POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Mediado el siglo XVIII en mi pueblo, tras la «Revolución cultural del año 1730», emprendida por el sacerdote Juan Pay Pérez y los «Maestros Idóneos» naturale del pueblo, José María Carrillo Palazón y Milagros Abenza Turpín, surgió la primera Escuela infantil solamente para niños, en la que se impartían materias de escritura, números, lectura y doctrina cristiana.
Caso aparte era la formación de «las niñas» ya que nada más cumplir los 11 o 12 años, se les preparaba para el «servicio doméstico y ser buenas esposas y madres ejemplares» Sí, aunque la mayoría pasaban toda su vida bajo la penumbra del analfabetismo, se las consideraba como un bastión importante en la formación de sus hijos.
Llegada la adolescencia las niñas iban siendo preparadas para contraer matrimonio; siendo la edad media de su casamiento entre los 16 y 18 años, de tal manera qué, si pasaban de los 22 años siendo solteras, eran etiquetadas por la sociedad y se les decía que «Se habían quedado para vestir santos».
Fue en el año 1748 cuando llegó a la localidad un vecino de la comarca de Vélez Rubio (Almería), diciéndose ser «Maestro de primeras letras» y, presentándose párroco Juan Pay Pérez, le indicó que sería útil para educar a los niños en «la buena crianza, conocimientos de la fe cristiana, así como de los números, las primeras letras, la lectura y su interpretación».
Este almeriense, portador de buenos principios, exhibió un documento del Obispado de Almería y suplicó al párroco que le concediera licencia y permiso para proceder a la enseñanza de los niños. Dicho documento contaba con el visto bueno del Obispado de Cartagena-Murcia y estaba firmado por el portador Blas Joseph Moreno Pagán.
Una ilustración del historiador Muñoz Zielinski, nos da una ligera idea de la formación de los niños en un aula improvisada, proporcionada por el párroco y la Alcaldía; en la que nos muestra al maestro sentado en un sillón, controlando a los escolares: uno en la pizarra, otro haciendo los deberes en su pupitre y un tercero, sancionado por ser un alumno díscolo, permaneciendo de rodillas; de cara a la pared, hasta que el maestro comprendiera que debía levantar la sanción.
Esta estampa fue muy frecuente durante unos dos siglos. Yo la conocí en la escuela en la década de 1940 a 1950. Igual ocurría en la mayoría de las escuelas rurales de la región murciana.