POR MANUEL PELÁEZ DEL ROSAL, CRONISTA OFICIAL DE PRIEGO DE CÓRDOBA
Se llamó en el siglo don José de Valdecañas y Herrera, y hubiéramos reparado poco en él -los que le hemos sobrevivido- si su nombre no hubiera sido grabado por el célebre pintor don Antonio del Castillo en el lienzo de San Rafael que aquél le encargó en el año 1652, y que en estos días se exhibe en la exposición conmemorativa del centenario del nacimiento del artista en la sala Vimcorsa de la capital cordobesa.
Nació Valdecañas en Granada el 5 de abril de 1595 y fueron sus padres el doctor don Francisco de Valdecañas y Arellano, oriundo de Aranda del Duero, oidor de la Real Chancillería, granadina, consejero real y consultor del Santo Oficio, y doña Luisa de Herrera y Pineda, hija del que fuera durante gran parte del siglo XVI alcaide y alcalde mayor de la villa de Priego. Todas estas circunstancias influirán a la postre condicionando la vida de nuestro personaje.
Don José de Valdecañas cursará los estudios de la licenciatura en la capital cordobesa, en la que ya se acusa su presencia en el año 1606, pretendiendo con sus méritos en 1623 una plaza de oficial del Santo Oficio de la Inquisición, primero, y una veinticuatría, años después, en 1648, en el concejo. Desconocemos su labor como abogado de presos, que fue su profesión principal, en los numerosos juicios en los que participó, aunque presumimos que sería bastante prolija, pero, en cambio, sí tenemos numerosas noticias de su implicación política en el consistorio capitalino. En el expediente personal de la prueba de su hidalguía que se conserva en el archivo municipal cordobés se constatan los datos necesarios para su reconocimiento como caballero notorio hijodalgo de sangre y calidad, determinados por cédula real, requisito sin cuya concurrencia y probanza no hubiera podido acceder al referido cargo edilicio.
Ha sido el historiador y académico Juan Aranda Doncel quien en sus investigaciones ha profundizado en algunos aspectos complementarios de la biografía de nuestro personaje. Sabemos por ellas que vivió en el barrio de Santiago, en la plazuela de Doña Peregrina (hoy denominada por corrupción del nombre Plazuela de Las Peregrinas) y que participó activamente en la gestión de la hermandad de Jesús Nazareno, de la que fue su hermano mayor en dos periodos dilatados: 1626-1639 y 1643-1656. Sus asiduas intervenciones en los correspondientes cabildos de estos años revelan el interés de Valdecañas en el buen gobierno de la cofradía, así como su fervor hacia la imagen titular, hasta el punto de aceptar los hermanos de ella que su corazón, según sus deseos expresados pocos meses antes de su muerte, fuera depositado en la peana del altar nazareno.
El capítulo más importante de la vida de Valdecañas sin duda alguna fue la promoción del culto a San Rafael, por su intercesión milagrosa en haber puesto fin a la epidemia de peste bubónica que asoló a la ciudad en los años 1649-1651, con la celebración de fiestas eclesiásticas y seculares en su honor y loor (toros, justas y certámenes literarios), la erección del triunfo del santo en el Puente Romano, obra de Bernabé Gómez del Río, los comienzos de la edificación de su templo, la iglesia del Juramento, y la fundación de su cofradía en 1655, además de sufragar el lienzo de Castillo para el vestíbulo del salón municipal en que se celebraban los cabildos a la sazón.
Toda esta incesante actividad no sería bien comprendida si no abordáramos una faceta hasta el presente inédito. Me refiero a la situación económica del insigne patricio granadino desposado con la dama prieguense doña María de Caracuel y Aguilera en la villa de Priego el 6 de julio de 1628. Pocos meses antes se había otorgado escritura de capitulaciones y después de este enlace matrimonial la familia de la mujer otorga carta de dote al marido. Los documentos revelan el cuantioso patrimonio con el que la nueva pareja se habría de sustentar: casas, cortijos, esclavos, dineros en moneda de vellón, ropa blanca y de mesa, joyas, coche y caballos, vestidos de damasco, jubón de espolín de oro y plata, bufete de plata, cofrecillo de carey y varios censos, que con las arras totalizaban la cifra nada despreciable de 4 cuentos y 863.711 maravedíes, obligándose el marido a no disiparlos ni malbaratarlos. Esta considerable fortuna se había visto acrecentada con los bienes del doctor don Martín Caracuel Palomar y Aguilera, beneficiado propio de la iglesia parroquial de Santiago de la ciudad de Granada, tío de la esposa, que para evitar su enajenación determinó vincularlos. Pese a estas precauciones, muchos años después, en 1648, doña María Caracuel se ve sorprendida por un pleito que le plantea a su marido doña María Aguilera sin ser oída ella como parte. El escrito de alegaciones impreso en Granada aquel mismo año, que en el litigio redactó el abogado don Baltasar de Villanueva solicitando la nulidad por la indefensión, es todo un clásico en la materia.
Murió don José de Valdecañas en Córdoba el 2 de noviembre der 1659 y en su testamento otorgado tres días antes mandó enterrarse con la túnica de la cofradía nazarena en su capilla del convento de San Agustín, dejando establecido que se le dijeran mil misas, declarando por herederos universales a sus seis hijos vivos y beneficiando a su hijo primogénito el licenciado don José Antonio de Valdecañas y Herrera con el tercio de mejora. En el testamento que otorgara éste en el año 1680 dejó establecidas por su alma 1.500 misas, entre otras disposiciones, pero declaró -no sabemos con qué fundamento- que su padre era natural de Córdoba, aunque tal vez persuadido de haber transcurrido prácticamente toda su vida en esta ciudad.