POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

Aunque en mi localidad no se tenía una imagen de la Purísima Concepción, se entronizó el día 8 de diciembre del año 1924 siendo nuestro párroco José María Zagalé Fernández.

Aunque en el siglo XVIII, se celebraban las novenas a la Inmaculada y, desde esa novena, comenzaban los rituales previos a la Pascua de Navidad.

Las cofradías huertanas, obtenían los correspondientes permisos de los párrocos y organizaban, tras una misa gozosa todos los actos tradicionales, dentro del más estricto respeto al santo lugar.

Se trataba de “las misas de pastores y agricultores”. Al mismo tiempo, tras el acto litúrgico, se organizaban en sus aledaños, autos teatrales, bailes con premios y sorpresas, subastas al público asistente y, en especial, la consabida demanda de “aguilandos”.

Algunos miembros de “las cofradías de la huerta”, tenían donaciones que les habían legado sus antepasados. Dicho fondo económico, lo utilizaban para donar a la iglesia generalmente para misas en sufragio de las almas de sus antepasados y, también, para los festejos previos a la Pascua de Navidad.

Como buenos economistas, tenían la precaución de apartar, previamente, el importe para pagar a “los intérpretes de instrumentos musicales”.

En la parroquia del pueblo, existía la “Hermandad de las Ánimas Benditas del Purgatorio” y la del “Santísimo Sacramento”. Ambas tenían propiedades y rentas de tierras, casas y corrales. No obstante, para un mejor funcionamiento, optaron por fusionarse.

Era de observar que, además de sus propiedades, sus rentas y, de la herencia recibida, se recogían limosnas de los fieles. De esa forma, se compraba la cera que era necesaria; se iluminaban todos los altares y se alumbraba el Santísimo cuando salía en procesión para dar el Viático a los enfermos e impedidos; acto que se celebraba el tercer domingo de cada mes.

Cada año se hacían 12 misas, una por cada mes, por los cofrades que habían fallecido ese año y, además se acompañaba en el entierro, con 24 cirios.

Tras saldar todos los gastos ocasionados, lo que quedaba de remanente, se dedicaría a misas por las Ánimas Benditas, cuyas Hermandades estaban legalizadas y aprobadas por el Ordinario Eclesiástico.