POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Hacia el final de la película de Larraín, Jackie (Natalie Portman) quería enterrar a John Kennedy con dos hijos fallecidos poco después del parto, y en su amargura se quejaba de su desgracia al sacerdote (John Hurt), que iba a oficiar la ceremonia. Éste, por consolarla, le contó el pasaje en el que los discípulos de Jesús al encontrarse con un ciego preguntaron al Maestro: “¿Quién pecó, para que naciera ciego; él o sus padres?”; y Jesús contestó: “Ni el ciego ni los padres; su estado propicia que se manifiesten en él las obras de Dios, y la luz del mundo es Dios y no otra cosa”. Pero, a mi juicio, Jesús estropeó su sermón cuando escupió en tierra, hizo barro con la saliva, la aplicó a los ojos del ciego, le dijo que fuera a lavarse en la piscina de Siloé, el ciego obedeció y logró ver. ¿En qué quedamos? ¿Será, si entendí bien la parábola, que castigó al ciego con una mirada a ras de tierra y que castigaría a Jackie con Onassis?
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