POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
En estos meses en que nos ha sobrado tiempo para todo, cada uno ha intentado vivirlo de la mejor manera posible. Unos se han dedicado a la gastronomía para freír un huevo siguiendo las normas de internet, otros han saturado las redes con más de una chorrada, algunos han hecho el maratón por el pasillo de su domicilio y, por último, otros han intentado satisfacer su curiosidad buscado o recordando el significado o los sinónimos de algunas palabras. Así, han ido fluyendo a través del diccionario nombres como virus, pandemia, epidemia, sintomático, asintomático, simétrico, asimétrico, pico, nueva normalidad y fase, que como sabemos esta última viene a significar, «cada uno de los distintos estados sucesivos de un fenómeno natural o histórico o de una doctrina o negocio». Pero, si continuamos leyendo en el diccionario alunizamos y tropezamos con las distintas formas en que se deja ver la Luna según es iluminada por el sol. Francamente, en algunos momentos me he creído que estaba en la Luna o eran otros los que allí estaban, pues no llegaba a entender si era creciente o escalada, o menguante o desescalada. Que por cierto, que ha sido bajar de una gran altura sin nuestra intención, de la hemos descendido como hemos podido, de igual forma que nos hemos visto trepándola y ascendiéndola sin ser nuestra voluntad. Así que, tras escalar la acción de descender es bajar.
Bromas aparte, pues el asunto ha sido y es muy serio, la palabra que más me ha llamado la atención ha sido «confinamiento», o sea la acción o efecto de confinar, que es lo mismo que desterrar a alguien, señalándole una residencia obligatoria o bien recluirla dentro de unos límites. Sin embargo cómo explicarlo a una niña de tres años, como mi nieta Naroa: la solución la tuvo su padre cuando ella quería ir al parque y le dijo «está cerrado». Y la niña lo entendió perfectamente y aún hoy sabe que, de momento sigue cerrado.
Siguiendo con esa búsqueda en el diccionario hemos recordado el significado de otras palabras como geriátrico, tanatorio y morgue. Menos mal, yo al menos no la he oído ni leído, que no han utilizado la palabra «triaje» que se emplea en Medicina, o acción de triar, que es separar, entresacar o escoger. Y aunque haya presunción de que se haya utilizado con los abuelos, yo me pregunto, que culpa tenemos de haber nacido tal año, hace tantas décadas.
Voy dando fin a esta elucubración mental y llego, tal vez, para mí la palabra más importante: solidaridad. Pues no hace falta definirla ya que todos la hemos vivido gracias a los demás. Muchas gracias.
Ahora bien, como decía esta reclusión, clausura, destierro, o confinamiento, me ha incitado a seguir poniendo mis ojos entre las páginas del diccionario, que no estaba cerrado sino abierto.
Y ahora, al transcribir un documento notarial de la primera década del siglo XIX, me tropiezo con un término muy usual: «arrendamiento» que me lleva a dos protagonistas en el mismo. Es decir: el arrendador que da o toma en arrendamiento de algo, y el arrendatario, que es quien toma el arrendamiento. En nuestro caso, utilizaremos para el que toma este último nombre y para el que da, el primero. O sea, el arrendador da al arrendatario el arrendamiento.
Nos encontramos en plena Guerra contra el francés en Orihuela, cuando la ciudad vive en retaguardia la misma, con el tránsito y acantonamiento de tropas españolas, con hospitales para atender a soldados heridos. El 26 de enero de 1810, ante el notario Joaquín Almira de Martínez se protocolizaba el arrendamiento de un mesón en la calle del Río, que lindaba por mediodía con la casa de la arrendadora, a poniente con la calle de la Compañía y al norte en parte con el domicilio de Rafael Portugués que era alguacil mayor de campo y huerta, y con el de Juan Roca Juan.
La arrendadora era Francisca Pareja, viuda de Pascual Valero y el arrendatario era un vecino de Aspe, llamado Tomás Jorge del que era fiador Francisco Galván, vecino de este último. La arrendadora había adquirido la propiedad del mesón por legado testamentario de su esposo, que reconocía que podía disponer «en el todo, en clase de arrendamiento y en venta», de la mitad del mesón por ser usufructuaria de la otra mitad, que pertenecía a los herederos de dicho esposo.
Dicho arrendamiento comenzaba el día primero del mes de febrero del citado año, y se estableció por cuatro años, a razón de 22 reales de vellón diarios, lo que suponía que el arrendatario mensualmente tenía que abonar 44 libras. En él, existían siete cuadras para las caballerías de los viajeros con sus correspondientes pesebres y tres pozos con su garrucha, pozal y soga, que debía mantenerlos limpios el arrendatario.
Existían dos camas separadas con sus sábanas, colchones, mantas y «márfegas» o jergones. Así como en la cocina, una serie de útiles para «guisar a los pasajeros», tales como perolas y sartenes. Todo ello, mediante tasación de perito, el arrendatario debería abonarle esta cantidad a la citada viuda. Por otro lado, éste se comprometía al finalizar el arrendamiento, ya no sólo a dejar en las condiciones que le eran entregadas las cuadras, sino también a reparar a su costa todos los años los terrados, cuidando que no hubieran goteras. Y si alguna viga de las cuadras o de la cubierta amenazaba a ruina al igual que las puertas y ventanas debía de ponerlo en conocimiento de la dueña. En el caso de que no la hiciera, sería la reparación por cuenta del arrendatario, el cual se comprometía en dejar libre la posada a los cuatro años, quedando a total disposición de la citada dueña o de sus herederos, los cuales en el caso «que si Dios no lo permita» falleciera la dueña antes de finalizar el arriendo, el arrendatario podría apremiar a dichos herederos para que cumplieran lo estipulado en el tiempo que restara.
Para llevar a cabo el arrendamiento fue necesario el apoyo del fiador el cual hipotecaba sus bienes para hacer frente un posible impago por parte del arrendatario. Bienes éstos que consistían en 27 tahúllas y media de tierra plantadas de viñas y una casa en la calle de las Nieves de la villa de Aspe.
Sigamos utilizando el diccionario, que está abierto y veamos qué significa una palabra u otra, aunque es más sencillo buscar un lenguaje más sencillo como el decir en vez de confinamiento, «está cerrado», pues así lo entenderán hasta los niños de tres años.