POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)
Ha llegado el día en que se cumplió el centenario del nacimiento de Emilio Romero, nuestro preclaro periodista y escritor. De este centenario ya hemos tratado algo en esta columna, pero es para mi ciudad una conmemoración de mucho calado para no insistir más sobre este tema que, además, estos días está nuevamente de actualidad.
Verán amigos, este arevalense tan amante de “su pueblo” −que a él lo de ciudad le sonaba abrumador, aunque conocía de sobra aquel nombramiento oficial unos años antes de su nacimiento−, como puso de manifiesto en sus escritos más intimistas, los que dedicó a su lugar de origen del que nunca renunció y al que siempre volvía, especialmente para celebrar la fiesta de nuestra patrona la Virgen de las Angustias, hasta los últimos años de su vida.
Escritos varios que se publicaron en el programa de las Ferias y Fiestas y también intercaló en otras obras de temática más general, en los que se desnudaba de los quehaceres capitalinos y periodísticos, de sus compromisos sociales y políticos, para sacar de su interior los sentimientos hacia un Arévalo que adoraba, a sus gentes, en retratos de la ciudad tan acertados en su diagnóstico como cercanos y vividos por él, sus gentes, en aquellos tiempos entre burguesas y proletarias de una sociedad ya pasada, de un tiempo en que la ciudad contaba con un tejido social manufacturero en que los obreros del comercio, de las fábricas de harinas, de tejidos, de los almacenes exportadores de legumbres, de jornaleros de la construcción, y del campo, de segadores veraniegos foráneos, casi todos gallegos, un tejido social que planteaba una sociedad organizada y reivindicativa, y que nuestro protagonista vivió en su niñez.
Un Arévalo en tránsito adormecido en sus laureles pasados hacia otra decadencia solo superada con la nueva y moderna industrialización nacida con la creación del polígono industrial “Tierra de Arévalo”. Emilio Romero se vanagloriaba de sus orígenes de la clase media arevalense, en la figura de su padre, director del telégrafo, y de su abuelo el francés, el ingeniero que llegó con la construcción del ferrocarril y se quedó por estos lares.
De su bellísima madre, artista y sensible a las bellas artes. También se enorgullecía de sus primeros estudios en las escuelas públicas, con la beca municipal que le propició comenzar el bachillerato, antes de dar el salto hacia otros horizontes, como otros muchos jóvenes, en busca de perspectivas laborales. Como hoy mismo se produce… como siempre.Un Emilio Romero que tanto trabajo dio a muchos arevalenses, que intentó traer industrias a la ciudad, como aquella fallida instalación de la azucarera de Olmedo, que él había conseguido y yo mismo escuché el acuerdo ministerial en el telediario, con gran gozo general… y que pocos días después, en un pulso pedido de localismos y provincianismos, se marchó a nuestra vecina Olmedo con la que tantos episodios históricos hemos compartido.
El acto de amor por su Arévalo quedó plasmado en los últimos momentos de su vida, cuando hizo pública la donación de su espléndida biblioteca a su ciudad. Unos cuantos millares de libros, ediciones representativas de su momento histórico, de sus obras, de muchos autores sus contemporáneos. Precisamente estas últimas semanas ha sido abierta al público como un acto de la celebración del centenario.
Y les puedo decir que, además de esos libros que son historia del s. XX, lo que más me ha llamado la atención es el numeroso grupo de cuadros en las paredes de la “Biblioteca Emilio Romero”, trofeos, nombramientos, premios, distinciones y muchas placas conmemorativas que atesoró a lo largo de su vida, y algunos retrato y dibujos… Un magnífico legado que debe ser conocido por los arevalenses.
Precisamente este 21 de julio, la asociación La Alhóndiga lo conmemoró en la biblioteca, entre sus libros, con lecturas de momentos de su biografía, y algunos de sus escritos, en un ambiente recogido y muy literario.