POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Los 6 de enero, en los años 50, salíamos los niños a la calle disfrazados de vaqueros (nunca de indios, aún menos de vaqueiros de alzada), de romanos (no de celtas, bárbaros ni hebreos) y jamás de asturianos con madreñas y cachava, reservado para el teatro costumbrista paleto. Imitábamos a los protagonistas del technicolor, pero a los ganaderos de Texas y Ohio antes que al Cid Campeador y antes que a los emigrantes ultramarinos de Parres o de Teverga, sin épica en la gran pantalla; tampoco salíamos ninguno con la cruz a cuestas, o con el pesebre; Cristo, rey de reyes, era un perdedor; su reino, Él lo dijo, no es de este mundo. ¡Qué poder el del séptimo arte americano!, e ignorantes nosotros, que preferimos las pistolas y espuelas del Far West al sable de brigadier que blandía Churruca, o la golilla de Cervantes. Aunque somos unos quijotes, nadie pide a los Magos un baciyelmo.
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