POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En la Vega Media del río Segura, en el corazón del Valle de Ricote; concretamente en mi pueblo, el enfrentamiento entre ganaderos y labradores ha sido una realidad manifiesta.
Los agricultores, que se pasaban todo el año, pendientes de las inclemencias del tiempo, para poder sacar sus cosechas adelante, se veían sacudidos por una nueva plaga: “los atajos de cabras y ovejas”. Se pasaban todo el año pendientes de sus cultivos, defendiendo la seguridad de sus tierras y sus cosechas, ya que de ellas sacaban el sustento de sus familias.
Por otro lado, los pastores conducían sus rebaños hacia el pueblo para abrevarlas y vender la leche de las cabras recién paridas. Estos pastores qué, generalmente, eran niños, guiaban pequeños atajos (así se les llamaba a los pequeños rebaños), sin preocuparse de que el ganado no entrase en las huertas colindantes y malograran árboles y cosechas.
Lo lógico era que, esos “atajos” de cabras y ovejas, fueran conducidos por veredas- caminos de cabras- lo más cortos posible y bajo el control de sus pastores; con el fin de que no entraran en las fincas aledañas al camino y destrozaran sus cultivos.
Se daba la circunstancia de que, los pastores, solían ser niños (zagales) de pocos años y, por consiguiente, de cortas entendederas y, dados a los juegos de entretenimiento y aventuras; en una palabra: inexpertos.
Los agricultores no encontraban la forma de evitar estos desaguisados y tomaron la decisión de hacer una denuncia a las autoridades y, a la vez, colocar unas bardizas de caña, o de ramas, con el fin de evitar los destrozos que hacían los atajos de ganado en la huerta.
Ante las protestas de los agricultores, los alcaldes en el siglo XVII, velando para que no se produjeran daños a terceros, solicitaron, a los regidores Regionales, autorización para poder ejecutar, con la autoridad necesaria, en aras de dar protección a los propietarios de los terrenos sembrados, haciendo recaer sobre los dueños de los “Los atajos de cabras y ovejas” las sanciones pertinentes, a los vecinos y forasteros que dejasen a los animales y personas entrar en fincas que no eran propias.
Para tal fin, los escribanos de la Villa, recibían autorización de sus alcaldes, para dar cuenta a Sus Mercedes por medio de su comparecencia, cuyos representantes legales estaban autorizados a sancionar, o bien apresar (cabras y ovejas) los cuerpos del delito.
La súplica del alcalde fue escuchada por el Diputado regional. Alonso Cayuela, presente en el acto, aceptando el cumplimiento de las leyes, según es de justicia.
Así lo acordaron, mandaron y firmaron, por parte de Sus Mercedes, los que sabían. Del resto da fe y certifica, el Escribano.