DE ERMITA DE LOS CARPINTEROS A SEDE ELECTORAL
Jun 05 2017

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Histórica. La ermita de San José, a la derecha de esta fotografía de hace un siglo.

Fueron tan poderosos como hoy está olvidado su histórico gremio, que devino en cofradía. Por eso no extraña que los carpinteros murcianos levantaran su propia ermita para honrar al Patriarca San José, una imagen que tallara Salzillo y que, como tantas, fue pasto de la incultura de unos cuantos salvajes. Luego, en 1944, el escultor Gregorio Molera Torá restituiría la pieza, dotándola de cierto aire salzillesco. Y allí, en la ermita de San José, cabe la parroquia de Santa Eulalia, recibió culto hasta que unas obras obligaron a trasladarla a una casa particular. Pero regresó el Patriarca solo. El Niño permaneció perdido hasta la semana pasada, cuando la Guardia Civil lo recuperó en manos de un anticuario.

Al gremio de carpinteros pocos le tosían. Tal era su poder y ascendencia, según diversos autores, en aquella Murcia del siglo XVI y XVII. Incluso se convertirían en gremio-cofradía y eran dueños de diversos lugares, como el llamado Huerto de San José o la Torre de las Palomas, sin contar otras propiedades en la ciudad y la huerta.

El Ayuntamiento de Murcia, en la sesión concejil del 9 de junio de 1592, valoró la solicitud de los carpinteros de otorgarles un sitio donde edificar una ermita para su patrón. Así lo solicitaban los mayordomos de la Cofradía de San José, Gonzalo de Espadaña y Francisco de Modena, quienes advertían de que «se ha levantado e instituido esta cofradía con aprobación de don Sancho Dávila, obispo de este Obispado». Los carpinteros proponían como lugar idóneo «el arenal del Puente o donde V. S. sean servidos».

No era aquel arenal el de La Glorieta, por cierto. Sino otro que había en Santa Eulalia, por donde discurría el agua en aquella época. De hecho, en la misma zona ya existía en 1821 la denominada calle de las Barcas, así llamada por recordar las que se usaban para cruzar las aguas.

El Consistorio aceptó la propuesta, aunque el tiempo pasó sin que se colocara ni una piedra. Casi medio siglo después, en enero de 1638, se acordó construir el templo en el hueco de la primera de las siete puertas de Santa Eulalia, aquellas que daban salida al arrabal. Pero el espacio era escaso, lo que obligó a ampliarlo con una casa contigua. De la compra de este inmueble se encargó un vecino del barrio, Benito Pedriñán, quien costeó los 150 ducados necesarios y la indemnización a quienes allí vivían.

Pese a la ampliación, el poderoso gremio advirtió de que necesitaba más terreno. Y solicitó extenderlo a unos solares municipales que había en la zona. E incluso a otros particulares. Realizadas las mediciones, se acordó ceder los terrenos públicos y pagar el justo precio de los otros. Eso sucedió en 1702, cuando en otro cabildo se impuso a los carpinteros algunas condiciones para beneficiarse de la donación.

Una de ellas establecía que si acaso algún día necesitaba la ciudad «la caja de Val para conducción de aguas», esto es, el cauce, la cofradía tendría que permitirlo. Finalmente, el proyecto de la ermita llegó a buen puerto y quedó bajo la tutela de la parroquia de Santa Eulalia.

En la nueva capilla se celebraban, aparte de la lógica festividad del Patriarca San José, la fiesta del Día de los Desposorios (26 de noviembre), la del Patrocinio (Domingo tercero después de Pascua) y otra el domingo siguiente a la Octava del Corpus.

Recuerda el cronista José Antonio Melgares que estos cultos se desarrollaban con gran pompa y lucimiento, como correspondía a tan importante gremio, que invitaba a grandes oradores y repartía limosna entre los pobres. Por ejemplo, el día de los Desposorios se servía una gran comida a los presos de la cárcel, que no andaba tampoco muy lejos de Santa Eulalia.

Poco tiempo más tarde, allá por el año 1710 e impulsada por el que luego sería cardenal Belluga nueve años después, los carpinteros acordaron compartir el templo con la Cofradía de San Felipe Neri, recién creada en la ciudad. No fue de palabra, sino que incluso firmaron un acta el 24 de octubre de 1710 ante el notario Antonio Giménez de León.

La ermita no sufrió mayor percance hasta las leyes desamortizadoras de 1835. Al año siguiente fue incautado el edificio y cuanto contenía. De nada sirvieron las protestas de los carpinteros. Protestas que se extendieron en el tiempo. Hasta que en 1839, cuando volvieron a reclamar la propiedad, les fue entregada y pudieron abrir al culto su sede oficial.

En el año 1916 fue restaurada la capilla, donde lucía el histórico Cristo de la Clemencia o de Belluga, espléndida pieza tallada en mármol veteado que simula la piel humana y hoy luce en la parroquia. Otra obra tan espléndida como desconocida para los murcianos.

Entre los usos más curiosos que ha tenido este templo se encuentra el de colegio electoral. El 14 de diciembre de 1966 se celebró un referéndum en España por el que se aprobó la Ley Orgánica del Estado, que venía a ser la plasmación sobre el papel de los fundamentos del régimen de Franco. Pero los españoles, quienes no habían acudido a unas urnas en tres décadas, disfrutaron del día, al margen de lo poco que tuvo de democrático.

Muchos murcianos se ‘estrenaron’ en aquello de votar justo en la sacristía de la ermita de San José. Allí acudieron los vecinos de aquel distrito. La sacristía se convirtió en improvisado comedor donde los integrantes de las mesas electorales dieron cuenta de un suculento almuerzo que el diario ‘Línea’ reprodujo así: «Entremeses variados, tortilla rellena de verduras, filete con patatas y flan con ensalada de frutas, amén de vino, pan y manteles». Queda por resolver, claro, el misterio de cómo pudieron regresar al trabajo tras semejante comilona. No muchos años después comenzó a degradarse la ermita, que en 1979 ya amenazaba ruina, como denunció el diario ‘Línea’.

La capilla, según mantenía el investigador Nicolás Ortega Pagán, también dio nombre a una de las callejas históricas del barrio, aunque está situada tres calles más allá del pequeño templo. Es posible que en aquel lugar se iniciara la construcción del edificio y después, siempre según Ortega, se levantara en el lugar que hoy conocemos. «Pero en la conciencia pública ya había arraigado el nombre». Puede ser.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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