POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA (ALICANTE)
Algunas veces me gusta echar mano del refranero para encontrar un título que pueda ser sugestivo, o pueda tener alguna relación con el texto. Así que, para enfrentarse a las dificultades: “grandes remedios”. En este caso, no voy a referirme otra vez a la situación sanitaria o económica que estamos viviendo debido a la pandemia, y que nos limita toda clase de distracción como remedio. Únicamente deseo recordar como en aquel aciago año que hablaba del “ojo y la moscarda” en la anterior “Riá”, alguna diversión que tuvieron nuestros antepasados, en 1798, fue la asistencia a las comedias.
El 29 de marzo de dicho año los socios Manuel Franco de Orihuela y Felipe Bueno, autor, director y tramoyista de la Compañía Cómica que habían formado para actuar en Murcia, Orihuela y Alicante, presentaban la lista de su personal ante Juan de Morales Guzmán y Tovar del Consejo de S.M. e intendente de la Villa de Madrid y su provincia, como juez protector y privativo de los teatros. Su objetivo era que se la aprobasen, ante la circunstancia de que todavía no se habían formado las compañías de comedias de la Corte, y por tanto no se había podido autorizar la suya, lo cual ponían en antecedente a fin de que en el tránsito de Madrid a Murcia, no tuvieran los miembros de la citada compañía ninguna dificultad en su “tourneé”.
Manuel Franco con anterioridad en Madrid actuaba como payaso y había formado una compañía de volatines, y después otra de comedias. También constituyó una compañía de “Máquina Real” dedicada a presentar en los corrales de comedias espectáculos de títeres. Por cierto, recuerdo con agrado el gran espectáculo de este tipo que presencié en el Teatro de Marionetas de Salzburgo, en que se representó la ópera “La flauta mágica” de Wolfgang Amadeus Mozart, con un gran número de muñecos y hasta con fuegos artificiales en el pequeño escenario.
De igual forma, me llamó la atención en uno de mis viajes a Zacatecas (México), la colección de títeres que se exponen en el Museo Rafael Coronel, en el que además de una de las mayores colecciones de máscaras del mundo, se muestran una buena representación de títeres de la Compañía de Rosete Aranda (siglo XIX).
Regresando a Orihuela a finales del siglo XVIII, en el cabildo del 8 de abril de aquel año presidido por Juan de La Carte, coronel de los Reales Ejércitos, gobernador militar y político de Orihuela, se trataba el memorial que Manuel Franco como socio del citado Felipe, datado en la misma fecha, en el que solicitaban autorización para actuar lo que restaba del mes de abril y mayo, volviendo de nuevo en octubre y noviembre, en el “Coliseo que hay proporcionado al efecto” en la ciudad, que había construido, en 1790, por el también director Francisco Baus en la calle Meca, en el solar del murciano Mariano Aguado Martínez, marqués de Campo Hermoso, y que tenía un aforo para ochocientas personas.
Acompañando a la solicitud se adjuntaba una certificación firmada por Manuel Navas escribano de la villa de Madrid, para la protección de comedias, sus autores y representantes, legitimando la lista que habían presentado al corregidor de la citada villa. Sin más trámites fueron autorizados, nombrándose como comisarios para el control de dichas representaciones a los regidores Barceló y Aguilar.
La lista de los actores estaba formada por siete mujeres y once varones. De las primeras, Gertrudis Franco de Orihuela constaba como sobresaliente y de los segundos, también de nuestra ciudad, Joaquín Mored que cantaba, Manuel Franco que actuaba como “barbas” y Santiago Reyes como “gracioso”. El resto de miembros de la compañía procedían: tres de Valladolid, dos de Málaga, dos de Zamora, tres de Madrid y respectivamente, uno de Isla de León (actual San Fernando en la provincia de Cádiz), Cartagena, Valencia y de “los Sitios” (interpretamos que pudieran ser cualquiera de los Reales Sitios de El Escorial, Aranjuez o La Granja de San Ildefonso).
Entre ellos, como primeros actores localizamos a los malagueños Petronila Vega y Francisco Vega. Además se incluían dos apuntadores, el músico y compositor Ignacio Rabassa y un carpintero encargado también de la guardarropía.
Así, esta compañía cómica integrada por veintidós personas cruzaba los caminos de aquella España de finales del siglo XVIII, aportando como remedio la diversión en Orihuela, ante grandes males.
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