POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA
De Fuentesaúco a Fermoselle hay una línea imaginaria que recorre la base de nuestro mapa provincial y que enmarca una gran diversidad geográfica con valores muy definidos, sin olvidar que dentro de esa variedad hay coincidencias destacadas que definen el entorno. Entre estas similitudes se encuentran de manera muy destacada los toros y, en el caso de las Tierras del Guareña, adornados con un complemento muy singular como es el juego y el arte de la lidia en el campo. Es en este aspecto donde nos encontramos con una serie de connotaciones históricas, puras y de una gran categoría, unidas siempre a la propia tierra que lleva entre sus genes ese señorío que da la propia tierra cuando de ella y desde ella se realiza una selección previa que ya habla claro de quiénes y cómo son sus habitantes. Horizontes abiertos, cerros testimoniales que dan carácter a sus valles y riachuelos plácidos y hasta perezosos como si no quisieran seguir para embellecer y quedarse para siempre en la comarca. Y si de un lado la llanura nos avisa, del otro y allá muy lejos la línea oscura de las encinas nos llama para entregarnos, como testimonio de fidelidad y firmeza, el señorío del toro, cuya silueta es y constituye una de las estampas más bellas que darse pueden, sin más fondo que el campo abierto y sin más compañía que su propio gesto, bella estampa que solo la res de lidia puede ofrecer.
Si del Guareña subimos hasta Toro, nada más atractivo que visitar su coso, uno de las primeros y más antiguos de la península, que ha sabido conservar el eco lejano de tantas y tantas celebraciones en las que, al final, en la plaza se remataría el encuentro entre la casta y el estilo, la bravura y la habilidad, mientras las notas alegraban y animaban el vocerío del público.
Y seguimos el llano, cruzamos el Raso y en la villa recordamos al torero de la llanura, el gran Andrés Vázquez que ha sabido vencer y dominar al toro y, lo que es más espectacular, ha dominado a la vez el calendario. Y con este paréntesis, llegamos a la ciudad de los Condes y junto al Esla el toro bravo ha mantenido su refugio, la ciudad lo mantiene dentro de ella como motivo básico y fundamental de su señorío legendario en el Enmaromado.
Y nos vamos hacia el Arribe, a esa villa señorial que a través de ese pasaje rico y variado en el justo límite de lo posible ha mantenido viva y fulgurante la fiesta, llevando hasta los rincones más escogidos de sus nobles piedras esa noble emoción que despierta entre nosotros la estampa del toro cuando, dirigido fuera de su ambiente, recorre calles y plazas despertando ese sentimiento de emoción compartida entre esos instantes y el final.
Fermoselle guarda y cuida con exquisito celo y mimo sus encierros y sus fiestas populares. Esa bolsa del toro, desde Fuentesaúco a San Miguel de la Ribera, con Toro y Villalpando hasta Fermoselle, constituye un espacio escogido que guarda y conserva las más puras esencias del arte de la tauromaquia.
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