POR FRANCISCO PUCH JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDESIMONTE (SEGOVIA)
A mi buen amigo ÁNGEL ESTEBAN CALLE, nacido en la villa de CASLA (Segovia), Tierra de ganado lanar, a cuya Tierra amó tanto, y enamorado de los pueblos de la SIERRA SEGOVIANA, inmejorable persona y gran amigo al que me unía una estrecha amistad, le dedico este escrito, realizado en la fecha de su fallecimiento, como prueba de esa buena amistad.
Descansa en paz. Amigo mío
YA SE VAN LOS PASTORES
Una vez más después de tantos años, viene a mi mente la antigua canción que no vieja porque cada año se repite: “Ya se van los pastores para Extremadura, ya se queda la Sierra triste y oscura”.
Los que hemos nacido y vivido en la ladera Norte de la Sierra de Guadarrama, y durante tantos años hemos visto y vivido la “trashumancia”, llevamos esa “letra” grabada en el corazón y siempre en el recuerdo.
Desde que era un chiquillo, vivía en Segovia en la calle de Gascos, por esa calle pasaban los rebaños de ovejas guiados por sus pastores, con algún corderillo recién nacido metido en las albardas o serones de alguna caballería en la que al propio tiempo los pastores ¿no lo ves cómo rodea llevaban el condumio para su propio consumo durante los días que el camino duraba, “pan, queso, chorizo y algún pequeño odre con vinillo de chorra.
Se acaba el “otoño”, en un par de jornadas nos metemos en el invierno, los pueblos de la Sierra en los que se crían y pacen los rebaños, empiezan a reunir sus ovejas para llevarlas
A Extremadura donde encuentran mejor cobijo y los pastos que al pie de la Sierra ya escasean al llegar el invierno.
Seis largos meses lejos de su Tierra, seis largos meses sin noticias de sus seres queridos que pacientemente esperan a que llegue la primavera.
Aquellos pueblos de nuestra Sierra Segoviana de donde partieron los rebaños, y no olvidemos que esa Sierra del Sistema Central, perteneció a Castilla y durante siglos a la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia, regidos por los Xesmos Segovianos que comprendían desde el río Duero hasta el río Tajo y que por las conveniencias políticas
del momento pasaron a integrarse en la Tierra de Madrid en el año 1838.
Aquellos pueblos digo, como Gallegos de la Sierra,,Sotosalbos, Matabuena, Matamala, Arcones, Prádena, Casla, Sigueruelo, Siguero, hasta Santo Tomé del Puerto, quedaron como tristes sin la alegría de sus hombres con rebaños, pensando en el regreso: “¡Qué largo se hace el invierno cuando el esposo no está!; ¡Qué largas son las veladas, qué triste es el despertar!; ¡Qué sola se hace la vida cuando el amante se va!
Cada primavera, cómo cada año volvían a pasar por mi calle de Gascos, pastores y rebañaos al grito de “¡Ya vienen, madre, ya vienen!”, ¿No ves la nube de polvo, entre las ramas del olmo que la Cañada retiene? ¿No oyes ladrar a Sultán, que sabe que llega a casa, y se adelanta y se atrasa, y no deja de ladrar? ¿No lo ves, cómo rodea de un lado al otro el rebaño, inquieto, qué ha casi un año que se fueron de la aldea? Y brinca y caracolea, mientras las reses berrean con la cabeza muy baja ¿No oyes a padre silbar? Es el silbido de padre. Son ellos, son ellos, madre. Son ellos que vienen ya”.