POR DOMINGO QUIJADA GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)
Una vez que los reyes leoneses y sus mesnadas conquistan y repueblan el Valle del Alagón y sus alrededores, surgen en ese espacio una serie de aldeas entre los siglos XIII y XIV en torno a la “Mancomunidad de Villa y Tierra de Galisteo”, de cuyo Concejo formarán parte.
Como es evidente, para instalar los asentamientos humanos, buscan las mejores tierras y las más aptas para el cultivo del cereal y legumbres, así como pastos para el ganado.
Y, en lo que a Montehermoso se refiere, la elección de ese territorio para morar se fundamentaba en tres tipos de suelos bien caracterizados:
. Alineaciones de granito situadas al norte del término, formando el gran batolito granítico Plasencia-Montehermoso, que cruza el río Alagón. Ideal para pastos, si la primavera es lluviosa.
. Un área de metamorfismo de contacto, compuesta por esquistos (rocas parecidas a las pizarras), guijarros y conglomerados, situada al sur de la anterior. Da lugar a buenos suelos para olivares, viñedos, gramíneas y leguminosas. Y también minas.
. Y una formación de pizarras y otras rocas disgregadas, que abarca el sector meridional de la anterior, incluyendo el sector oriental de la dehesa boyal. En esa zona, la presencia de hierro es manifiesta, pero sin formar filones. Apta para olivo, encinas, matorral, cereales y pasto (amén de otras especies).
Pero, es natural que necesitaran agua suficiente para beber y otros usos básicos. Y esas estructuras geomorfológicas anteriores lo posibilitaban: el agua filtrada arriba, en los cerros graníticos de la Barrera del Ronco y sector noroccidental de la dehesa boyal (entre las carreteras de Aceituna y Pozuelo), surge abajo, entre los esquistos y pizarras mencionadas. Y fue éste el lugar idóneo para edificar las primeras chozas y casas, posterior aldea y pueblo.
En un primer momento, aprovecharían los manantiales más superficiales, más accesibles: caso de la Fuente Corte, “Jerrau” o similares.
A partir de entonces, se irán perforando pozos y fuentes de acuerdo con lo que el incremento demográfico demandaba. Primero los más antiguos: uno en el centro neurálgico de la aldea, Morón, en la plaza de su nombre (y donde se celebraban casi todos los actos públicos); otra en el extrarradio, la Fuente del Ronco, situada en la Cañada de los Rebollares, por donde antes pasaba la ruta pecuaria (y tal vez la romana, en cuyo caso sería reconstruida, que sería lo más probable). Y así sucesivamente: Pozo Encima, Sapina, Rengadilla, Peralera, Parra, Vitoria, La Cañá, Fernando, Capricho, etc.; más los excavados en los corrales de las viviendas De ellos, algunos tenían un agua excelente para el consumo humano y uso doméstico. Mientras que en otros era “dura” o “sosa”, lo que limitaba su utilidad. Incluso había algunos muy contaminados, debido a la presencia de corrales o arroyuelos en sus proximidades (como la nociva “Cagancha”).
Sin contar los excelentes manantiales de los “parrales” que, aunque eran privados, sus dueños concedían generosamente en años de sequía y necesidad extrema.
Pero Montehermoso continuó creciendo, de tal modo que en 1950 ya contaba con 5.000 habitantes, y 6.000 una década después. Y, por si fuera poco, el sexenio 1948-1954 fue muy árido, agotándose muchos de los pozos citados.
Esa situación incitó a la Corporación que encabezaba el alcalde, Inocencio Ruano, a dotar al municipio de un gran pozo cerca del casco urbano: en un lugar con agua abundante en el subsuelo, como podíamos apreciar por los “verdinales” existentes en sus alrededores (grama), de donde fluía hacia la laguna de San Sebastián. Es natural: dicha lugar está más bajo que el arroyo del Pez y los berrocales mencionados, surgiendo el agua con largueza.
Para evitar estrecheces, se perforó un gran cilindro que tendría aproximadamente ocho metros de hondo por otros ocho de ancho, cubierto en parte por vigas y bóvedas hormigonadas, quedando al descubierto sólo el brocal y la cubierta superior.
Lo de su nombre, “Mirón”, surgió del ingenio popular: por la gran cantidad de personas que acudían a ver las obras, ya que nunca habían conocido pozo igual.
Y, desde 1953 (creo recordar que ésa era la fecha que tenía grabado), gran parte de las mujeres del pueblo se encaminaban cada día hasta él para acarrear el preciado líquido, con sus “rodillas” a la cabeza y “almohadillas” a la cintura, todas ellas bellamente decoradas con cintas y borlas de colores. Jamás lo vi agotarse, ni siquiera en el seco trienio 1964-67.
También algunos chicos –pocos, como era mi caso–, con gran rubor y vergüenza al principio, nos acercábamos diariamente a por el agua que necesitaban en casa. Eso sí, yo no disponía de esas prendas femeninas anteriores, sino que mi querido padre encargó en la herrería de su primo un ligero carro metálico, provisto de dos ruedas de moto y cinco orificios para ubicar los cántaros. Aunque entonces estaba mal visto que los varones realizaran labores femeninas, las buenas mujeres que coincidían conmigo sabían que “tía Adriana” no podía acercarse a por ella.
Dos décadas cumplió su cívica misión. En los años setenta llega el agua corriente, primero desde el embalse-laguna del arroyo del Pez, ayudado después desde el Canal en los veranos. Y Mirón quedó inservible, camuflado en un patio del Centro de Salud edificado sobre su entorno; pero siempre permanecerá vivo en nuestro recuerdo.