civiles de estos lugares, aunque cuando sus padres regresaron a Pozuelo, en el padrón de 1940, primero que se hizo después de la guerra, muchos les pusieron como lugar de nacimiento Pozuelo de Alarcón, reflejando el lugar donde para ellos, debían haber nacido.
En marzo de 1939, ante el inminente final de la guerra, algunos hombres de los desplazados, empezaron a venir al pueblo para ver en qué condiciones se encontraba éste y sus hogares, regresando e informando a sus familiares cual era la situación. El panorama era desolador, todo estaba destruido, no se reconocía el trazado de las calles por estar llenas de escombros, había crecido medio metro de hierba, y una invasión de conejos corría libremente por ellas. A primeros de abril y ya proclamado oficialmente el final de la guerra, las familias empezaron a regresar. Se encontraron con la mayoría de las casas derrumbadas y saqueadas, las puertas y ventanas arrancadas para calentarse los soldados. Algunas de las más grandes, habían sido utilizadas como cuartel general de los mandos de uno u otro ejército. Al salir, la población habían dejado todo lo que poseían y hasta la mesa puesta, como relataba una señora, que al volver la encontró como la había dejado “aunque cubierta de polvo y cascotes”.
El 21 de abril, el General Jefe del Primer Cuerpo del Ejército nombró una Junta Gestora Provisional, para establecer el orden y control, siendo nombrado como primer gestor, Pedro Antonio Cornago, médico que había ejercido su profesión en el municipio desde 1932, junto a otras cuatro personas. Esta Junta empezó a organizarlo y lo primero que hizo fue limpiar las calles de escombros, para lo que el 17 de junio pidió al Instituto Geográfico y Estadístico un plano de Pozuelo de Alarcón para ver el trazado de las calles. Rehabilitaron sus casas como pudieron con los materiales del derrumbe de otros edificios. Muy pocas estaban en condiciones de ser habitadas, agrupándose en ocasiones en cuadras y establos porque en éstos se habían mantenido mejor el tejado y las cuatro paredes. Ante la escasez de viviendas medianamente habitables, se agruparon varias familias bajo el mismo techo, a veces sin ningún vínculo familiar. Con los pocos enseres que recuperaron de entre las ruinas, trataron de volver a una vida lo más próxima a la normalidad. Sobrevivieron sin luz, y con agua de la fuente de La Poza o manantiales y pozos, desde donde tenían que acarrearla hasta sus hogares, con las pocas vasijas que tenían.
La pequeña industria que había antes de la guerra, estaba destruida, centrada sobre todo en la fabricación de curtidos, alguna cerámica, una de chocolate, jabón, etc., y los campos de cultivos sin producción. La población quedó reducida a la mitad, registrándose 2.630 habitantes en el mes de julio de 1939, aunque como declararon las autoridades “esta cifra no es constante, porque la población fluctúa diariamente debido a las malas condiciones de destrozo del pueblo” -el padrón municipal de 1940, refleja una población de 2.425 habitantes-.
Muchas familias, al ver esta situación no quisieron vivir en estas condiciones. Los que tenían familiares en otros lugares se fueron con ellos, otros rehicieron su vida en distintos pueblos o ciudades que se encontraban en mejor situación, pero la mayoría de los que habían nacido aquí, tenían sus casas, sus bienes y propiedades, decidieron quedarse y levantar otra vez el pueblo.
Para empezar a activar el campo, pidieron semillas, animales de tiro y aparejos al Instituto Agrario, pero muy pocos fueron los que llegaron, teniendo que cultivar con los pocos recursos que dispusieron. Los primeros meses de finalizar la guerra, Asistencia Social mandó lentejas, azúcar y aceite “calculable para unas cincuenta personas”. Como estas cantidades fueron del todo insuficientes para alimentar a la población, a algunos vecinos se les extendió un salvoconducto para poder viajar e ir en busca de alimentos a otros pueblos.
Volvieron a activar las industrias, sobre todo, las del curtido de pieles, rehabilitando los inmuebles y rescatando entre los escombros maquinaria y herramientas, con lo que empezaron a trabajar dando un impulso en años sucesivos a esta industria, que llegó a ser la más importante del municipio y dio trabajo a numerosos obreros, activando notablemente la economía del pueblo.
Muchas fueron las calamidades y penurias que tuvieron que pasar estas personas, al encontrarse el pueblo totalmente destruido, añadido al sufrimiento que tuvieron, después de tres años de guerra, teniéndose que evacuar de sus casas y dejarlo todo, pero, gracias a ellas, Pozuelo de Alarcón, volvió a la normalidad poco a poco y hoy todos podemos disfrutar de este municipio. Quién sabe, si no hubiera sido por el esfuerzo y sacrificio de estos hombres y mujeres, Pozuelo de Alarcón hubiera acabado convertido en un “belchite” próximo a Madrid.
Fuente: http://elcorreodepozuelo.com/