POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
A mediados del siglo XIX, ya en 1852, existían las clásicas tiendas de comestibles qué, cuando ampliaban sus existencias a productos de uso casero, se les denominaba “Tiendas de Ultramarinos” Sin embargo, había un comercio que tenía de, casi, todo. Como es lógico, en lugares distintos de las mismas dependencias. A estos establecimientos se les denominaba “Colmados”.
Un alcalde de mi pueblo Joaquín Miñano Pay, que tenía familiares en Villanueva, se jactaba de que, aquí en la calle Mayor, había un colmado que era el mejor de toda la comarca.
Este establecimiento estaba regentado por “el tío Plantas”, José López López que, por estar abastecido de todo cuanto le pidieras, tenía toda clase de plantas que se cultivaban en la localidad y su comarca. Para tal menester disponía de una amplia almajara; que parecía un verdadero vergel.
Los arrieros de los pueblos limítrofes, venían con sus animales de carga, a veces una reata de dos o tres caballerías con sus aguaderas y anganillas, también llamadas “angarillas” en la huerta murciana, vacías y regresaban con ellas llenas, ya que, en el colmado del “tío Plantas” tenían cuanto necesitaban (material de albañilería, talabartería, labranza (rejas, picos, azadas, legones, rejas, corvillas, arrancaderas de esparto y albardín, tijeras de escardar y serruchos, etc.), calzado, ropas de vestir y mantas–sobre todo muleras y, su especialidad: “árboles, plantas y semillas”.
En una habitación aledaña tenía utensilios que, la suegra, regalaba a la novia, como obsequio de boda. El ajuar consistía en: una tinaja—que incrustaban en el suelo, dejando el cuello y la boca al descubierto, con el fin de que el agua se mantuviera fresca, tres orzas: una para aceite, otra para el vino y otra para agua y un cantarero de madera, para tres cántaros de agua.
De este pequeño almacén, estaba encargado “un sobrino del tío plantas”, llamado Juan Ramírez Abenza, alias “el manducho”; por ejercer de mandadero y encargado. Además, en una esquina del colmado, había habilitado un pequeño mostrador y un par de mesas de madera, para expender licores y bebidas refrescantes a cuantos les gustaba tomar las copitas mañaneras, de aguardiente, antes de marchar a realizar sus tareas agrícolas o ganaderas, así como los que iban a recoger leña de monte bajo, a la siega, o a coger esparto y albardín. Se tomaban su copita, limpiaban su galillo de mucosidad, y se marchaban a efectuar sus faenas: Se sentían reconfortados.
También acudían a tomar sus copitas de vino, en sus rondas nocturnas a la luz de un candil o farol, cuantas personas aprovechaban para realizar sus tratos de compra-venta de abonos, estiércol y productos agrícolas y ganaderos. Asiduos eran tratantes y escribanos, así como industriales y “fuerzas vivas del pueblo” tales como el alcalde, propietarios y los tres sacerdotes que coincidieron en esa época; a saber: Policarpo Moreno Yepes (Teniente cura) Joaquín López Yepes (cura asignado) y Martín Martínez (cura asignado y predicador).
Salvo algún díscolo/a que siempre los hay, se cumplían de forma rigurosa las ordenanzas municipales y, a las ocho de la tarde- noche en invierno, y, a las diez de la noche en verano; se cerraba el colmado.
Mi localidad ha tenido varios colmados de menor envergadura que el regentado por José López (“El Tío Plantas) pero la historia es, a veces, secuencial o caprichosa ya que, alrededor de un siglo después, en el mismo edificio y, en la misma planta, que en el año 1852, se instaló un nuevo colmado, un poco más pequeño, regentado por “La Poncila”.