LA VELADA DE SAN ROQUE
Feb 21 2018

POR FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA OFICIAL DE VILLA DEL RIO (CÓRDOBA)    

Villa del Rio. Córdoba

    La Velada de San Roque de Villa del Río (Córdoba) estaba amenizada por el Ayuntamiento,  y yo acompañado de Andrés Fernández Polo y otros niños de nuestra edad, recorríamos a mediados del siglo una y otra vez, mezclándonos entre una gran multitud de gentes, las calles Alta hasta la puerta de la sacristía de la ermita de Jesús Nazareno, la calle Marruecos hasta la tienda de Rafael Rael (el liencero) y toda la calle San Roque desde la esquina de Frasquito Godoy (el de las matanzas) y la acera de enfrente de Frasquito Tunela (el de las cabras) hasta el chimeneón, en las proximidades del río Guadalquivir.   

    Aquel día, desde por la mañana, me pareció que iba a ser especial; muy temprano fui despertado por una mezcla de ruidos y martillazos que llegaban a mi cuarto, y cuando me asomé a la puerta de la casa, pude observar cómo numerosas personas trabajaban en variados oficios: carpinteros, electricistas, transportistas, decoradores, etc. que se habían citado allí bien temprano y se afanaban en la fabricación rápida de casetas ambulantes, moviendo tablones, desenrollando toldos, estirando cuerdas,  y haciendo, instalaciones eléctricas, mostradores y estanterías. 

    Todo el día seguí admirado y curioso, el ajetreado ritmo de transformación y decoración que experimentaban las calles y casas. Se pusieron cuerdas con banderitas de papel, que cruzaban de una acera a otra. En la puerta del convento junto a la fuente se montó un escenario para la música. En la acera, próximo a Godoy se instaló un mostrador para la venta de vinos y gaseosas.

      El centro del lugar de atracción de la fiesta quedaba atendido por la taberna Pinilla, que sacaba mesas y sillas al exterior, donde servirían frescas bebidas y tapas variadas, y la de Agustina. Toda la acera de la fábrica de harinas de José Pérez Calleja se pobló de tiendas portátiles, en las que se alternaban los más variopintos y atractivos enseres: las tómbolas se fueron llenando de balones y muñecas de todas clases; y de todos los tamaños sartenes, cacerolas, ollas de porcelana, paletillas, cucharas, tenedores y cuchillos, fueron colocados y colgados por doquier. Los puestos de jeringa se instalaron en la acera de Estrella Gómez Jiménez donde a altas horas de la noche se sirvieron unos churros y buñuelos con chocolate riquísimos.

    La encrucijada de calles estaba habitada, por las monjas del Convento de las Religiosas Terciarias Franciscanas, la familia Pinilla-Castro con la taberna, la familia Cabrero-Palomino con una tienda de ultramarinos y la familia Navarro-Cerezo. Estas familias junto con las vecinas de la calle, Pastillas, Cerrillo, Solano, Valera, Fernández, Castro, Torralba, Córdoba, Molleja, Rael, etc. formaban un grupo muy compacto y ese día todos los portales de sus casas estaban magnificados con maceteros de madera con pañitos y variadas plantas de flores: geranios, gitanillas o esparragueras, además de las grandes plantas ornamentales, filolendros, pilistras, etc. lo que les daba a las casas un aire de antesalas de viviendas principales, conjugándole a la fiesta un valor añadido. Estas familias, extraordinarias en la caridad y en la convivencia, también tenían una larga y atractiva descendencia que, captaban a la esquina a muchos amigos/as adolescentes de otras zonas del pueblo para charlar, jugar y buscar encuentros de enamorados.       

    Al caer la tarde, todas las calles estaban ya barridas, regadas y engalanadas para recibir a la Comitiva que daba apertura al principio de la fiesta, que duraría los días 15 y 16 de Agosto. Y así comenzaron las calles a poblarse de visitantes: pandillas de amigos, parejas de novios, matrimonios y sobre todo muchos niños y niñas, todos limpios y arreglados; y paulatinamente, un entusiasmo por la diversión y el consumo nacía efervescente en la gente, que sustituyó al trajinar del montaje de instalaciones de la mañana.

    Los puestos de higos chumbos habían hecho su aparición en la esquina de Antonio Cabrero, los del helado y turrón comenzaron a ofrecer sus frescos y ricos productos. El Torerito, vendedor ambulante, con su blusa blanca y su cesta de mimbre en el antebrazo, pregonaba sus camarones frescos, y el hombre de los globos de colores verde, amarillo, rojo, azul, su gran manojo de ilusiones voladoras a los niños.

    Y cuando entró más la noche, la banda de música dirigida por Manolo Navarro, comenzó a tocar. Como no disponía de gran repertorio de piezas, las repetían una y otra vez, más o menos cargadas de bombo, pero la verdad es que no importaba mucho, pues los ruidos de las tómbolas, de las rifas, de los vendedores ambulantes, y el trajín callejero atronaba el patio.        

    Otro espectáculo llamativo era el que ofrecía el puesto de “el tío y la tía”. Consistía en un juego de azar, donde se ponían estampas de hombres y mujeres en círculo sobre un tablero, separadas por puntas clavadas, y sobre su parte exterior se hacía girar un brazo de metal con un puntero. Con un esfuerzo manual ponías en movimiento el brazo con el puntero y daba vueltas, y si  éste se paraba en la estampa en la que habías colocado el dinero, recibías doble cantidad, y si no acertabas perdías la apuesta.

    En el Convento, se montaba para este día, un altar próximo a la puerta grande, que permanecía abierta, y se exponía a la vista de los fieles una bella imagen de talla en madera muy antigua de San Roque con capa, sombrero, báculo y acompañado de un perro. 

    Quien lo deseaba visitaba a San Roque, y las personas comprometidas les daban cuenta de sus promesas. Cuando sonaban las 12 de la noche, las monjitas, en un acto de solidaridad con el vecindario, echaban las campanas de la torre al vuelo, en honor de la festividad y en ese momento, los sanroqueños enfervorizaban el momento con emoción, besos y aplausos, pidiéndole salud al Santo, para poder felicitarlo el próximo año.

    Todos los años desde hace más de tres siglos, pues en 1621 se nombró por su Mayordomo y Hermano Mayor de la Iglesia del Señor San Roque, a el licenciado, Juan López Platero, Presbítero natural de Arjonilla, para que tenga cuidado de dicha Ermita y de todas las limosnas de ella, se viene celebrando esta velada callejera de calado interés sentimental y tradicionalista, y que yo desde mi niñez vengo disfrutando con mi familia y amigos, pues no en vano me desplazo en esa fecha al lugar señalado, para compartir la celebración tomando una cerveza fresquita en alguno de los chiringuitos instalados allí, en el solar de mi infancia.

   Escribo este artículo cargado de recuerdo y melancolía, para que quede testimonio de su pasado,  porque: la palabra escrita es la llama que mantiene vivas las huellas y tradiciones de un pasado histórico. Córdoba, junio de 2005.

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