POR JOSÉ SALVADOR MURGUI, CRONISTA OFICIAL DE CASINOS (VALENCIA)
He pasado por la estación del “Pont de fusta”, la vieja estación del “trenet” que se apagó con la llegada del metro. He podido ver aquel viejo vagón verde que me ha recordado mi niñez.
Hoy me he sentido niño, y me han venido a la cabeza tantos recuerdos de mi infancia, que aún me ha parecido ver en el bullicio de aquellas estación mujeres cargadas con garrafas de mimbre repletas de aceite, he olido el olor de la huerta valencia, de ese trasiego de frutas y hortalizas que con aquel trenet viajaban desde los pueblos a los mercados de Valencia y viceversa.
He visto marchar a los soldados que estaban haciendo la mili en Betera o Paterna, y que corrían velozmente para subir a ese tren que perdían por segundos por estar despidiendo a sus novias en aquel indiscreto andén, cuando hasta darse un beso era pecado…
He recordado el trasiego humano, hombres y mujeres, niños llorando que llegaban mareados, las ropas de los años sesenta que mi mente como una nebulosa recuerda… no llegabas nunca desde Lliria hasta Valencia, pero era un viaje relajado, entretenido, cargado de paisajes, de personas, sin prisas, con el único entretenimiento de llegar a Valencia, bajar frente a las Torres de Serrano y adentrarte en el bullicio de la ciudad.
Pero el trenet era decadente, recuerdo mis últimos viajes que ya estando en la Facultad, lo tomaba para ir de Valencia hasta Lliria, era eterno aquel paseo, paseo que como digo, hoy lo he vuelto a recordar, visto desde el prisma de los nuevos tiempos, comparado con la modernidad de las nuevas tecnologías, y sobre todo hermanado con los exquisitos transportes europeos…
¿Qué nos queda? Ese recuerdo… llegar a Valencia en Fallas, salir pitando por aquellos preciosos azulejos de Manises, de colores tan vistosos que hoy también me ha alarmado su belleza, y al entrar en la ciudad, sentir el olor a buñuelos, empezar a oír las tracas, las músicas y descubrir esa Valencia única que en fallas es la puerta, meta y horizonte del renacer de la fiesta.
Adiós glorioso trenet, tan cargado de recuerdos, que albergaste tantas ilusiones, que alimentaste tantos momentos de amor, que en tus viejas maderas tantos secretos guardaste, y sobre todo sobre que en tus pequeñas ruedas, tanta vida transportaste, porque toda esa historia queda guardada en tus luces de bombillas transparentes, en tu techo, en tus paredes manchadas, que solo un tiempo pasado fue capaz de recordar, que solo un pito quemado fue capaz de alimentar y una campana olvidada te obligaba a marchar.
Hasta siempre historia viva, no te olvides del ayer, de todos los viajeros que de ti formaron parte, son testimonio humano de la vida que sembraste, porque tu querido amigo, el tren de la vía estrecha, fuiste siempre el confidente entre la huerta y Valencia, entre el secano y el río, y uniste a los provincianos, con todo aquel poderío, y el renacer de unos años que con calor y con frío, vivimos las experiencias, que hoy recuerdo y escribo.