POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVA (ASTURIAS)
Una vecina tardó en abrirme la puerta de su casa porque no encontraba la peluca. Tengo amigos que cuando llegan a su sofá se ponen pijama y zapatillas, se quitan la dentadura y si alguien llega a visitarlos han de cambiarse de ropa, ponerse los mocasines y toda la pesca. En realidad, las personas tenemos dos caras: una, nuestra intimidad, entregada a la vida muelle, y otra en perfecto estado de revista, para la galería y las visitas. En cambio, mi padre (dejadme honrarle en su 101 cumpleaños), ya octogenario, en su propia casa vestía de domingo, como si en cualquier momento fueran a hacerle un homenaje; de hecho, falleció en traje y corbata un 31 de diciembre, listo para el gran viaje. Ni en su aspecto ni en su introspecto tenía cara B; guapo, elegante, bueno y generoso a tiempo completo; de ahí la puerta sin cerradura ni picaporte en su domicilio: para entrar a verlo bastaba con empujarla; como el portal de Belén.
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