LOS ZANGUANGOS
Dic 20 2016

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

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Cuando era pequeño, entre los 5 y los 12 años, ayudaba a mi padre y mi abuelo Joaquín en las tareas agrícolas. Al principio, hice de aguador y posteriormente, acarreando las capazas de naranjas y limones, sacándolas desde los bancales hasta donde estaba el cabezalero estriando y pesando, para luego cargarlas en las anganillas de los burros y mulos.

También trabajé en la repoblación forestal, tanto en el monte de Verdelena como en la Navela. Allí me dedicaba a transportar los pinos de las almajaras, hasta donde estaban los peones adultos haciendo sus hoyos para plantar esos pinos. A lo que más me dediqué, hasta los 14 años, fue a cavar a destajo en las fincas aledañas a las nuestras.

Para que nos contrataran, todas las mañanas bien temprano acudíamos a «las cuatro esquinas». Allí, los encargados contrataban a los trabajadores que necesitaban y, a continuación, regresábamos a nuestras casas para recoger las bolsas con las fiambreras, el pan y el companaje que necesitábamos para almorzar y comer. ¡Ah! los fumadores también echaban su cajetilla de tabaco.

Aunque era muy pequeño, me daba cuenta que en «Las Cuatro Esquinas», siempre se quedaban obreros sin contratar para trabajar, las mismas personas (es de notar que a esta oferta laboral nunca concurrían las mujeres).

Esta situación me llamaba la atención y, un buen día le pregunto a mi abuelo y a mi padre: ¿Por qué se quedan siempre las mismas personas?. Mi abuelo, se quita la gorra y sonríe y, mi padre; que estaba curtido en mil batallas, me lo explicó: “scucha Joaquinico, los encargados y cabezaleros conocen a toda la clase obrera del pueblo y, entre ellos hay unos cuantos que son unos mindangos y vagos; siempre están entretenidos y su peonada es considerablemente inferior a la de los demás trabajadores y, como consecuencia «los tienen fichados»; solamente les contratan cuando tienen una emergencia. Se daba la circunstancia que además de qué no les cundía, «entretenían al resto de trabajadores».

Se trata de personas perezosas, indolentes, altas y grandullonas y, para colmo «gandules». A estas personas, en el mercado laboral de la huerta de Ulea, se les llamó «Zanguangos».

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