POR CARMEN RUIZ-TILVE, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO
La calle de Uría nació, a cordel, como vértice de una ciudad nueva que se basaba en el ferrocarril y en todo lo que ello suponía. A los 926 metros del trazado de Uría, nacido entre prados, hay que añadir el terreno en el que surgió la estación del Norte, al pie del Naranco, en el llamado prado de Sienra. A todo ello se añadió el trazado de Fruela, que llevó la línea recta hasta el ábside de San Isidoro. Uría nació por proyecto de 1868 y Fruela en 1880, y lejos de ser una sola calle, hubo escandalera por el diferente ancho y categoría de las calles, que en Uría era de 16 metros. Con todo, para el fin de siglo, los ovetenses se asomaron boquiabiertos a una calle larguísima, más de un kilómetro, y recta, recta, recta.
Pronto hubo reloj en la estación, como corresponde, y en el otro extremo, en la primera casa de Rosal, que empezó con tienda de ultramarinos, hubo luego, y sigue, la relojería de Solís, que tiene reloj. Por ello ese tramo urbano está entre dos relojes.
Relojes hubo siempre en las torres, con el del Ayuntamiento como referente, el de la catedral como faro y el de la Caja de Ahorros como hermano mayor, de cuando La Escandalera se empeñó en hacerle sombre a la Plaza Mayor.
En lo doméstico, los relojes de pared, como el del abuelito de la canción, no faltaban en ninguna casa, pero el reloj del siglo XX, por encima de la leontina, era el reloj de pulsera. El reloj de pulsera se convirtió en premio a la excelencia para los nuevos bachilleres y el regalo solemne para la jubilación.
El reloj quiere relojero y por toda la ciudad hubo relojerías que ahora están en etapa menguante, con eso de la pila que nos deja inermes cuando le da por agotarse. A veces la minúscula pila, capaz de contaminar un océano, nos abandona y nos hace echar de menos la cuerda.
Toda esto nos recuerda que en Oviedo hay cada vez menos relojerías, calles y calles que fueron relojeras sin ningún relojero, cuando cada cual tenía su relojero de cabecera.
Faltan muchas, con Pedro Álvarez, en Uría, a la cabeza, Alperi, en González del Valle, Faustino Álvarez en Uría. Hubo La Hora Fija en Argüelles y La Hora Oficial en Caveda. Argüelles en El Fontán, Secades en San Antonio, la que fue la platería más antigua de Oviedo. Entre las últimas en caer, Toni, a la que se suma, en este último tiempo Panizo, que ya era centenaria. De entre las que sobreviven Moyano, en Fruela. A la clásica Casaprima, cerrada, le sucede en su local originario de Rosal, que tiene el buen gusto de mantener la decoración, un negocio singular que se dedica a la composición y recomposición de relojes antiguos.
Larga vida a las relojerías de Oviedo, porque la hora es la hora.
Fuente: http://www.lne.es/