POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
De noche, iluminadas por la Catedral, lucen gaviotas volando alrededor de la flecha gótica; la gaviota argéntea, harta de emigrar a las Antillas, optó por anidar en Oviedo, en la aguja de Hontañón. Una de ellas, con aleteos de incienso, se posó en la ventana de mi despacho para que yo escribiera este artículo. Cuarenta centímetros, pico amarillo, mancha roja en la mandíbula inferior; las plumas de sus alas son negras con puntos blancos, y rosas las patas, los pies y las membranas interdigitales. Habla por esa boca ganchuda y, entre sus muchas y roncas expresiones, suelta un “escritorrr, escritorrr”, que me pone los pelos de punta. Con entrenamiento, puede aprender nombres y obedecer órdenes sencillas; por ejemplo, me acerco y le grito: “¡Vuela!”, y la gaviota vuela. También nos parecemos en eso, en la capacidad de volar; si bien, ella necesita menos plumas que yo tinteros.
Fuente: http://www.lne.es/