POR JOSÉ ANTONIO FÍLTER CRONISTA OFICIAL DE CAÑADA ROSAL (SEVILLA)
El 10 de marzo de 1907 zarpaba del puerto de Málaga el carguero inglés “SS Heliópolis”. En sus bodegas se hacinaban más de 2200 personas, hombres, mujeres y niños de casi toda Andalucía dispuestos a afrontar una travesía de casi dos meses, con destino a la isla estadounidense de Hawai, en el océano Pacífico, para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar de este lejano lugar .
La mayoría de los andaluces que embarcan en el Heliópolis son vecinos y vecinas de las provincias de Almería, Granada y Málaga, y en menor medida de Córdoba, Jaén y Sevilla. Como se da en todos los movimientos migratorios, gentes de campo con escaso o ningún recurso, con familia numerosa a su cargo, con escasas expectativas de futuro, a las que se unían otras de carácter personal como podían ser problemas con la justicia, problemas familiares, políticos o deudas contraídas principalmente por algún tipo de juego.
De Cañada Rosal emprende esta gran odisea migratoria JUAN DUVISÓN ESCOBAR, descendiente de los primeros colonos Jean Baptiste Dubuisson y Marie Catherine Bretón, nacido el 10 de abril de 1866, hijo de Josefa Duvisón, madre soltera y casado el 15 de agosto de 1892, en la iglesia de Cañada Rosal, con Dolores Díaz Martínez, él con 26 años y ella con 22 años. Cuando acomete esta aventura contaba 41 años, aunque en la relación de los tripulantes del SS.Heliópolis figura con la edad de 36 años.
Dejó en el pueblo a su mujer embarazada y cuatro hijos: María Josefa de 14 años, Ana de 12 años, Valle con 9 años y Pablo con sólo 5 años, con la esperanza de volver por ellos, una vez que conociera la situación del nuevo destino, encontrara trabajo y vivienda. A partir de 1906 la IBH (The Inmigration Boards of Hawaiian) comienza su política de reclutamiento de gentes por Europa, especialmente por países con fuerte tradición en el cultivo de la caña de azúcar y padecieran una importante crisis económica.
Al igual que hizo el contratista bávaro Juan Gaspar de Thürriegel para aquellos atraer colonos centroeuropeos a las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, este proyecto inmigratorio tuvo sus reclutadores o ganchos y también se repartieron folletos, por media España, en los que se divulgaban las condiciones del contrato, con una vigencia de tres años, que se formalizaría entre La Compañía y los contratados o homesteader (colonos).
Entre sus cláusulas más destacables estaban proporcionar al homesteader empleo en calidad de obrero agrícola durante tres años, trabajando 26 días al mes y 10 horas diarias en las plantaciones y 12 en las fábricas de azúcar, con un sueldo mensual de 20 duros americanos en oro para los varones cabezas de familia, 15 a los mayores de 15 años y 12 duros a las mujeres
Durante los tres años de contrato La Compañía se comprometía a proporcionar al colono, de forma gratuita, una casa para él y su familia, el combustible y el agua para el uso doméstico, asistencia médica y medicinas.
En el plazo de seis meses de la llegada del colono a la plantación, se debería suministrar una parcela de tierra con un área de un acre (unos 5000 metros cuadrados) y una casa de uso exclusivo para él y su familia, con no menos de dos habitaciones y una terraza.
A los tres años, si se ha demostrado su valía como trabajador, se le cede gratuitamente y en propiedad la vivienda y la fanega aproximada de tierra. La recluta de andaluces para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar de Hawái fue todo un éxito. En unos meses los objetivos estaban cumplidos.
Se despiden de su familia y desde sus pueblos se encaminan hacia el puerto de Málaga, atravesando caminos y arroyos, cobijándose en cortijos y posadas. La expectación en el puerto de Málaga era grande y su muelle se encontraba abarrotado de cientos de personas que iban y venían, a la espera de que llegara el momento de subir al barco que les llevaría al nuevo Puerto de felicidad.
Se realiza un exhaustivo reconocimiento médico, son medidos, pesados y tallados, excluyéndose a los padecieran alguna enfermedad infecciosa. Algunos tienen que desistir de la idea de emigrar, algunos vuelven a sus pueblos y otros esperar nuevas oportunidades.
No había salido el Heliópolis del puerto y comienza a circular por la ciudad de Málaga el rumor de las malas condiciones higiénicas y de hacinamiento en que se encontraban en el barco, aparte de que la comida era mala y escasa.
La gravedad de las denuncias origina la paralización de las tareas de embarque y la negativa de subir a bordo de los que quedaban por embarcar. Interviene el Gobierno civil y el cónsul norteamericano, haciéndose eco la prensa nacional de las informaciones que llegaban desde Málaga, destacando el mal trato que recibían los andaluces que se disponían a viajar a la “tierra prometida o Jauja” como nominaban este éxodo migratorio a las islas Hawái.
Solucionados algunos de los problemas denunciados el Heliópolis abandona el puerto de Málaga con más de dos mil andaluces rumbo a Honolulú, al que llegan el 26 de abril de 1907, tras cuarenta y siete días de dura travesía, en la que padecieron ataques de pulgas, piojos y ratas, agua corrompida, mareos, partos, enfermedad y muerte de varios niños y mujeres que no pudieron soportar las duras condiciones del viaje.
Después de ésta dura travesía los emigrantes se encuentran con una nueva contrariedad, en este caso de tipo legal, a la que eran ajenos. El fiscal general de los EE.UU. había aprobado una nueva ley de emigración, justamente cuando los emigrantes andaluces salían con destino a tierras americanas, reglamento que iba a tener una trascendental repercusión en las futuras oleadas de mano de obra a Hawái.
Al llegar a Hawái, los emigrantes andaluces no tardaron en sufrir el incumplimiento de todas aquellas promesas, comenzando por el maltrato de los “lunas”, esto es, los capataces portugueses de las plantaciones, y terminando por los precios prohibitivos de los alimentos en el economato que la naviera había puesto a su disposición.
El desaliento aumentó cuando se percataron de que no tenían casa propia, tampoco el acre de tierra prometido y los niños sin escuela donde ir. Lo primeros meses fueron duros y complicados, no sólo por su adaptación al nuevo medio sino por las posibilidades de contraer enfermedades para las que no estaban inmunizados.
En esta coyuntura, algunos españoles no tardaron en marcharse de las islas, poniendo rumbo a California, a ciudades como Sacramento o San Francisco. Decisión que no es bien vista por la Junta de Emigración Hawaiana (IBH) al haber realizado una importante inversión en infraestructuras para que estos emigrantes permanecieran en Hawái por un buen tiempo.
Los andaluces que llegan a California encuentran una tierra muy parecida a la que habían dejado en España. La voz se corrió rápidamente y la mayoría abandonaron Hawái asentándose en el continente americano, entre ellos el carrosaleño Juan Duvisón Escobar. Pero la vida aquí tampoco fue fácil. Fueron discriminados por actitudes racistas que siempre a lo largo de la historia han estado presentes en todo movimiento inmigratorio.
No olvidemos la mala acogida que tuvieron los colonos centroeuropeos por los pueblos vecinos cuando llegan a los baldíos de la Parrilla en La Carlota y Fuente Palmera o en los de Mochales en La Luisiana, El Campillo y Cañada Rosal. La xenofobia fue tal que ni siquiera los bancos aceptaban el dinero de los españoles.
Ellos los guardaban donde buenamente podían, en algún lugar de la casa. Pero el destino hizo posible que con la llegada de la Gran Depresión de 1929, la quiebra de los bancos con la consiguiente pérdida de los ahorros de sus clientes, permitiera que el dinero escondido por los emigrantes andaluces y españoles salieran de “bajo tierra” y fueran los únicos con capacidad para comprar granjas, tierras y tiendas. Algunos llegan a conseguir importantes fortunas que marcarían el bienestar de varias generaciones de su familia. Otros intentan volver pero la Guerra Civil española truncó sus sueños.
Este fue el caso de nuestro protagonista de nuestro artículo, Juan Duvisón Escobar. Pasada la guerra civil escribió una carta a sus familiares preguntando cómo estaba la situación en España.
Él había formado una nueva familia en California, tenía hijos y una de sus hijas llevaba por nombre MARIA DUVISÓN, al igual que una de las hijas que había dejado en España. Hoy en día, se pueden ver en los cementerios de las ciudades o pueblos de California o de Hawái, las lápidas con los nombres de estos andaluces que un día, en los albores del siglo XX, llegaron a estas tierras en busca de un futuro y una vida mejor.
FUENTES CONSULTADAS – SS. Heliópolis. La primera emigración de andaluces a Hawái (1907) de Miguel Alba Trujillo. Ediciones del Genal, 2016 – Inmigrantes centroeuropeos en la Andalucía del siglo XVIII de José Antonio Fílter Rodríguez. Ayuntamiento de Cañada Rosal y La Luisiana, 2018 – Archivo Parroquial de Cañada Rosal y La Luisiana – Diario Sur de Málaga.