POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Así me lo contaron: Erase un paisano de Borines (Piloña-Asturias) que fue un jueves a Libardón (Colunga-Asturias) para asistir al funeral y entierro de un amigo. Como el sábado aún no había retornado a su casa, su esposa, preocupada, rogó a un cuñado suyo que fuera a ver si lo encontraba.
En efecto, el individuo estaba en el bar de «La Nava» alternando con unos colegas y con unas botellas de sidra.
Cuando el «buscador» le pidió que retornara a casa para tranquilizar a su esposa, le dijo el buen hombre: ¿Había dime ahora y dexar a estos co la palabra na boca,hom?
Así eran los entierros y funerales de antaño: religiosos y «folixeros» porque «cuando uno sale ye pa echar el día».
Esto no es nuevo.
Cuando en 1553 el obispo de Oviedo don Francisco de Rojas y Sandoval redacto sus Sinodales, advirtió que «Por quanto en algunas partes de nuestro Obispado a los enterramientos, mortuorios, honras y oficios de los defuntos, suelen venir muchas personas y con ellas acontece hacer muy grandes gastos en LOS DE DAR DE COMER Y BEBER… ordenamos y mandamos que los tales herederos ni testamentarios, ni otros por ellos, no den de comer a las personas que allí se juntaren a tales oficios so pena de excomunión y de mil maravedís para obras pías…».
En 1622 el historiador avilesino Luis de Valdés nos cuenta en «Memorias de Asturias» esta costumbre funeraraia: «Ayuda mucho a esto el mucho y barato sustento, y que al renacer, al pasar de esta vida a la otra, se debe CELEBRAR FIESTA CON COMIDA. Según el grande exceso que en esto se suele hacer tienen para los mortuorios grandes calderas que harán hasta dos vacas y más cada una, y de estas hay muchas en Asturias».
Las Ordenanzas (año 1781) para el Gobierno, de la Junta General del Principado, dicen así en su Título V «Prohivese hacer comidas con pretexto de entierros, funciones de iglesia, misas cantadas, matrimonio o velación, y solo se permitirá que los factores puedan convidar a sus parientes dentro del segundo grado, y a los clérigos se les pagará su pitanza y dará el desayuno necesario».
Las Sinodales del obispo don Agustín González Pisador (año 1784) matizan un poco «el menú»: «…Solamente permitimos que den los factores una moderada y sobria comida, que se reduzca, cuanto más, a UN PUCHERO, UN EXTRAORDINARIO Y UN CUARTO DE VINO AL QUE LO NECESITARE… y los curas no puedan pretender dicha comida y solamente les permitimos que puedan tomar una jícara de chocolate o un moderado desayuno si los factores lo quisiesen dar».
Como ven, nuestros viejos antepasados hacían realidad lo que satiriza el refrán: «El muerto al hoyo y el vivo al bollo»; sin hacer caso alguno a lo que también advierte: «El que comia hasta fartase, tendrá que melecinase», pues
«de cenes y de fartures
tan llenes les sepoltures».
¿Que por qué les cuento esto?
Pues para satisfacer la curiosidad de algunos amigos que, a tenor de lo comentado ayer sobre el trabajo de PABLO EGÜEN relativo a la alimentación colunguesa actual, se interesaron sobre cómo eran aquellas «comidas funerales» de tiempos pasados.