POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
La noche había sido lluviosa y, al levantarme, tuve la sensación de no tener alientos. Me faltaban las fuerzas y carecía de ilusión. Aun así, me asomé a la ventana y comprobé que seguía lloviznando. Sí, el firmamento estaba plomizo; como yo.
Ante tal tesitura, tomé la decisión de volver a la cama. Indudablemente, no tenía ilusión por hacer nada y, por unos momentos, quedé en un nihilismo impropio de mi carácter. De pronto, una pequeña luz alumbró mis entendederas y me dije:¡levántate!
Así lo hice y me encaminé hacia el cuarto de baño y, como todas las mañanas, me aseé. Mirando al espejo, ese chivato delator, contemplé una imagen que apenas conocía: no la reconocía; parecía no ser yo.
Sin embargo, esa pequeña lucecita que asomó por algún resquicio de mi ser, me dio alientos para reflexionar y me hizo comprender que existen tres parámetros en la vida, que son irrevocables, a las que no podemos, ni debemos renunciar: «El tiempo», «Las palabras» y «Las oportunidades».
Tuve alientos para seguir reflexionado y alumbré tres parámetros que son «santo y seña» en la vida; a los que no debemos renunciar ni darles la espalda: «serenidad, honestidad y esperanza».
Ya, en plena lucha para ahuyentar mi modorra, puse en la balanza tres facetas que son capaces de deteriorar esas oportunidades. Son las siguientes: «El orgullo, la arrogancia y el enojo».
Por fin conseguí espabilarme y mi intelecto recuperó la capacidad para discernir y poder elegir. Entonces surgieron «Los sueños, el destino y el éxito».
Encontrándome en condiciones de desafiar al tiempo lluvioso y plomizo y desterrar mi modorra, vinieron a mi mente tres valores de incalculable riqueza; sí, tres verdaderas joyas de la vida: «La autoestima, el amor y los verdaderos amigos». Indudablemente, «Acabé venciendo al desaliento».