EL FRANQUISMO EN TORREVIEJA: AUTARQUÍA (1939-1959) (13)
Dic 24 2016

POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA

Expedicionarios torrevejenses de la División Azul, en Rusia. / Colección de Fco. Sala
Expedicionarios torrevejenses de la División Azul, en Rusia. / Colección de Fco. Sala
Alcalde, obispo de la diócesis y gobernador civil, junto con otras autoridades civiles, eclesiásticas y militares, durante una visita a la pedanía torrevejense de La Mata. Año 1950. / Colección de Fco. Sala
Alcalde, obispo de la diócesis y gobernador civil, junto con otras autoridades civiles, eclesiásticas y militares, durante una visita a la pedanía torrevejense de La Mata. Año 1950. / Colección de Fco. Sala

El ejército

Mientras tanto, el régimen iba evolucionando lentamente. En sus primeros años, en el entusiasmo provocado por los éxitos del Eje en la guerra mundial, el fervor fascista brilló con todo su esplendor. Torrevieja tuvo que luchar con su fama de población liberal y roja, por lo que se alistaron en la División azul algunos jóvenes que marcharon al frente de Rusia. En estos años el auge de la Falange en Torrevieja aumentaba, multiplicándose los actos propagandísticos.

Sin embargo, la derrota de las potencias fascistas en la guerra mundial obligó al régimen franquista a ciertos cambios superficiales. Quienes habían saludado con alegría la llegada de las tropas alemanas a los Pirineos y calificado al pacto germano-soviético de “golpe genial” a las democracias, quienes habían cantado “nuestra profunda simpatía –Alemania e Italia– que, en horas difíciles, refrendaron con sangre, generosa y desinteresadamente vertida, una cooperación espiritual ya antigua”, olvidaron todo lo escrito y empezaron a hablar de la neutralidad española que tan ventajosa había resultado para los aliados.

Tras la guerra mundial, en cierta medida se abandonó el proyecto nacional-sindicalista para pasar a lo que se ha llamado nacional-catolicismo: alejada toda posibilidad de Imperio –en todo caso, reducida a retórica para consumo de discursos e ilustración de libros de texto-, suprimidas ciertas apariencias fascistas –como el saludo brazo en alto, que dejó de ser obligatorio-, el régimen trató de enmascarar su carácter dictatorial con la ayuda de la Iglesia. El Fuero de los Españoles y la Ley de Sucesión, aprobada en referéndum en 1947, definieron a España como un “estado católico, social y representativo”. La Iglesia jugó un papel decisivo en esos momentos delicados para el régimen, cuando la ONU condenó a la dictadura franquista en 1946. La prensa, sometida a férrea censura y abiertamente dirigida por precisas consignas, la Iglesia y la Falange rivalizaron en arrimar el hombreo para sostener a la dictadura contra los enemigos exteriores, y muchos excombatientes se mostraron dispuestos a volver a las trincheras para testimoniar en la práctica, si fuera necesario, su protesta contra la campaña de difamación extranjera.

Constantemente, y en especial cuando se producían algunas de las pretendidas consultas electorales –en las que era impensable cualquier propaganda en contra de lo propuesto por el gobierno o la presentación de candidaturas adversas al Régimen-, se recordaban a la población de Torrevieja los horrores de la República y los beneficios que la nueva situación proporcionaba a industriales, católicos y mujeres. Así, no es de extrañar que el referéndum de 1947, fuese aprobado por abrumadora mayoría en Torrevieja y que en las primeras elecciones municipales, celebradas en noviembre de 1948 para elegir –por cabezas de familia, de forma que no podían votar quienes no ostentasen tal condición– a un tercio de los concejales –los otros dos eran libremente designados por el gobernador civil– el triunfo fuese también para la candidatura falangista, compuesta por “camaradas que estuvieron en la vanguardia de la lucha el 18 de julio”.

La decadencia del Eje y el final del aislamiento español marcan hitos en la progresiva retirada de la retórica falangista, únicamente en las fechas de rigor aparecían para demostrar que seguían estando allí, dispuestos de nuevo a empuñar las armas contra los enemigos seculares de España. Aun así, los falangistas, desde sus puestos de la Administración local estatal y sindical, seguían siendo garantía del orden y la estabilidad social, que en los años cincuenta era requisito indispensable para el enriquecimiento de la oligarquía nacional y la llegada de las primeras inversiones de capital extranjero. Todo lo demás, a partir del fin de la guerra mundial –cuando la falange se quedó sin la más mínima posibilidad de aplicar una de las características básicas en todo fascismo: la vocación imperial-, era pura retórica, y hasta los propios falangistas lo sospechaban. Desde sus puestos criticaban determinados excesos del capitalismo.

(Continuará)

Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 24 de diciembre de 2016

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