POR FRANCISCO CILLÁN CILLÁN, CRONISTA OFICIAL DE PUERTO DE SANTA CRUZ (CÁCERES)
Amigo Manolo: Aún permanece en mi mesa de trabajo a medio leer tu último libro, La piedra y la Lira. Palacios de Cáceres, prologado por el buen amigo común José Antonio Ramos, que me regalaste y dedicaste, como siempre hacías, con palabras llenas de afectividad, que solían comenzar: “Para mi gran amigo Paco… Está escrito en versos libres, los que tanto te gustaban usar, con los que describes los palacios y casas señoriales de Cáceres. Requiere una sosegada lectura, para no darse un atracón de tantas metáforas y otras muchas figuras literarias, que contiene. En una nota supletoria que escribiste con perfecta caligrafía de artista, que denota la regularidad y constancia de tu persona, como diría un grafólogo, advierte al lector la carencia de fotografías, para dejarle pensar más íntimamente en esos monumentos, que a través de tu pluma se han convertido también en literarios. Y le recuerdas que son “versos llenos de amor por Cáceres”. Tú y yo sabemos el porqué de esa carencia, que sin duda hubiera dado mayor realce al libro, pero que no es necesaria para que contenga el valor descriptivo y poético que en sí tiene.
“Amor por Cáceres” que por otra parte has demostrado a lo largo de tus muchos años de escritor, con la publicación, casi a diario, de centenares de artículos en los dos periódicos de mayor tirada de la ciudad, gran parte de ellos para enjuiciar la actualidad o para darnos una visión exacta de lo que fue Cáceres en el pasado, que sin duda echarán de menos tus numerosos lectores. Pero es en tus libros donde más fielmente has fotografiado a los personajes locales de mayor actualidad. Políticos, profesores, eclesiásticos, pintores, artista en general, hombres de la calle han sido biografiados cariñosamente por tu pluma, sin que repararas esfuerzos por buscar aquello que les caracterizaba y daba realce a la persona, para que la biografía fuera lo más exacta posible.
De esa forma te convertiste en el verdadero cronista de la ciudad, sin dejar de ser docente, profesión a la que me consta que amabas sinceramente. Con la generosidad que te caracterizaba, dedicaste muchas horas para ilustrar a los demás con tus escritos, por pura vocación. Cuando te propuse pertenecer a un consejo de redacción o realizar otra alguna cuestión, que te sacaba fuera de tu quehacer diario, siempre me respondía: “amigo Paco, a mi lo que verdaderamente me gusta es escribir”. Y de eso también puedo dar fe. Eran varios los proyectos que mantenía en tu mente, aún joven, como me confirmaste en la última reunión que tuvimos a finales de mayo, que desde hace muchos años manteníamos con la periodicidad no mayor de un mes, a veces junto con otros compañeros, interesados en estos temas. Lamentablemente, mi ausencia casi continua de la capital durante el verano las interrumpieron.
Amigo Manolo, te has ido en el fulgor del verano, cuando más brillaba tu producción de escritor, no has esperado a la reunión que pospusimos para último de septiembre, porque lo tuyo no era el otoño literario. Donde quieras que estés, sepas que siempre te tendré en mi memoria.