POR ALBERTO GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
Durante la feliz década sesenta de la centuria pasada estas páginas dedicaban un área muy interesante a la urbe pacense llamada ‘Vistas de la Ciudad’, que firmaban plumas varias de su plantilla.
Para resaltarla desde la idea de que cualquier reseña acerca de la tierra en que se vive es laudable y bienvenida, estas líneas desean dedicar también la presente entrega a nuestra querida ciudad. Ciudad que según se sabe bien es una de las más destacadas entre las que vigilan y resguardan la línea que separa España de la vecina Lusitania, asendereada en mil batallas y muralla de defensa frente a las más variadas clases de ataques y eventualidades, las muchas veces que sus rivales querían debelarla, rendirla y entrar en ella para saquearla y quedársela.
En la lejana antigüedad ibera fue, según la leyenda, Cívitas Pacis. En la etapa latina, Pax Augusta. Y durante las más de tres centurias y media de naturaleza árabe, Batalius, palabra más tarde cambiada a la que actualmente la llama.
Asentada encima de una altura inmediata al cauce del Guadiana que le sirve de barrera defensiva, y cercada de la alcazaba musulmana más extensa de la que hay señales, erizada de atalayas albarranas y demás defensas, se trata de la que durante largas décadas fue cabeza de la taifa más pujante del Al-Ándalus, y después plaza fuerte siempre decisiva para la primacía de cualesquiera tierras y rutas circundantes.
Entre sus preseas artísticas más representativas resaltan las castrenses, entre las que destacan las murallas abaluartadas erizadas de garitas, adarves, plazas de armas, cuarteles, almacenes y fuertes en avance; la puente vieja de Palmas; las puertas de Palmas, Pilar y Trinidad. Plazas de San Juan, Descalzas, la Cruz y vieja casa de la Audiencia. En la parte eclesiástica hay iglesias, ermitas y capillas callejeras. Y en la espiritual múltiples ramas de frailes y freyras. En la actualidad es la gran ciudad que articula la amplia área que la circunda y la capital natural de Extremadura al margen del intríngulis del papel.
Al llegar aquí pudiera ser que alguien caiga en la cuenta de que las frases precedentes están mal hilvanadas, redactadas de manera extraña en una rara estructura gramatical y sintáctica. Es verdad ya que resulta difícil rematar la peripecia de armar quinientas palabras para adecuar su literalidad a las exigencias igualitarias de la inclusividad sin utilizar ni una vez la cuarta de las letras, la maldita -la que va entre la i y la u- de la media decena de las primeras que las criaturas aprenden en la familia, guardería y enseñanza primaria, a fin de ceñirse a la inclusividad que se trata de hacer tragar.
Para aplicarla hasta cabe pensar seriamente que en adelante esta efemérides se llame ‘La fiera de la selva y la pilastra’, y pida que la atalaya de Espantacanes pase a llamarse de Espantaperras.
Fuente: https://www.hoy.es/