POR CARMEN RUIZ-TILVE, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO
El otoño y el invierno son tiempos de lluvias y ventoleras, y como ejemplo, tenemos el tiempo loco de estos días pasados.
Lluvias y vientos traen consigo la irreconciliable batalla de los paraguas, que produce en los ovetenses la duda metódica entre abrir el «galeón de percal», a riesgo que se desbarate y nos obligue a impúdica batalla callejera, por defender la compostura ante los remolinos de las esquinas, o dejarlo cerrado, como estoque, y mojarnos como si nada. Generalmente, la lluvia gana la partida, y ahí va la imprudencia razonable de desplegar la vela, con el final cantado de paraguas de siniestro total, tras un primer capítulo en el que se da vuelta, tomando forma de antena parabólica, y nos hace bailar a su son.
Los paraguas fueron siempre artilugios necesarios por estos lares, y la ciudad toda, en tiempos de comercio monográfico, contaba con tiendas de paraguas, con taller de fábrica y reparación, clínicas de urgencia en las que, del regatón al puño, se remendaban las varillas, se fijaban sus articulaciones y se renovaban las telas, que tuvieron durante muchos años especial preferencia por el negro, a pesar del ejemplo multicolor que daba Tigre Juan con los suyos. Después de ver «Cantando bajo la lluvia», con aquellos charcos generosos y salpicadores, todos nos apuntamos al paraguas de colorines, como para animar la cosa, y aquí es oportuno el recuerdo para Neptuno y la Borla. Estos días de atrás de lluvia y viento, la ciudad anduvo poblada de paraguas, abandonados por sus ingratos amos cuando ven que aquello se acabó. Pueden ser paraguas que durante años los libraron del despeinado y el constipado, con perdón del pareado. Paraguas parapeto que nos camuflaron cuando nos cruzábamos con el enemigo, paraguas confidentes que supieron de nuestros amores de otoño, paraguas de seda natural italiana y puño de plata florentina, paraguas de anuncio publicitario, paraguas microscópicos, telescópicos, automáticos, reumáticos. Es igual. Muchos, en un día ventoso, acaban pidiendo socorro desde la boca de una papelera, con el varillaje desnudo, el puño del revés y la tela mustia.
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