EL ARA PACIS Y EL RETABLO DE LA CATEDRAL DE CARTAGENA, LOS ÓLEOS DE GILARTE, LAS BANDERAS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA O EL TESORO DE LORCA SON SOLO ALGUNAS DE LAS OBRAS DE ARTE QUE LUCEN MUSEOS Y COLECCIONES DEL MUNDO Y CUYA PROPIEDAD ESTÁ EN TELA DE JUICIO
Es probable que algún noble murciano admirara a través de sus celosías, hace ya medio milenio, la hermosa y fértil vega del Segura. Y sentiría similar admiración que hoy experimentan quienes la contemplan en el Museo de Arte Islámico de Berlín.
Se trata de un ajimez o ventana dividida por una columna, de talla espléndida y de dos metros y medio de altura, que los expertos datan en la segunda mitad del siglo XV. Los conservadores mantienen que «se supone que proviene de Murcia».
Es solo una de las muchas piezas que salieron de la Región para no regresar. Desastres naturales, desamortizaciones, robos e ineficacia política han provocado, durante siglos, que destacadas obras de arte adornen lejanos museos y colecciones particulares. La pregunta es: ¿Resulta legal que no retornen?
La respuesta no es fácil. La devolución estos días por orden judicial de 44 bienes históricos al monasterio de Sijena (Huesca) por parte del Museo de Lérida reabre el debate acerca de si las obras de arte deben exponerse en el lugar donde pertenecen. Aplicando esa jurisprudencia, tanto Aragón como Cataluña, incluso el Museo de Lérida, tendrían que devolver a la Región algunas piezas.
El Museo de Huesca, por un lado, disfruta en depósito de los óleos del jumillano Mateo Gilarte ‘La Virgen en oración’ y ‘Presentación de Jesús en el templo’. Ambos adornaron el actual Palacio de San Esteban de Murcia. Mientras, el Museo de Lérida anunció en el mes de abril que había recibido más de 1.600 objetos cerámicos del ayuntamiento y parroquia de Bellpuig, entre las que se encontraba «una producción destacada de platos del [de los] centros de Cartagena y de la Cartuja de Sevilla, más conocidos como cerámica Pickman, obras todas posteriores al 1810». Aún ayer podía leerse así en su ‘web’. Sin contar que la Universidad Central de Barcelona luce otras dos obras del pintor murciano y de igual procedencia.
Determinar el periplo que recorrieron algunas piezas hasta adornar tan remotas vitrinas o colecciones privadas resulta, en muchos casos, una ardua tarea. En otros, como sucede en el Victoria and Albert Museum (Londres), en su día alguien realizó anotaciones que arrojan luz, aunque poca, sobre cómo llegaron allí. Así sucede con unas arracadas de plata dorada, fechadas en la década de 1860 y a las que acompaña esta nota: «Comprado para el museo por el señor Atienza por diez chelines en Murcia en 1870». Diez chelines.
La Comunidad restauró en 2008 un Salzillo privado que más tarde fue vendido en Madrid
El tal Atienza adquirió más piezas para el museo. A la colección se suma un San José atribuido a Salzillo por el que pagaron «150 libras al señor Sr. H. Baer, Londres» y que, como evidencia del paladar inglés para el arte, está en un almacén. Lo que no sucede con el llamado «tesoro de Lorca», un conjunto de monedas de plata de los califas omeyas de Córdoba, junto a otros adornos y que, como destaca la catedrática de Historia Medieval María Martínez en su obra ‘La Murcia andalusí. (711-1243)’, son «las piezas de joyería más tempranas encontradas en la Murcia» de aquel periodo.
Al conjunto, que al menos está expuesto, se suman dos arracadas de oro de la época de las taifas, en el primer tercio del siglo XI.
La joya de la corona, en cambio, es una magnífica Cruz de Caravaca, cuya existencia desvela el profesor de Historia del Arte Manuel Pérez Sánchez, reconocido experto en la defensa del patrimonio. No se molesten en buscar en la Red algún dato sobre ella. Resulta tan misteriosa como el procedimiento por el cual llegó a aquellos fondos.
El Ara Pacis cartagenera
El panorama del patrimonio que perdió Murcia es, según todos los expertos, desolador. Valga como muestra el caso del Ara Pacis o Altar de la Salud cartagenero. Se trata de un altar consagrado en el siglo I d. C. a las deidades de la medicina y la sanidad, Esculapio y Salus, en la colonia romana de Cartago Nova.
Cascales recuerda que la «piedra» fue trasladada a Murcia por el obispo don Sancho Dávila en 1594 y más tarde regalada a Alonso Fajardo, marqués de Espinardo, para que adornara su jardín. El altar embelleció el palacio del marqués hasta su muerte. Y, claro, sus herederos tardaron diez minutos en llevárselo a Hospitalet de Llobregat (Barcelona). A comienzos de 1940, el Museo Arqueológico de Barcelona lo adquirió para su colección.
Allí lo lucen.
El 8 de julio de 1997, el Grupo Socialista en el Ayuntamiento de Cartagena impulsó las gestiones para el retorno de la pieza por el 50º Congreso Nacional de Arqueología. El ara regresó, pero de visita. En 2005 se promovió una moción conjunta del Partido Popular en el Senado y el Gobierno regional para el retorno definitivo de la pieza. El Senado debatió la moción el 10 de octubre de 2006 y fue aprobada. El texto solo instaba al Gobierno Central a mediar ante el Ejecutivo catalán en una futura negociación para recuperar la pieza. No se hizo nada.
Quizá los políticos desconocían que existe otro ara, si bien de menor valor, depositada en el madrileño Museo Arqueológico Nacional (MAN) desde 1869. Es una pieza de mármol blanco dedicada, según la inscripción, por Cayo Valerio Félix a la diosa Victoria. Descubierta en 1592, antes fue un pilar pequeño en la iglesia de Santa Ana y después se instaló en un patio de la casa de los Cuatro Santos. Estuvo en la Casa Municipal hasta su traslado al MAN.
La joya de la Catedral Vieja
Cartagena no solo perdió esta obra. El MAN posee el retablo en alabastro que adornó la capilla mayor de la catedral de Santa María la Vieja. La obra, gótica, de un taller de Inglaterra, está datada en el último cuarto del siglo XV. Representa pasajes de la vida de la Virgen, como destaca la catedrática de Historia del Arte Concepción de la Peña, una de las autoras más relevantes en el panorama académico regional.
Otra historia, curiosa cuando no indignante, es cómo llegó a Madrid. Lo hizo por decisión del Ayuntamiento de Cartagena en 1871, como una donación por la inauguración aquel año del museo. Eso sí, el Consistorio, ya en 2016, debatió una moción del partido Movimiento Ciudadano instando al Gobierno a solicitar la devolución de la pieza. Fue aprobada por unanimidad.
La dispersión de Gilarte
Destaca el profesor Pérez Sánchez que la salida de muchas piezas de la Región se produjo por la venta irracional desde la Iglesia católica. Hasta el extremo de que un obispo murciano prohibió tal práctica que, por otro lado, continúa en la actualidad. Baste el ejemplo de las monjas del convento de San José, en Caravaca, que ha sido expoliado tras su venta sin que, hasta ahora, no se haya iniciado una investigación, pese a las informaciones publicadas hace meses en ‘La Verdad’.
Entre esas piezas ‘exportadas’ de forma cuando menos dudosa se encuentra un conjunto fabuloso. Es la serie dedicada a la vida de la Virgen que Mateo Gilarte (Orihuela, c. 1629-Murcia, 1675) pintó para la Congregación de Caballeros de la Asunción de Murcia, ubicada en la iglesia de San Esteban, de la Orden Jesuita entonces y hoy sede del Gobierno regional. Eran trece lienzos.
En Londres se guarda la mayor Cruz de Caravaca que existe, sin que nadie sepa cómo llegó allí
Con la expulsión de los jesuitas, en 1767, pasaron doce de ellos a San Francisco el Grande, de Madrid, y con la desamortización al Museo Nacional de la Trinidad, fusionado después con el Museo del Prado. El conjunto, salvo las piezas en paradero desconocido, está hoy repartido en diversos museos, iglesias o instituciones. Entre ellas, la Universidad Central de Barcelona y otros museos en Gerona, Huesca y Ciudad Real.
Coronelas en París
Las irregularidades en la gestión de piezas no se reduce al Prado. Es, como destaca el historiador Álvaro Hernández, una cuestión antigua. Durante la Guerra de la Independencia contra los franceses, en el segundo sitio de Zaragoza (diciembre de 1808 a febrero de 1809) participaron 5 regimientos murcianos: 6.554 hombres y 134 caballos.
Entre ellos, el Primero de Voluntarios, al que los franceses arrebataron sus dos insignias. En ambas figura la Virgen de la Fuensanta, un león despedazando un águila y las leyendas: «Murcianos a Vencer» y «Los murcianos por la Religión, la Patria y Fernando VII».
En 1823, el Rey Luis XVIII, en señal de buena voluntad, decidió entregar a España los trofeos existentes de la contienda. Pero en 1815, tras la caída de Napoleón en Waterloo, un conserje, de nombre Mathieu, había escondido 44 banderas, entre ellas las murcianas. Así que nunca regresaron y, como destacan los expertos, Francia las retiene de forma ilegal.
Hace ahora una década, quien escribe estas líneas y en colaboración con el Consulado de Francia, solicitó la cesión de las piezas al general director del Museo de la Armada parisino, quien confirmó que tenían las banderas, aunque su mal estado desaconsejaba el traslado. El general, pese a ello, olvidó completar la historia. Porque ambas enseñas fueron restauradas en 1970 bajo la dirección de Pierre Charrié y, ya en 1990, fueron donadas por la Asamblea Nacional al Museo.
Otras banderas similares se encuentran diseminadas por España. También en París, en el Museo del Louvre, entre piezas cuya procedencia está aún indeterminada, se encuentra un bronce ibérico de Cehegín, que el archivero, Francisco Jesús Hidalgo, descubrió en una obra editada en 1904.
La colección del Británico
Murcia, acaso por su dilatada historia, está representada en la imponente colección del Museo Británico londinense con piezas de primer orden. Entre ellas varios dinares almorávides de oro datados en el siglo XI. Algunos fueron adquiridos a la casa de subastas A. H. Baldwin & Sons Ltd en 1921. Otros llegaron al museo entre 1873 y 1891, si bien nadie anotó quién los vendió o donó.
Más clara resulta la procedencia de las 99 monedas romanas de Cartagena que se encuentran en sus fondos, en su mayoría, compradas en casas de subastas o pertenecientes a la colección de W. H. Buckler, quien enriqueció el museo con donaciones entre 1914 y 1935. ¿Dónde las adquirió?
Nadie puede explicarlo. Por aquellos años también compraron un hacha de piedra pulida neolítica procedente de Lorca. Más sorprendente resulta encontrar una tarjeta de visita del murciano conde de Floridablanca, donada junto a otra que se refiere a un tal «José de Murcia» en 1818 por Dorothea Banks. O la portada de la primera edición de la obra de Cascales ‘Discursos históricos’. Aunque los expertos del Británico yerran al anotar en su ficha que se desconoce el impresor. Para su información, fue Luis Beros, en el año 1621.
Alfombra en el Metropolitan
También el reconocido museo Metropolitan de Nueva York tiene su cuota de arte murciano. Una de las obras es una alfombra hispano morisca que presenta un patrón de estrellas y octágonos de colores vivos. La conservación es increíble. Los expertos la datan en Murcia, en la primera mitad del siglo XV. Fue vendida al museo por la firma de decoración Maison Jansen en 1953. Pertenece, aunque no se expone, a la colección de arte medieval y bizantino.
Otra de las piezas es una espectacular Crucifixión (óleo sobre lienzo) del pintor jumillano Pedro de Orrente (1580-1645). Está datada entre 1625 y 1630. Del mismo y reconocido autor se conservan obras en otros lugares tan lejanos como el Hermitage de San Petersburgo y las ciudades de Budapest (Hungría) o Ferrara (Italia). El óleo del Metropolitan, que también dispone en su colección de otro dibujo del murciano, fue vendido por Christopher González-Aller, reconocido marchante de Edmund Peel and Asociados, hace apenas cuatro años. En Murcia nadie se enteró.
Se la restauro y usted la vende
En algunos casos, la falta de previsión de la Administración es, cuando menos, discutible. Eso sucedió con una ‘Virgen Inmaculada’ de Francisco Salzillo que en febrero de 2016 compró el Museo Nacional de Escultura a la familia Fontes. Su precio: 150.000 euros. Es una escultura de oratorio de 52 centímetros de altura que sirvió como modelo para la Purísima que Salzillo entregó al convento de San Francisco, en Murcia, y que fue quemada en la oleada anticatólica de 1931. Y también para otra destinada a Hellín, que ardió en 1936.
Esta pieza fue presentada a bombo y platillo por la Comunidad Autónoma en marzo de 2008 cuando concluyó su restauración, pese a ser una obra privada. Pudo admirarse en la exposición ‘Salzillo. Testigo de un siglo’, que conmemoró el III Centenario del nacimiento del escultor. Costó 9.000 euros devolverle el esplendor a la obra para que sus dueños la vendieran años después. Ahora está en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
Fuente: http://www.laverdad.es/murcia/patrimonio-regional-vuelta-20171217075925-nt.html