POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Acordarse de ellas, en tierra tan reticente a honrar a sus hijos, es digno de recibir alguna de las cien mil medallas que se imponen cada año en Murcia. Pero sus historias palpitan en los legajos a la espera de que alguien, al que tildarán de desocupado, las recupere. Son las murcianas musulmanas que destacaron en su tiempo, que no es el nuestro aunque también entonces fueran condenadas al anonimato. Pese a todo, el recuerdo de una perduró por los siglos en un fragmento de temple sobre estuco del tercer cuarto del siglo XII. Puede admirarse en el Museo de Santa Clara la Real y representa a una mujer, de rosadas mejillas, que sostiene un ‘mizmâr’, instrumento similar a la flauta. Es de las pocas representaciones que existen de una mujer andalusí en el mundo. En el mundo.
Y no es la única. Para adentrase en el tema basta leer la espléndida obra ‘La Murcia Andalusí (711-1243)’, de la catedrática de la Universidad de Murcia María Martínez, indispensable para quien desee acercarse a la época. Época donde lo masculino primaba. En sus páginas sostiene que «la mujer aportaba el ajuar […] y el varón el pago de la dote. Tras el matrimonio, la libertad de la esposa quedaba limitada a la visita de amigas, una tarde a la semana al baño público, los viernes a la mezquita y, a veces, al cementerio. Sin embargo, la historiografía sigue desvelando el papel social y cultural de las mujeres andalusíes».
La profesora de la Universidad de Murcia, Victoria Aguilar, en su artículo ‘Fatima, Amat Al-Rahman y otras mujeres en el mundo del saber de Murcia en el siglo XII’, también propuso un recorrido por la historia de alguna de aquellas murcianas de dinamita que arroja luz sobre al anonimato al que la historia, escrita por y para hombres, las sumió. La primera que menciona es la hija del tradicionista Abu ‘Ali al-Sadafi, de nombre Fátima, quien vivió gran parte del siglo XII, se casó con un discípulo de su padre y murió a la edad de 80 años. El enlace fundaría una dinastía de sabios que alcanzó tres generaciones, según sus biógrafos. El marido de Fátima, como después su primogénito, dirigió la oración de los viernes, que también la hubo durante siglos, en la mezquita aljama de Murcia.
Poco más aportan las crónicas sobre la vida e intelecto de Fátima. Igual sucederá con el resto de ilustres murcianas. Pero sí fue descrita como «una mujer piadosa y asceta, que memorizó el Corán y sabía mucho ‘hadiz’», apunta la profesora Aguilar. ‘Hadiz’ significa dicho o conversación que representa para el Islam lo que enseñaba y las acciones del profeta Mahoma.
Con el padre de Fátima estudiaría otro culto musulmán, cuya hija se llamaba Amat al-Rahman, conocida también en su barrio, que casi barrio era toda la ciudad, como Umm Hani. Nació en torno al año 1120 y sus biógrafos recuerdan que le recitó a su padre unos versos para animarlo cuando conoció la noticia de que había sido nombrado juez de Almería, lo que evidencia que abandonar la bella Murcia siempre ha causado una insoportable tristeza. Aquellos versos, en cambio y al parecer, no eran suyos, lo que la excluye de algunos catálogos. Pero bueno.
Con el mítico Rey Lobo
El profesor José Emilio Iniesta, en un artículo publicado en la revista ‘Cangilón’, sostiene que Amat compuso «un Libro sobre las tumbas y los moribundos, valiosísimo para conocer las costumbres funerarias de la España Islámica; por desgracia, solo han llegado fragmentos de esta obra hasta nuestros días».
Casada dos veces, el segundo marido fue secretario en la corte de Ibn Mardanish, el Rey Lobo de las crónicas cristianas. Fue el monarca que gobernó durante buena parte del siglo XII Murcia y la convirtió en la segunda ciudad de la España musulmana, solo por detrás de Sevilla. Los territorios bajo su poder abarcaban desde Almería a Castellón, pasando por Valencia. Por no hablar del complejo histórico de Monteagudo, el que asombraría después a Alfonso X y nosotros dejamos que se desmorone.
El Rey Lobo (o Lope, que hasta se discute si realmente no era árabe y el Mardanish es de Martínez) protagonizaría la época de mayor esplendor musulmán en este Reino. Y hasta hubo Papas que le rindieron homenajes, como el controvertido Alejandro VI, quien lo describiría como «monarca de gloriosa memoria».
En ese ambiente de esplendor vivió Umm Hani. Como también lo hizo, pues se sospecha que incluso pertenecía al entorno familiar de ese monarca, Umm Mu’affar. Maestra de lecturas coránicas, Victoria Aguilar destaca de ella que quizá instruyó a la Corte en el mismo palacio del monarca, sin determinar si era libre o esclava, esposa o concubina. Otra de las murcianas que ya nadie recuerda ni honra fue Fathuna, de la misma época y considerada una destacada literata e historiadora. Fue autora, por ejemplo, de un libro sobre esclavas cantoras de al-Andalus.
La esclava Laylà también atesora una biografía de excepción. María Martínez recuerda que, «pretendida por muchos, optó por casarse con un juez granadino ‘que la hizo suya y la amó apasionadamente’». Y lo hizo a pesar de que no la había manumitido, lo que convertía el matrimonio, aunque legal, en reprobable por la sociedad.
Y también terratenientes
La desintegración de la Murcia andalusí inmortalizaría sobre el pergamino, en el célebre ‘Libro del Repartimiento’, los nombres de unas setenta musulmanas, todas propietarias de tierras, a menudo minifundistas pero, siguiendo a Martínez, que es mucho seguir, también en otros casos «poderosas terratenientes pertenecientes a los linajes político-militares como ‘Mariem, fija de Amir Almuzlemin’ y hermana del arráez ‘Abubacre’. Mujer destacada fue también «Çulema [Sulayma] de Catorce», esposa o hermana de Çuleman Catorce, almojarife de don Gil García. Era propietaria de grandes extensiones en los pagos de Aljucer y Caravija. Y así unas cuantas. Aunque todavía no se llamaban Fuensanta, que eso vino poco después.
¿Cuáles eran los nombres de aquellas remotas murcianas? Martínez resuelve las dudas al subrayar «la pervivencia de los nombres vinculados con la familia del Mahoma: su esposa (‘A’ysa) o su hija (Hatima) de Mahoma. Junto a ellos abundarían los nombres de Zohra (al-ZahrÄ�’) y Mariem.
Concluye la catedrática en su obra que en aquella época «hubo bastantes casos de mujeres excepcionales, independientes, transgresoras y cultas que traspasaron los rincones cotidianos del olvido». Pero, hasta la fecha, no han logrado abandonar el rincón del olvido administrativo. Igual de cotidiano estos días.
Fuente: http://www.laverdad.es/