POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Durante el siglo XIX en mi localidad, existían unos trabajadores artesanos que eran muy mañosos ya que, lo mismo construían una tapia, un muro, una casa, una acequia, un brazal, un pasadizo y manipulaban el esparto, tanto crudo como cocido y maceado en las piqueras. Pero también eran apañados para arreglar los desperfectos que se producían en la iglesia. Hacían las tareas de sacristanes, de monaguillos y, además, estaban encargados de recomponer el reloj de la torre de la iglesia parroquial, cuando se averiaba.
Todas estas faenas eran importantes pero, con prelación estaban, las que atañían al agua y sus canales de conducción. Consideraban qué, estaba muy desarrollada la cultura del agua en mi localidad, hasta el punto de qué, en el año 1887, siendo alcalde Felipe Carrillo Garrido, al intentar sancionar al cuidador del reloj, Teófilo Martínez, porque llevaba tres días sin funcionar el reloj de la torre de la iglesia, fue el parroco y Policarpo Moreno Yepes quien le disuadió, debido a que, el encargado del mantenimiento del reloj, era, a su vez, el sacristán y, le tocaba la tanda del riego, de la acequia mayor, por la noche, durante tres días seguidos y, como no podía descansar, quedaba exento de dicha ocupación qué, por otro lado, era graciable. Policarpo convenció al alcalde, asegurándole qué, tan pronto como acabara de regar sus tierras, con las tandas nocturnas, arreglaría dicho reloj.
A Teófilo Martínez qué, por lo visto era arreglador de todo, se le ordenó la compostura de una pequeña alcantarilla a la altura del brazal de las balsas; al final de la acequia mayor. Las autoridades le pusieron una condición: la obra se tenía que hacer de cal y canto y, todo el arco de ladrillo.
Teniendo en cuenta las grandes avenidas del monte el castillo que arrastraban aguas turbias y sucias, la finalidad es que las aguas de dichas avenidas no se mezclaran con las de las acequias y brazales ya que estas estaban consideradas como potables y, además de para regar, se utilizaba para consumo público. El encargado de obras del Ayuntamiento, le exigió que las obras quedaran bien ejecutadas con el fin de qué, las aguas de la acequia no se corrompieran ya qué, casi todos los vecinos, bebían de la misma.
Estos artesanos que eran apañados para cualquier compostura eran llamados mañosos o alarifes, pero, sobre todo, estaban obligados a tener una gran cultura del agua.