POR FRANCISCO JAVIER GARCÍA CARRERO, CRONISTA OFICIAL DE ARROYO DE LA LUZ (CÁCERES)
El final de la fratricida Guerra Civil llenó de luto a centenares de arroyanos. A pesar de ese sombrío panorama, a los que se sumó el hambre, la miseria y las cartillas de racionamiento que constituyeron, por consiguiente, una realidad cotidiana, algunos arroyanos no estuvieron dispuestos a seguir lamentando sus muchas desgracias y quisieron de alguna forma salir del marasmo en el que se encontraban. En aquella década de los cuarenta no hallaron mejor fórmula para hacerlo que recurrir a la cultura. Fue en aquel contexto donde se inscribe la mítica Revista de Ferias y Fiestas. Una publicación anual que fundada por el secretario del Ayuntamiento, Juan Luis Cordero Gómez, vio la luz por primera vez en 1944.
Un boletín que discurrió en paralelo a la Revista Alcántara, de tirada provincial y que todavía hoy continúa publicándose y que, incluso, tuvo un nacimiento posterior a la arroyana, ya que la revista de la Diputación está fechada un año después. Lo que sí tuvieron en común ambas publicaciones fue el elenco de escritores que colaboraron en ambas. Fue por otro lado la arroyana, una revista que creó escuela en la población y pionera de otras muchas que se han ido fundando en la villa a lo largo de los últimos 70 años, desde Garabatos. Adagio o Alfares, sin olvidarnos de El Convento, el último intento serio por revitalizar las revistas culturales de Arroyo y que en este último caso llegó de la mano de la periodista Loli Higuero Padilla.
En la revista colaboraron desde el primer número, además de su director Cordero Gómez, Juan Ramos Aparicio, Miguel Borrachero, Pedro y Carlos Caba Landa, Vicente Criado Valcárcel y Tomás Martín Gil, entre otros interesantes copartícipes. La calidad de la publicación, su presentación exquisita y la versatilidad temática provocó que la nómina de escritores se incrementarán en las siguientes tiradas, mostrando, de esta forma, la importancia que la revista tuvo en los círculos de la cultura extremeña durante los años del Primer Franquismo.
Por ejemplo, en las revistas de los siguientes ejercicios, además de los nombres anteriores se incorporaron de manera asidua Germán Sellers de Paz, Delgado Valhondo, el gran poeta extremeño, y sobre todo Ramiro Gutiérrez Suitino, un prosista que residía en Arroyo de la Luz, muy poco conocido y menos valorado por sus paisanos y que en ocasiones firmaba con el seudónimo de “Erege”. No obstante, Suitino, aunque fundador de la revista arroyana desde el primer momento, fue ahora cuando quedó consagrado como un escritor de hábil pluma, que nos legó numerosos escritos y que por su trascendencia sobrepasó el ámbito estrictamente local ya que fue muy apreciado y conocido en ámbitos intelectuales provinciales.
Ramiro Gutiérrez Suitino, “Erege”, nació el 17 de agosto de 1913. No era arroyano de nacimiento ya que sus padres procedían de Alburquerque y Valencia de Alcántara, José y Modesta, que eran como se llamaban sus progenitores. Como tantos otros que llegaron a la localidad en los primeros años del siglo XX lo hicieron en torno a la industria corchera, una de las más florecientes de la población durante una gran parte del siglo pasado y hoy, desgraciadamente, completamente desaparecida en el panorama local.
No obstante, no fue esta la profesión en la que ni su padre, ni él mismo, hizo carrera. Muy pronto José comenzó a trabajar de ayudante en la notaría de la localidad, y se llevó a Ramiro para que aprendiera el oficio que más tarde supuso el sustento familiar definitivo. Su buen hacer en la oficina arroyana llegó a oídos de un notario de la provincia de Málaga que le ofreció trabajo en Vélez-Málaga hasta donde se desplazó toda la familia hacia el año 1933. Estando en esta localidad fue cuando, como a tantos jóvenes españoles, la rebelión militar de 1936 trastocó todos sus planes de juventud. Ramiro fue llamado a filas para luchar en la guerra que se inició ese mismo año, aunque dado su nivel cultural, muy superior al de la mayoría de los soldados, hizo que la mayor parte del conflicto lo pasara en “oficinas”. De cualquier forma, también conoció la crueldad de la contienda ya que estuvo, al igual que su amigo Juan Ramos Aparicio, en la Batalla de Teruel, una de las más sanguinarias de la guerra dada las bajísimas temperaturas que los soldados tuvieron que soportar en aquel envite.
Concluido el conflicto volvió a Arroyo de la Luz, población que ya nunca abandonó y donde comenzó a ser un asiduo animador de la cultura local con proyección provincial. Casado con Leoncia García Hernández y padre de una hija, Josefina, fue un autodidacta, con conocimientos musicales y “devorador” de libros, leía casi todo lo que llegaba a sus manos, de tal forma que en veladas de café dejaba a sus contertulios con la boca abierta cuando les explicaba algunos de sus muchos conocimientos sobre temas variados y complicados. En una ocasión, por ejemplo, dejó entusiasmados al párroco, a un maestro y al médico cuando le escucharon exponer sus teorías sobre la piedra filosofal, una sustancia que se decía capaz de convertir los metales más básicos en oro.
Los conocimientos variados del personaje llamaron la atención en la localidad lo que provocó que muy pronto aparecieran algunos de sus escritos en diversas revistas locales y provinciales, tal y como hemos señalado al principio de este artículo. El primer texto que tiene publicado está fechado en 1944 y lo tituló “Antruejo arroyano”. Aquí Suitino, además de referir algunas de las tradiciones de la población, baile del pandero, estudiantinas de corcheros, o describir a la “Peña Tripera”, se deleita especialmente en la narración de la comida arroyana, especialmente exhibida ya que nos encontramos con un año en el que el hambre era una cotidianidad para la mayor parte de la población: “coles con buche, con pizpierno, morcilla ancha y témpora de tocino fresco, ostentosas y provocadoras con su humeante y oloroso barniz escarlata de casi dos dedos de grasa”, diría el texto que provocaba gran añoranza en todo el que lo leyó.
En octubre de 1945 apareció en la Revista Alcántara una poesía dedicada a su persona, “Orto y ocaso” llevaba por título, “A Ramiro Gutiérrez, juventud, amistad y letras en su rincón extremeño del Arroyo”. Su autor era Pedro Sánchez Mora, un poeta nacido en Trujillo en 1891 y que durante muchos años, al igual que Suitino, también firmaba sus escritos con seudónimo (Yo Fu). Era también el trujillano amigo de Juan Luis Cordero (otro amante de los seudónimos) y como el secretario del Ayuntamiento arroyano un enemigo del caciquismo extremeño, “hundamos al cacique, levantemos a Extremadura y muramos después tranquilos”, afirmó ya en la prensa de 1918.
Esta poesía de Sánchez Mora le franqueó puertas en la publicación provincial por lo que unos meses más tarde, febrero de 1946, envió su primera aportación literaria a la Revista Alcántara, “Melibea (Una fantasía amorosa)”, convirtiéndose en uno de los cincuenta colaboradores habituales que este rotativo tuvo a mitad de la década de los cincuenta. Melibea es un trabajo extenso de cuatro páginas, para lo que era habitual en sus textos, en el que especialmente se observa un profundo conocimiento de la obra de Fernando de Rojas, La Celestina. A partir de ese momento, Alcántara será su escaparate habitual de divulgación, además de las publicaciones locales.
En octubre de 1946 presentó también en Alcántara un breve cuento titulado “Porque el hombre es el nombre y su primera fatalidad su nombre”, un texto que recoge los problemas que en muchos matrimonios se presentaba a la hora de elegir el nombre de su vástago. Mucho más interesante es el análisis que hizo en septiembre de 1947 de “Los Corros” y que en este caso publicó en la Revista de Ferias y Fiestas de aquel año. En aquel escrito expuso la “belleza poético-musical receñida por gargantillas de mocitas enhebradas, y donde la música es lánguida, muy perezosa, como fuente musulmana”, afirmaría con un lenguaje refinado y culto.
En noviembre de 1947 un nuevo texto aparece en el número 13 de la Revista Alcántara, en este caso “Dos flores”, dos páginas donde describe, otra vez, con lenguaje al alcance de pocas personas, dos flores “recamadas de celestes primaveras y opalinos otoños”. Un año después y de nuevo en la Revista de Ferias volvió a aportar otro de sus escritos más logrados, “Chinelas de cristal”, una profunda reflexión donde mezcló “caminos de ensueño”, diría en su escrito, pero en el que se evidencia de manera meridiana que era la literatura su bien más preciado.
El año 1949 fue uno de los más prolíficos, al menos en cuanto a texto publicado se refiere. Aquel año tres fueron sus aportaciones más sobresalientes. En abril dio toda una lección en la Revista Alcántara sobre “El ajedrez”, un juego, entonces poco conocido en la villa, y al que describió como una sesión de “hipnotismo práctico donde las piezas quedan catalépticas sobre el mármol”. Un mes más tarde, y también la misma revista provincial, apareció “Lilith, su cántaro y yo”, una reflexión sobre el puente mayor de Arroyo de la Luz y la visión que el autor tuvo de una “labradorcita” a la que veía pasear por el puente menor. Y, por último, en septiembre de 1949 fue en el periódico Extremadura donde firmó “Agua en Arroyo”, aquí describe a nuestro pueblo como una tierra llena de humedales y donde la “charca Grande, Chica, Pontones, Quebrada, Petit, Pizarra, Barrera y Dos Molinos” componen el almacenamiento más importante. Pero también reflejó a las 26 fuentes de Arroyo entre las que algunas tenían “finísimas aguas como Torrezno, Cantería, Palabarguero, Cazadora, Albarda y el Corchito”, algunas de ellas fuentes ya casi completamente olvidadas en la localidad.
En 1950 el nuevo alcalde de la población, Manuel Montero, encargó a Ramiro para que fuese el encargado de elaborar el pregón de las ferias de aquel año. “Una sucesión de recuerdos crujientes y punzantes como secas rocas, una agridulce emoción llena el corazón de muchos arroyanos ahora, al sentir el pregón del heraldo espontáneo de su feria grande”, diría con enorme orgullo de arroyano de adopción.
A partir de esta década Suitino comenzó a dilatar sus aportaciones literarias, no es que dejase de escribir, sino que dejó de publicar al menos con la asiduidad anterior. Tenemos que esperar al año 1953 cuando aparezca en la Revista de Ferias un “Anochecer” espléndido, en el que el autor comenzaba a verse como “fuera de juego”, mientras Arroyo se moderniza, diría en su escrito “yo declino invariablemente hacia los tipismos llenos de evocación”. Nostalgia que volvió a repetir en 1954 cuando publicó “El amigo que se va”, instante en que algunos de sus convecinos comenzaban a marcharse de la localidad y a los que escribía diciéndoles que cuando estuviesen lejos de Arroyo, ya verían como todo el pueblo le parecería más hermoso, “más larga, más llana y airosa la Corredera, las Cuatro Esquinas y el Arrabal; más solemne la Plaza Mayor, y más poética la Charca Grande llena de arreboles al amanecer”, y no le faltaba razón, muchos fueron los que se marcharon y que describirían así a un pueblo al que dejaron atrás.
Después de ese escrito Suitino no publicó hasta el año 1963, al menos en las revistas habituales que plasmaron sus textos. Este año y al albur de una magnífica Revista de Ferias y Fiestas aportó un “Timbre de progreso” en el que, de nuevo, realizó un elogio al agua y al alcantarillado que comenzaba a ser una realidad en la villa. Sirvió el texto para hacer una crítica, como en su momento hizo Juan Luis Cordero, a esas calles arroyanas, “siempre reidoras”, afirmaría, y que hasta entonces habían sido el “obligado receptáculo de todas las aguas residuales, una afrenta contra la que venía luchando desde tiempo ha”, diría en ese escrito.
Y después de todo ello, el silencio. Como sucede en otros casos, tanto o más que lo que llegó a publicar fue lo que quedó inédito. Gracias al poeta Juan Ramos, quien lo describió como “mi gran amigo Ramiro, autodidacta y hombre afable y correcto. Leyó con ansia de saber, aunque pasara por su gran modestia ignorado por su pueblo”, poseemos en su archivo personal dos escritos sin publicar, el primero centrado en Luis de Morales, el artista del Renacimiento y que tituló “Morales, pintor místico”; y el otro, un cuaderno manuscrito de su puño y letra, todo un cajón de sastre con numerosas reflexiones y “apuntes de un arroyano apasionado por la cultura”, como reza la primera hoja que firmó Juan Ramos para que se supiera que lo que había allí, aunque estaba entre sus papeles, eran exhortaciones y consejos de “Erege”.
Ramiro Gutiérrez Suitino, arroyano de pro, falleció el 28 de marzo de 1981 cuando únicamente contaba 67 años de edad. Está enterrado en el cementerio de Arroyo de la Luz. Sirva este artículo para reivindicarlo y recordarlo de manera perenne.
Fuente: http://arroyodelaluzpaisajesyfiestas.blogspot.com.es/