POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Dentro de las novelas de Benito Pérez Galdós, tal vez una de las que más repercusión ha tenido fue la publicada en 1897, que lleva por título la de esta ‘Vuelta a los puentes’, ya que sus adaptaciones para teatro, cine y televisión la aproximaron al público. Recuerdo cuando hace años se la vi representar a José Bódalo en el papel del ciego Almudena compañero de Benina, la mendiga que va narrando las andanzas de ambos rodeada de gentes de mal vivir de los bajos fondos madrileños.
Pero, cuando generalmente nos acercamos al término misericordia, directamente pensamos en el sentimiento compasivo de aquellos que sufren y en la posibilidad de facilitarles nuestra ayuda. Pero esta compasión, aunque nos puede llevar a su práctica en el aspecto espiritual, sobre todo nos es más fácil acercarnos a lo material o corporal. Así, entre esas prácticas de misericordia caemos en compasión por aquellos que padecen hambre, carecen de techo y de vestido, actuando en muchas ocasiones de forma institucional a través de la beneficencia. Para ello, en 1743, el obispo Juan Elías Gómez de Terán fundó una casa en la que llevar adelante esta labor benéfica. Con tal objeto, adquirió tres casas en la calle Santiago que eran propiedad de la Cofradía de Monserrate. En su solar edificó el edificio que hemos conocido, cuyas obras concluyeron en diciembre de 1745. Cuarentaiún años después se albergaban en ella, según Ernesto Gisbert y Ballesteros, 19 hombres, 67 mujeres, 6 niños, 4 niñas, 11 jóvenes para casarse y 4 expósitas. Posteriormente, en 1818 el obispo Simón López amplió el edifico y, con posterioridad pasó a ser propiedad del Ayuntamiento oriolano. El citado prelado Gómez de Terán también fundó frontero a la Casa de Misericordia un eremitorio bajo la advocación de Nuestra Señora de los Desamparados, para ser dedicado a Casa de Maternidad. Transcurridos algunos años, esta última casa se incorporó a la de Misericordia. Este edificio sufrió el 8 de enero de 1967 un incendio, que motivó su derribo tres años después, construyéndose en su solar el actual Colegio Virgen de la Puerta.
Centrándonos en la Casa de Misericordia, en 1846, acogía a «pobres huérfanos de uno y otro sexo, donde no solo se les da el espiritual pasto y enseñanza en los rudimentos y preceptos de nuestra Santísima Ley y práctica de exercicios de virtud y religión de que sin dicha Casa se hayan privados, si que también son asistidos con la manutención corporal y vestido, evitando de esta suerte muchos desórdenes consiguientes a la divagación y libertad de dichos pobres, a quienes además se les dedica a los trabajos y oficios a que cada uno se ve más inclinado, resultando de todo un bien para el Estado». En esa fecha, el número de asilados rondaba alrededor de 115, y el importe total de lo gastado ascendía anualmente a 56.000 reales, invirtiéndose en cada individuo un real y medio.
En el mes de febrero de 1844, se le había encomendado la dirección del centro a Ramón Díaz, el cual presentaba a la Junta de Beneficencia Pública de Orihuela, el 10 de enero de 1846, una memoria de toda su gestión, a la que acompañaba una nota de lo invertidos en los años 1844 y 1845, en obras y otros gastos extraordinarios, después de haber mantenido a los asilados «con mejora de alimentos y más abundantes, que en los años anteriores». En esos dos años, se adquirieron un total de 88 mantas por un importe de 4.045 reales; se confeccionó el vestuario de las mujeres para salir en comunidad, así como el de los hombres por un importe de 3.373 reales 18 maravedíes. Se realizaron obras en la cocina que importó 1.730 reales 10 maravedíes y en el oratorio con un costo de 2.689 reales 20 maravedíes. Asimismo, en el primero de dichos años se adquirió una olla de cobre que importó 583 reales. Todo ello supuso la cantidad de 12.421 reales 14 maravedíes.
Entre los medios económicos para su subsistencia se encontraba «las manufacturas elaboradas por los asilados», algunas de la cuales eran vendidas y otras servían para emplearlas en el propio centro benéfico, ya fuera para el edificio como para los acogidos en el mismo. Así, se manufacturaba cáñamo hilado y blanqueado, lino y estopa, con la que se fabricaban suelas de alpargatas y guita para coserlas. Con el lino, se tejían telas y el hilo necesario para coser y componer la ropa de los asilados. Por otro lado, se confeccionaron: medias; camisas para hombres y niños, calzoncillos, pantalones, chaquetas; camisas, zagalejos listados, justillos para mujer y para niñas; jergones; sábanas, manteles, toallas, servilletas, delantales y paños de cocina. Para reducir los gastos del establecimiento en la partida de calzado para los asilados, se instruyó en su fabricación a algunos de ellos de ambos sexos, dedicándose los pares sobrantes a la venta exterior. A su vez, se formó a tres mujeres en la fabricación de esparto blanco, encarnado y negro, lo que generó 4.500 varas de pleita, con la que con parte de ella se esteró el oratorio, el cuarto de labor de las niñas y el despacho del director.
Gracias a la gestión del citado director, se supo aprovechar parte de los materiales de la obra del oratorio, de tal forma que, la madera vieja de su cubierta se empleó para construir un cobertizo que sirviera de resguardo para las mujeres que estaban encargadas de sacar el agua para el lavadero.
Así, la Casa de Misericordia en la que se practicaba a través de la Beneficencia Municipal, más de una obra misericordiosa y se instruía laboralmente a algunos de sus asilados, cumplía sus funciones, tal como había previsto su fundador a mitad del siglo XVIII.
Fuente: http://www.laverdad.es/