POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Cada vez hay más tiendas llamadas ecológicas. Son caras, para ricos. Se entra en ellas con la cabeza alta, como quien milita en un partido al que admira. Sus clientes Están convencidos de que compran salud, porque nada tóxico se vende allí. Los padres jóvenes suelen llevar a los bebes colgados. Es que también hay una teoría nueva sobre la crianza de niños. Serán mejores si duermen en la cama con los papis, y si los cargan encima hasta que caminen solos. Eso de carrito traumatiza. O sea, es tóxico también. Lo que pasa es que si miras bien a los usuarios de esas tiendas, la mayoría son bastante consumistas; llevan ropas de marca, y sus deportivas valen un pastón. Como sus vaqueros, hechos trizas.
A mí que criaturas criadas entre algodones me hablen de ecologismo, me resbala. Es que yo sí sé lo que es el ecologismo obligatorio. Nacer en un pueblo chico en los 50 del siglo pasado era lo menos tóxico que los nuevos ecologistas ricachones puedan imaginar. Te parián en casa, sin calefacción por supuesto, aunque nevara fuera. Toda la ropa era de pura lana, hecha a mano. Los pañales, reutilizables, de algodón. Como la funda del colchón, pensado para durar toda la vida. También era lana el relleno del colchón. La esquilaban allí mismo los pastores. Había que quitarle la mugre de las ovejas, cardarla, y fabricar así un colchón en el que te hundías al caer. Entonces no se había inventado lo de las cervicales, ni para los viejos. Los zapatos, de cuero si era de una clase pudiente, te los hacia el zapatero; grandes, para que durasen mucho. Los pobres se conformaban con albarcas, que sí eran tóxicas: se fabricaban con desechos de neumático, o sea petróleo. Malo, malo. Respecto a detergentes, todo natural. Jabón hecho con restos de aceite usado, que servía para todo. Bueno, tampoco eran tan exigentes en temas de higiene. En eso también nos parecíamos a corrientes modernas, que desaconsejan, por ejemplo, baños excesivos en niños pues disminuyen sus defensas.
Respecto a comida, aquello era Jauja: poca carne, y criada en casa; mucha berza, del huerto, abonado con el estiércol que sobraba en el corral, donde vivía el cerdo hasta tan Antón, y de las gallinas, que ponían huevos sin parar. Se alimentaban estos bichos tan tontos con las sobras de la casa, incluidas las cascaras de sus huevos. Los conejos, manjar exquisito, tenían como pasto los yerbajos del huerto y la fruta podrida. Bueno, es que toda la fruta, abundante, llevaba gusanicos dentro, porque no se fumigaban las plantas. Sí se usaba mucho un liquido, DDT, para matar moscas, que eran millares. Luego lo retiraron porque su peligro para la salud era inmenso. Para entonces nos habíamos acostumbrado a su olor. El toxico que respiramos por culpa de las dichosas moscas va por dentro. Al menos no estábamos intoxicados con medicinas químicas, pocas y escasas. Allí se curaba casi todo con eucaliptus, bicarbonato, agua de Carabaña y manzanilla. Si subía la fiebre o pillabas el sarampión, a la cama, y a sudar. Era todo sanísimo. Lo raro era que la gente se moría joven, aunque sana. Los niños, ni te cuento. Cada día tocaba en la iglesia a muerto por ellos, aunque los amamantaba la madre hasta echar dientes, que es lo más sano.
Hoy no comemos nada bueno, todo toxico. Será verdad. Pero España esta llana de personas que rozan los cien años. Algunos a los ochenta cumplidos, se echa novia. Y eso que están podridos por dentro con tanto tóxico, pues no se privan de nada. Hasta la fruta está contaminada, porque no tiene gusanos.
Yo soy partidaria del equilibrio. Ni hoy todo es tóxico, ni ayer todo era sano. Más convencida aún estoy de que lo mas toxico que existe es algún tipo de gente que la vida nos pone cerca. Eso sí que mata. La mayoría de enfermedades cardiovasculares las agrava el estrés y la tristeza. Mucho se habla, y se escribe, de “malafolla granaina”. Pero es injusto echar ese muerto a Granada ¿Quién no ha tenido que soportar a un conocido o familiar que sólo habla de si mismo? Que le importa un pimiento los problemas ajenos. Quién no ha aguantado a un pelmazo pesimista que se mete en tu vida con fórceps y no hay manera de echarlo. O un salvapatrias que tiene la solución a todo, y encima se empeña en contártela. También abundan los que sólo hablan de política o de medicina; los que odian a la humanidad; los rácanos que presumen de espléndidos; los tontos que ejercen de listillos, y los que presumen de solidarios para salir en las fotos, aunque no pueden soportar cerca la compañía de un pobre, o la lentitud de un anciano. Mi papelera dice que no hay peores tóxicos que estos. Que huyas de ellos porque matan como la peste negra. También dice que lo menos tóxico es vivir feliz mientras se pueda, y huir del ecologista peñazo.