POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, describe al “mindango” como una persona distraída. También aduce a personas despreocupadas por cuanto acontece a sus alrededores, o a la sociedad en general.
Prosigue señalando al mindango como una persona “camandulera e indolente” y, como un socarrón sin fuste. Finaliza definiéndolo como un “gandul de solemnidad”.
La misma Academia de la Lengua Española indica que dicha palabra se hablaba en la región de Murcia y, en especial, en la huerta; razón por la cual, aparece en el diccionario de la Lengua Murciana.
Estos personajes, tan singulares, son frecuentes en la sociedad, desde tiempos inmemoriales: esto nos indica que los hubo, los hay y los seguirá habiendo. Desafortunadamente, pertenecen a linajes de familias acomodadas, que desconocen los problemas y necesidades de la sociedad.
Al ser personas, casi, de escaparate, solamente aportan su estampa física qué, casi siempre se acompaña de “.un cerebro vacío de contenido y de ideas” Están tan súper protegidos que cuando les sacas de sus reductos “caminan sin agallas”. Son, en el argot de la huerta murciana “cogollos de col”.
A finales del siglo XIX, concretamente en la década de 1870 a 1890, el militar de mi locaidad. Antonio Tomás Sandoval, que mandó construir “el Gurugú”, en el año 1870, llegó a decir que “la sociedad estaba llena de mindangos” y los definía como personas que alardeaban de su figura, solamente tenían fachada y no servían para nada.
Eso sí, “solían ser buenas personas o, al menos, lo aparentaban”. Cuando le nombraron Alcalde en el año 1899, en la primera sesión de su consistorio, arengó diciendo que “no quería mindangos entre sus concejales y colaboradores”; aunque fueran familiares suyos. Esa máxima siguió siendo santo y seña cuando tomó el relevo de la alcaldía Damián Abellán Miñano.
Tuvimos la suerte de tener “grandes Maestros Nacionales” que lucharon con la palabra y sus enseñanzas para conseguir el bienestar de los vecinos, a través de la formación de sus niños, tanto a nivel cultural como humano, premisas básicas para “hacer personas”; en el amplio sentido de la palabra.
Mención especial a finales del siglo XIX y principios del XX, merece el Maestro Juan José Ripoll, quién colaboró con los políticos de la época con el propósito de sacar al pueblo de la crisis de valores en que se encontraba sumida. Metido en faena, fue pieza fundamental en la formación de un grupo musical, hasta el punto de qué, en el año 1910 se fundara “La Banda de Música de Ulea”.
También, cuando en 1913, el Gobierno de la nación, a través del Ministerio de Agricultura, preconizó que se fomentara la forestación de los pueblos de España, el maestro Ripoll fue el abanderado en la formación de los alumnos en la plantación y cultivo de árboles y, sus pupilos también algunos adultos colaboraron en la causa, acabaron siendo grandes entendidos en agricultura.
Cultivaban árboles frutales y flores consiguiendo fuesmos un maravilloso vergel. Tan es así qué, los colegios de los pueblos de la comarca, giraban visita a nuestros planteles para aprender los entresijos de la agricultura.
Cada curso era visitado por todos los alumnos de los pueblos colindantes, con sus maestros a la cabeza. Las lecciones del Maestro Ripoll y sus alumnos, resultaba ser una asignatura obligada en sus colegios.´
Hasta tal punto estaban ilusionados qué, el día 14 de febrero del año 1914, se instauró, en la localidad, “La Fiesta del Árbol” bajo los auspicios de Juan José Ripoll y toda la ayuda institucional que le prestó la Corporación Municipal, con el Alcalde Francisco Tomás Ayala a la cabeza. Tal expectación había suscitado en la región qué, a la inauguración de la Fiesta del Árbol, acudieron altas personalidades de la Región.
El Alcalde, en su alocución, ensalzó la labor del maestro y sus alumnos, acordando seguir celebrando, anualmente, el día 14 de febrero, “La Fiesta del árbol”.
Tomó la palabra el maestro y, con la entereza y modestia que le caracterizan, glosó los méritos de unos alumnos íntegros e ilusionados con la causa, a los que citó; para que el pueblo tuviera memoria histórica de unos vecinos excepcionales. En presencia de toda la comitiva los nombró a todos; en una cita interminable. Sus nombres eran los siguientes:
Rafael Fernández Moreno, Antonio Vargas y su hermano José María, José Antonio López Garro, Isaías Garro Valiente, Damián Abellán Herrera, Gregorio Tomás Ramírez, Joaquín Moreno Sánchez, Santiago López Abenza y sus hermanos Vicente, José Antonio y Francisco, Manuel Moreno Tomás, José López Ruiz, Joaquín Carrillo Martínez (mayor), Joaquín Carrillo Martínez (menor), Gabriel Carrillo López, Joaquín González, José Moreno Carrillo, Antonio López Martínez, Blas Carrillo Moreno, Antonio Ortiz y muchos otros que colaboraron, aunque no pertenecían a su cupo de alumnos.
Lástima, decía el maestro Ripoll, que entre sus alumnos no hubieran niñas; seguro que estaban preparadas para desarrollar una gran labor, pero, la normativa no contemplaba que el alumnado fuera mixto.
Don Juan José, que tenía a su lado al señor alcalde, se hizo acompañar de sus alumnos que eran según palabras del Maestro, los verdaderos artífices de tal evento.
Sí, allí, con todo el público enardecido, ensalzó la labor de las autoridades y, sobre manera, sus colegiales, indicándoles que contaba con todos ellos para seguir en la brecha. Sin embargo, se atrevió a hacer una salvedad; “contaba con todos menos con los mindangos” Estas personas eran meros figurones, no ayudaban en nada y resultaban ser una “rémora” para el grupo.
Indudablemente, las personas que solamente servían para “lucir su palmito y pasear con andares parsimoniosos”, según el maestro Ripoll, eran un lastre para la sociedad y, por consiguiente, no confiaba en ellos.