POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Vivimos unos momentos en que todo vale, así porque sí, y en el que se destrozan los bienes comunitarios. Se producen pintadas en edificios que deberían ser respetados y mantener su exterior e interior inmaculados, ya no sólo por su calidad artística, sino también por lo que representan para la sociedad y para un pueblo. Hoy en día, ha surgido la mala afición de manchar reiteradamente fachadas en un acto de clímax de incultura, de incivismo, y me atrevería a decir de mala fe, y no en el concepto que respetamos del grafiti artístico permitido e incluso potenciado en algunos lugares. Me da la impresión que, cuando aquello sucede, y sigue sucediendo de forma reiterada, es porque existe detrás algo más. No es un acto individualizado, y es probable, casi seguro, que sea una campaña orquestada para hacerse notar, pues si de reivindicar alguna cosa se trata, existen otros cauces más civilizados en un estado democrático como el actual.
Reconozco que en tiempos pasados y de siempre el grafiti ha existido desde esos primeros dibujos en la época del hombre de las cavernas. Así como, posteriormente, con las marcas a modo de vitor realizadas con almagre en las paredes de los edificios eclesiásticos o universitarios, como reconocimiento a la labor realizada o por la promoción de alguna persona. Sin ir más lejos, en la Catedral, en el Colegio Santo Domingo y en la iglesia de Santiago, existen algunas de ellas, de las que trataremos en otra ocasión, recordando a los personajes a quien están dedicadas.
Pero lo de ahora, las pintadas, son otro asunto: si son para la reivindicación de algo que puede ser legítimo, está bien, pero considero que no debe de hacerse de esta manera. Si es por insultar o en tono soez, no tiene ninguna justificación. Más vale, en ambos casos, si se llegara a conocer a los autores, que se les sancionase con el pago de los gastos de la limpieza o bien que limpiaran ellos las manchas con su propia lengua.
Llevamos una temporada en nuestra ciudad y en la costa que surgen estas pintadas, incluso en los domicilios particulares de alguna persona significativa. Han aparecido, según recuerdo, en las murallas del castillo, en el muro de contención del Seminario, en el horno de San Antón, en la Catedral, en la iglesia de las Santas Justa y Rufina, en la Casa Museo de Miguel Hernández, en las fachadas traseras de los edificios que dan al río en la zona de entrepuentes y en los cercados que han sido instalados de forma que no desmerezcan artísticamente del entorno, en algunos solares del casco histórico. Estos actos poco civilizados antes quedaban reducidos al ámbito de los retretes públicos de estaciones, plazas de toros, campos de fútbol y cines. Pero, a veces, sin ensalzarlos tenían su gracia, mereciendo aparecer en alguna antología golfa de los grafitis, como aquél que existía en la estación de ferrocarril de Orihuela que decía, y que nos perdonen nuestros lectores: «En este mismo lugar, y en este mismo retrete, me sodomizaron (dicho de forma fina), el jefe de la estación, el factor, y hasta el que pica los billetes». Recuerdo también hace años, en una fachada de la Avenida de Carrero Blanco de Santa Pola, una pintada que apuntaba: «Cuando el dedo señala a la luna, los tontos miran el dedo». Y de tontos debe ir el asunto. Más que de tontos, yo me atrevería a decir de vándalos, en el más estricto sentido de la palabra, como individuos que realizan actos propios de desalmados y salvajes. Muy alejado de aquella otra acepción que hace referencia a los individuos bárbaros, de origen germánico procedentes de Escandinavia. Realmente, no sé porqué, ha quedado la primera de ellas identificada para todo lo que supone actos reprobables, cuando, según nos decían en la escuela, al irrumpir en la península estos pueblos, en los momentos de agonía de la Hispania romana, fueron tres: suevos, vándalos y alanos. Solamente se me ocurre que se les haya cargado el mochuelo a los segundos, porque serían los más malos o sanguinarios.
Decía que grabados, pintadas y dibujos han existido siempre en los edificios públicos, alcanzando algunas de estas la consideración de históricas. Hay una de ellas, que es referida por Justo García Soriano en su obra `El Colegio de Predicadores y la Universidad de Orihuela´, y que se hallaba en una celda de reducido tamaño que se encontraba en el ángulo noroeste de la biblioteca, cuando se albergaba en el convento dominicano. En dicha celda, probablemente destinada a calabozo del convento, en que purgarían sus faltas y fechorías los frailes y estudiantes, existía un cepo carcelario. En la puerta de dicha celda, en su parte interior, probablemente por mal de amores imposibles, surgía una redondilla que habían sido grabada con un objeto punzante, que rezaba: «Todo es uno para mí/ esperanza o no tenella;/ pues si hoy muero por vella,/ mañana porque la vi». Estos versos, años después fueron incluidos por Gabriel Miró en `El obispo leproso´, en el capítulo III al describir el Colegio de Jesús (Colegio Santo Domingo). Así mismo, también Juan Sansano Benisa, en su `Historia de Orihuela´ publicada en 1954, indica haberlos visto, pero los transcribe con alguna variante. Lo cierto es que, estos versos desaparecieron al remodelar dicha zona del colegio, y sólo nos ha quedado su recuerdo históricamente, a través de estos tres autores. Algo muy distinto, a esos otros textos vandálicos que, muchas veces, no dicen nada, que intentan reivindicar sin utilizar otros cauces, que en ocasiones insultan o son soeces, y que luego su limpieza es a costa de todos.
Fuente: http://www.laverdad.es/