POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Los carnavales de mi pueblo tienen desde siempre un colorido especial y, en él, participábamos todos los vecinos. Unos ataviados con sus vestimentas típicas y las caras pintadas (no estaba permitido ocultar el rostro con caretas). Otros, haciendo sus pasacalles por el centro del pueblo (la calle Mayor) en sana alegría, haciendo sonar sus cánticos y su música de viento.
Y, los de a pié, apostados en las aceras de las casas, para disfrutar del jolgorio de los carnavaleros.
En el año 1953, ya estaba consolidada «la banda musical de cuerda del Trueno» qué, por ser tan numerosa y ruidosa se le denominó: «La Panda del Trueno».
Dicha panda del trueno la componían: Antonio de caravana, Celestino, Esmeraldo, Damián, «Antonio «El Colorao», Gumersindo, José Moreno «el de la punta del pueblo», Santiago, Joaquín, Paco López, Pepito «El Zapatero», Pedro Soler, Fausto, Joaquín «El caravanica» y los hermanos José Luís y Ángel Garro.
A su sombra surgieron otros grupos musicaes y, el más cercano en el tiempo fue el grupo de amigos «venga vino», capitaneados por Pedrito «el de la bicha», Jaime «el de la morena», Bartolo «el Espada», Pepe «el de la Luisa» Mariano «el sierra», Pepito «el mimao», Emilio Yepes «Emilín», Blas «el de la Caridad”, Antonio «el de la ministra», Pepe «el Ramirez, Paco «el del canal»; Ángel «el de Ratones, José María «el de parrales», Manolico «el de la Matea», Joaquinico «el de muebles» y algunos más que se fueron adhiriendo.
Allí cabían todos. ¿Por qué se le llamaba «la panda de venga vino»?, porque pertenecíamos a los estratos sociales del pueblo más diversos y vivíamos en el norte, el sur, el este y el oeste de nuestro querido pueblo y, como no teníamos un duro, hacíamos un prorrateo y reuníamos unas pesetas con las que nos comprábamos un par de litros de vino y, el administrador de la bota de vino era «Pedro el de la bicha» que se encargaba de dosificar los chorricos de vino.
Dentro del grupo, unos tocaban las guitarras, laúdes y bandurrias; otros cantábamos y el resto acompañaba. En los días de fiesta hacíamos nuestros bailes, a los que acudían las madres de las mozas del pueblo, con sus sillas y, además hacíamos serenatas a las novias y pretendientas de los componentes del grupo. Unas veces salían al balcón o a la ventana de sus casas y, otras, algún familiar nos «bautizaba» con un caldero de agua: señal inequívoca de que les molestábamos o no éramos de su agrado.
Con la perspectiva de 64 años atrás, tengo la percepción de que los componentes de «la Panda del Trueno», pertenecían a las familias «más vistosas» del pueblo ya qué, la mayoría, eran hijos de las personas más significadas de la localidad.
En efecto, todas vivían en la parte más señorial del pueblo, en las que sus casas y abalorios, les daba una distinción especial. Sin lugar a dudas, pertenecían a las clases más influyentes del pueblo y, como muestra; con un solo botón basta: la clase más humilde de nuestro pueblo, ubicada en las calles Ramón y Cajal «El Arrabal» y la calle Nueva, no aportaban ningún miembro a la «Panda del Trueno».
Sin lugar a dudas, desde «La Punta del Pueblo» hasta el Molino y las cuevas y caseríos del campo, barranco de Sevilla, Verdelena y otros más pequeños; había más población que en el cogollo del pueblo por lo qué, por consiguiente, eran familias más humildes, pobres se les llamaba entonces, y, a la vez, menos instruidos ya que, por necesidades familiares, el absentismo escolar era muy elevado.
Así se concibe la historia de los dos estratos sociales del pueblo, en los años de la post-guerra. Después de 64 años, aunque siguen existiendo algunas diferencias, se ha producido una notoria aproximación importante entre ambas capas sociales. Afortunadamente.