POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
En el Auditorio de Madrid, el contratenor Carlo Vistoli cantaba “El Mesías”, de Händel, el aria doliente y bella donde Cristo, experimentado en el quebranto, despreciado y desechado por los hombres, da la espalda al látigo y ofrece sus mejillas a los escupitajos, cuando desde un palco lateral sale directo el lanzazo, la sintonía endiablada de un móvil, el rayo que interrumpe la saturnal. El sufrimiento trasciende, la tecnología denuncia el desastre, quiebra el arte cómplice con el sufrimiento y alarma al público embriagado y consentidor, hipnotizado con el encanto mórbido y perverso del castrati. El propio director, William Christie, el narrador entusiasmado y artífice de tanta angustia, se queja del boicot al martirio, a su gozo impío, como aquel coronel Nicholson, con el síndrome del trabajo bien hecho, que se negó a que destruyeran su puente sobre el río Kwai.
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