POR MARÍA TERESA MURCIA, CRONISTA OFICIAL DE FRAILES (JAÉN)
Los antiguos lavaderos, además de un sitio de trabajo, eran puntos de encuentro y de tertulia para las mujeres del lugar. Un universo propio, un espacio heredado, de madres a hijas a lo largo del tiempo. Las mujeres, allí reunidas, cantaban, contaban historias y se ponían al día de los sucesos de la vida cotidiana y, porque no, también provocaban a su vez nuevos acontecimientos en la vida de la comunidad, como ya dijo Saramago “las conversaciones de las mujeres mueven el mundo”.
Las mujeres se reunían a lavar la ropa a la orilla de un río, un arroyo, en las acequias, pozos o en las fuentes, ya que en las casas no había agua corriente. Salían por la mañana y en más de una ocasión pasaban allí casi todo el día. Llegaban andando desde sus casas acarreando sus barreños de ropa sucia. Si lavaban directamente en el río o arroyo solían llevar una tabla llamada losa con adornos y hendiduras que facilitaban el restregado de la ropa, el jabón utilizado era hecho en casa con sosa y grasa, normalmente de cerdo, la que sobraba de la matanza. El jabón elaborado así, artesanalmente, se guardaba en una caja de madera cortado en piezas cuadradas y rectangulares. Muchas veces, después de enjabonar la ropa, la tendían al sol, para que blanquease, la dejaban allí hasta el día siguiente, y entonces se aclaraba y se llevaba a casa.
En los lavaderos más antiguos, las mujeres lavaban de rodillas, con el tiempo se construyeron de forma que se pudiese lavar de pie, para que fuera mas llevadero. Había mujeres que trabajaban como lavanderas, ya que el lavado a mano era una faena muy dura, especialmente en invierno cuando el agua estaba muy fría.
Las culturas agrarias se asentaron tradicionalmente cerca o en las inmediaciones de un suministro de agua, es decir se encontraban íntimamente ligadas a la presencia de un abastecimiento de tan preciado y necesario elemento para la pervivencia y desarrollo de los pueblos. Conforme éstos se fueron transformando en sociedades más desarrolladas y complejas, los usos del agua se fueron diversificando y especializándose, diferenciado entre el uso agrícola y el consumo huma no en sus diferentes variables.
Las fuentes públicas fueron una estampa entrañable tanto en pueblos como en ciudades la del ama de casa talluda o la mocita casadera que con el cántaro en el cuadril o sobre la cabeza se acercaba a la fuente pública más cercana para proveerse del agua suficiente para beber o guisar en el hogar. Cántaros de barro moldeados a mano que poseían la singularidad de mantener fresca el agua, y desde luego, con la pureza pertinente para salvaguardar la salud del consumidor. Los alrededores de las fuentes públicas constituyeron lugares de encuentros, así como de charlas anodinas pero cargadas de resonancias propias del terruño. Pero también junto a los caños del prístino elemento procedente de fecundos manantiales de las cercanas alturas montuosas ¡cuántas amistades se afirmaron y cuántos noviazgos se iniciaron que no pocas veces terminaron en casorios! Caños, que en algunas partes de nuestra Andalucía profunda, reciben el epíteto de santos, quizás por la pureza de las aguas que de ellos manan. Lugares de encuentro para el noviazgo.
FUENTE: http://cronistafrailes.es/lavaderos-y-fuentes-publicas-espacios-femeninos?fbclid=IwAR19kC7Ec_xxTFOdCSJf6CnrQcb-n775DZOF939-6VU8eefrQivwW4_BCpk