POR JOSÉ MARÍA SAN ROMÁN CUTANDA, CRONISTA OFICIAL DE LAYOS (TOLEDO)
El pasado dieciséis de junio, en el Salón Cultural de Lillo (Toledo), su Cronista Oficial y compañero de la RAECO, Juan Gómez Díaz, presentó su libro “Lillo: calles, casas y vecinos”, arropado por el lleno absoluto de un público deseoso de saber más sobre su pueblo y de los muchos amigos que tiene el autor, por ser quizá ésta, la de hacer amigos, una de sus más destacadas virtudes.
El libro y el autor fueron presentados por don José Peña González, Catedrático Emérito de Derecho Constitucional de la Universidad San Pablo CEU. Durante su alocución, destacó sobre el libro, prologado por el académico Luis Alba González, lo acertado de la introducción que hace el autor al tema por lanzar ideas muy claras y directas sobre la crisis de la crónica local, no siempre valorada por determinados sectores.
Recalcó también la buena maquetación del libro, las correcciones por las que había pasado y la unión de ambas para presentar unos datos históricos casi pertenecientes a lo que Miguel de Unamuno llamaba “intrahistoria”. Pero, sobre todo, hizo especial hincapié en la biografía de don Juan, de quien destacó su insaciable sed por la cultura desde sus más tiernas infancia y juventud.
Así, recordó cómo desde que empezó su trayectoria como camarero hasta su trabajo en la Cámara Agraria, pasando por oficios diversos como mancebo de farmacia, siempre la cultura que le era cercana pasaba por sus manos —pequeños libros que llegaban a Lillo, muchos periódicos, programas de radio…- hasta llegar a las muchas instituciones culturales civiles y militares a las que pertenece y a cosechar el prestigio y buena imagen que lo caracterizan.
También intervino el Alcalde de Lillo, don Julián Sánchez Casas, que destacó la gran disposición de Gómez Díaz para colaborar en cualquier tema de su competencia con sus muchos conocimientos en cuantas tareas y trabajos sean beneficiosos para el pueblo y su Ayuntamiento, así como el honor que tiene Lillo de tener un representante tan querido y distinguido.
La intervención del autor, acompañada de una presentación en la que expuso diversos documentos gráficos relacionados con el tema del libro, comenzó con la idea clara de que la crónica local no pasa por su mejor momento, tal y como manifiestan diversos sectores doctrinales que la relegan al campo de la historia narrativa y la tildan de historia menor carente de importancia para el investigador.
Criticó también con fuerza la equívoca costumbre cada vez más arraigada de poner nombres indefinidos, sin significado o sin raigambre en el lugar de su ubicación a las calles, dando lugar a inexactitudes históricas graves y a priorizar en nuestros callejeros a personajes extranjeros que nada tienen que ver con los municipios españoles frente a los personajes más ilustres de éstos, postergándolos al olvido.
La intención con que presentaba a la plaza pública su libro quedó muy clara: unir la historia de su pueblo con la Historia de España, superando cualesquiera matices reduccionistas y localistas. Comentó la estructura del libro, que utiliza como su hilo conductor todos los nombres del callejero de Lillo ordenados alfabéticamente, sistematizando cada una de las reseñas con una estructura clara que, sin embargo, no resulta nada tediosa: linderos de las calles, porqué o por quién de la dedicatoria -ello, con un pequeño comentario a veces sobre su corrección que para nada es desdeñable, como hace en la calle de los Toreros o la travesía del Angelete- y comentario histórico de sus vecinos y, en su caso, de las instituciones o comercios que en aquel lugar hubiesen tenido su ubicación, como se demuestra en el extenso comentario que se hace a la calle del Convento.
MI COMENTARIO
La primera y principal virtud de este libro es la magnífica radiografía, estática y dinámica, que hace de la historia de Lillo. Parece seguir su autor una gran idea de mi admirado Ortega en su magnífica obra Historia como sistema, y es que la vida, como más absoluta realidad, es a la que debemos referir el resto de realidad. Y en este libro, donde el olor, el color y el sabor del municipio están más que retratados con exactitud en sus 276 páginas-las cuatro últimas, en blanco, con el entrañable deseo del autor de que quien tenga en sus manos el libro escriba sus propias memorias y así lo complete con su testimonio-, la vida de Lillo, tanto la actual como la de siglos atrás, se ve narrada con pinceladas de muy diversos sentidos, como vamos a ver seguidamente.
Son de especial interés las informaciones relativas a los vecinos, a los que sitúa en tiempo, espacio, labores e, incluso, motes, cuyos orígenes explica en muchos casos —por ejemplo, el del tío Piocha, cuyo mote viene de un instrumento de labranza, o el tío Salicón, que viene de una planta amarantácea llamada salicor—. Es muy digno de loar que, en cuanto al perfil más humano del libro, tienen su lugar desde sus personajes más humildes hasta los personajes más ilustres, pues Lillo puede presumir de tener entre sus hijos a un Ministro -Venancio González- y dos Vocales del Consejo General del Poder Judicial —Claro José Fernández-Carnicero González y Marcelino Murillo Martín de los Santos.
Las reseñas de las instituciones civiles, militares y eclesiásticas que tuvieron sede en Lillo están hechas con profundidad y profusión. En especial, las del Juzgado de Instancia, los locales de la Orden de San Juan de Dios y el puesto de la Guardia Civil, grandes pasiones estas tres del autor de la obra. Así, por ejemplo, da cumplida información de la vida del Instituto Armado en el pueblo y de los homenajes que se le han dispensado a lo largo de los años, como el de su 150ª aniversario, en 1994.
Y el acompañamiento de la letra con la imagen se caracteriza por una rigurosa labor de investigación y selección, entre las que destacan comercios como el Café Bar Serra, la sastrería de Antonio Pedroche o la discoteca Néctar, en la que tantas veces se habrá vibrado al toque de Coz, Radio Futura o Supertramp o se habrán hecho parejas escuchando a Julio Iglesias, Cecilia o Jeanette.
Un más que armónico conjunto, por tanto, de letra e imagen, en el que cualquier lector cercano a la vida de Lillo puede encontrar reminiscencias directas de un pasado que puede haber vivido y en los que el lector ajeno a la vida del pueblo puede reconstruirla estática y dinámicamente, desde dentro y desde fuera. Además, las notas al pie que complementan a las explicaciones del autor demuestran una vocación de la obra de llegar a un muy amplio espectro de público, pues unas enseñan a un lector menos versado a entender ciertos conceptos, y otras sacan a relucir fuentes muy interesantes para el investigador.
Estamos, en resumen, ante una obra escrita con quietud, madurez y sensibilidad, que demuestra un ímprobo trabajo de archivo y otro, aún más complejo, que es el trabajo de campo.
Dijo Óscar Wilde que “cualquiera puede hacer historia, pero solo un gran hombre puede escribirla”. Este es el perfil de don Juan Gómez Díaz, Cronista Oficial de Lillo; este es el caso de mi amigo Juan, mi mentor en ser Cronista y, como él mismo dice, mi gran compañero en tantas coincidencias y lealtades.