POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Como todos los habitantes de las comarca del Valle de Ricote y de España, los vecinos de mi pueblo han tenido que trabajar sin desmayo, con el fin de solventar las adversidades; tanto históricas como políticas y religiosas; amén de los avatares climáticos y plagas del campo y de la huerta.
Su capacidad para salir adelante, ante tales contratiempos sobrevenidos de forma inesperada, ha hecho de los campesinos de mi localidad no son personas inasequibles al desaliento ya qué, su identidad les hizo fuertes; sacando a relucir su peculiar instinto de superación.
Nunca fuimos un pueblo sumiso. Tampoco beligerante. Sin embargo, tan castigados estaban por las catástrofes sobrevenidas, que tenían un olfato especial para detectar los contratiempos y afrontarlos sin desaliento.
Desde tiempos inmemoriales, se ha luchado contra las temibles plagas de langosta, episodios sísmicos, riadas devastadoras o terremotos que arrasaban todos los alrededores al cauce del río Segura, escasez de agua, tanto para regadío como para consumo doméstico. Esta escasez agudizó la mente de los ciudadanos y, de forma un tanto arcaica, construyeron canales, pozos, aljibes, balsas, acequias.
Así era la vida de los hombres del campo hasta qué, a principios del siglo XIX, se constituyeron los ayuntamientos democráticos y dejaron de depender de los regidores de la capital murciana. Desde entonces, los ciudadanos de mi localidad comenzaron a tomar sus decisiones; aportando iniciativas emergentes para solucionar los problemas locales; del tipo que fuesen.
Pero, como los más desfavorecidos siempre tienen que remar contra corriente, se encontraron con que los cargos relevantes del Consistorio del Ayuntamiento estaban acaparados por los terratenientes y personas influyentes y con grandes intereses en el municipio. Muchos de los regidores, tras la afamada desamortización del ministro Mendizábal, aumentaron sus riquezas y, por tanto, su parcela de poder.
El ingenio de los regidores locales dio pie a que a finales del siglo XIX, intentaran sacar los minerales de hierro y plomo, desde las 23 minas ubicadas en el campo dentro del término municipal, hasta el puerto de Cartagena, por vía férrea; en lugar de los carros y animales de carga, que se utilizaban hasta entonces.
Por tal motivo, consiguieron que se construyera, en el campo una estación-apeadero de ferrocarril y así disfrutar de los beneficios que conllevaría el ahorro en el transporte y la rapidez de sus envíos del mineral extraído en las minas locales. Hasta que se construyó dicha estación ferroviaria, siguió embarcándose el mineral en la estación de Archena; que estaba en servicio desde unos años antes que la nuestra.
Desgraciadamente, no llegó a utilizarse la estación local, al tener que clausurarse todas las minas del pueblo, en el año 1915, por motivo de peligrosidad y falta de rentabilidad.
El espíritu inquieto de los vecinos, les llevó a reclamar la instalación de una marquesina en la estación de ferrocarril de Archena, con la finalidad de que protegiera sus mercancías de las inclemencias del tiempo; hasta que fueran embarcadas.
Dada la gran variedad y riqueza de los cítricos y frutas de hueso de la comarca, las autoridades locales; con el alcalde Felipe Carrillo Garrido a la cabeza, se postularon ante el Ministerio de Transportes, con la finalidad de que se construyera una línea de ferrocarril de vía estrecha, con la finalidad de dar agilidad a la exportación de los productos agropecuarios perecederos de la comarca del Valle de Ricote. Dicha propuesta no llegó a hacerse realidad y se quedó en un vano intento.
Los caminos y carreteras que unían el pueblo con el exterior, estaban prácticamente intransitables y, por si fueran pocos los inconvenientes, no existía ningún puente sobre el río Segura y había que cruzarlo en barca qué, con asiduidad, quedaba inservible ante las embestidas de las pertinaces riadas. A pesar de las continuas desavenencias políticas, el tesón de los alcaldes de Ulea dio sus frutos y, en el año 1925, se hizo viable el ansiado puente sobre el río Segura.
El aislamiento de los uleanos, desde tiempo inmemorial, ocasionó que se hiciera una vida medieval; en la que se potenciaban los derechos de los dueños de los terrenos y caseríos y, por consiguiente, la mayoría de los uleanos, permanecían sumisos a la ideología dominante de sus adalides.
Los alcaldes de los años postreros del siglo XIX, y principios del XX, Joaquín Miñano Pay, Felipe Carrillo Garrido, Francisco Tomás Rodríguez, Joaquín Sánchez Valiente, Damián Abellán Miñano, Antonio Tomás Sandoval, Antonio Valiente Melgarejo, Emilio Carrillo Valiente, Francisco Tomás Ayala, Lázaro Hita Salinas, José Ruiz Rodríguez, Ernesto Ríos Torrecillas, Gumersindo Cascales Carrillo y José Ríos Torrecillas, desde 1849 hasta 1928, le dieron un gran impulso a las necesidades perentorias de los vecinos, a pesar de sus limitaciones y la oposición de los señores feudales que alentaban a los ciudadanos a que se sublevaran contra los mandatarios políticos. A pesar de todo, los habitantes del pueblo, pacíficos y trabajadores, se echaron a la calle para reclamar unos derechos que les correspondían y que solo tenían unos pocos.
Para soslayar dichos problemas, los prebostes más ladinos se unieron con los colectivos religiosos y confeccionaron un calendario festivo, para contentar a los humildes trabajadores, incluyendo ritos, creencias y costumbres populares, de carácter laico; a la vez que mediaban ante los terratenientes» para que pagaran los salarios correspondientes a sus trabajadores, en vez de darles unas míseras limosnas».
Los hombres y mujeres del pueblo, en sus marchas obreras, hacían mucho ruido pero jamás se comportaban de forma violenta. En los pueblos colindantes se decía que los habitantes de mi municipio eran aguerridos a la hora de reclamar sus derechos. Puede pero no reclamaban derechos que no les correspondiera; pero si, la dignidad de no ser pisoteados y proscritos. Por tal motivo, los vecinos de Villanueva, Ojós y Archena decían de los uleanos «eran unas personas bravías».
Todos los partidos políticos y democráticos, hacían sus campañas electorales y, en todos ellos predominaba la estrategia a utilizar para captar a los electores «aunque para ello hicieran votar a los muertos». La finalidad, como siempre, consistía en mantener sus cargos políticos y el dominio de los ciudadanos.
A pesar de todo, en varias legislaturas, durante las campañas electorales, se crearon enemistadas soterradas. Ocasionando cierto desencanto en la sociedad pensante uleana.
Sí, estoy convencido de que todos los alcaldes que he citado, y los que ha habido con posterioridad, hicieron cuanto supieron y pudieron por el bien de todos los ciudadanos. También es verdad que algunos han tenido las ideas más lucidas que otros.
Desde mi visión personal, como Cronista Oficial, siempre he apoyado, y lo seguiré haciendolo, cualquier iniciativa de los miembros del Consistorio, procurando la conciliación entre todos los vecinos; respetando y procurando que respeten la libertad de opinión de cada cual.