POR JUAN ANTONIO ALONSO RESALT, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE LEGANÉS (MADRID)
Hace tan solo unos días leía, con cierta atención, en una página Web dedicada a los ex alumnos salesianos de Puertollano (Ciudad Real) que se hablaba del antiguo seminario-aspirantazgo de ‘EL BONAL’, y que alguien preguntaba por no recordarlo, como era y porque se había dejado de utilizar por parte de los salesianos. E igualmente se preguntaban por el monumento olvidado que cercano a la casa de labranza y seminario se dedicaba a María Auxiliadora, y se había abandonado en medio de un campo de siembra.
En esa finca de aspirantes a seminaristas estuve en los años sesenta en plena efervescencia de las vocaciones religiosas salesianas y por ciertas “necesidades familiares económicas” que sufrían las familias con muchos hijos por una buena educación de los más pequeños.
De la mano del reverendo salesiano don Vicente Ríos, amigo de estudios religiosos en el colegio de Teología de Mohernando (Guadalajara) de mi padre, Vicente Alonso Núñez, acabé un día, y de la mano de mi madre, haciendo unas pruebas escolares de admisión en los Colegios de los Salesianos de Carabanchel Alto, de Estrecho y del Paseo Extremadura, como he apuntado antes, mi madre Purificación Resalt Ballesta, me llevó a Carabanchel donde conocí al cura mas bueno de la congregación salesiana como era Don José Luis Marcillan.
Don José Luis fue el director de otros grandes colegios de la Orden en el centro de España, era en esa época del esplendor por la obra salesiana, por lo que fue el director del colegio del Paseo Extremadura, más tarde el confesor de los alumnos del centro y para siempre, acompañado de su bastoncillo, la viva imagen de uno de los sacerdotes más humanos que he conocido nunca.
Antiguo director de los colegios salesianos de la prefectura de Madrid o Castilla la Mancha, responsable de organismos salesianos como el Filosofado de Mohernando (Guadalajara) fue siempre muy querido y respetado por compañeros y alumnos hasta su muerte.
Supere, personalmente con buenas notas las pruebas de acceso al seminario y un buen día, con un buen número de desconocidos compañeros, cada uno de su padre y de su madre y de distintos puntos de la geografía española, viaje en autobús desde la Ronda de Atocha en Madrid con apenas diez años de edad, hasta la Finca de ‘El Bonal’ en Ciudad Real, donde ya estaban asentados y preparados para recibirnos nuestros tutores y maestros salesianos, unos sacerdotes y otros coadjutores.
‘El Bonal’ una remota finca ubicada ésta a las afueras de Puertollano en Ciudad Real, allí iniciamos los estudios religiosos de primero de bachillerato y de aspirante en la congregación religiosa de San Juan Bosco, Santo Domingo Savio, San Francisco de Sales y Mama Margarita mas de 300 chiquillos, ataviados con un sencillo guardapolvos oscuro, un montón de libros y de cosas que aprender y los ajillos y el corazón asustados.
La finca que tenía una entrada por la estrecha carretera que venía de las refinerías de Puertollano, tenía un zócalo de ladrillos muy vistoso y casi cien árboles a los dos lados del camino de entrada a la gran edificación (eso me parecía a mi), era una posesión hasta los años sesenta de una familia noble y tenia en las paredes blasones. Finca que fue cedida o donada por esa familia de Doña Concepción Narváez Ulloa a la familia salesiana.
Fue la dueña Doña Concha Narváez y Ulloa del Águila y Calderón, marquesa viuda de Álava y vizcondesa viuda de Casa Blanca. Casada con Don Narciso de Zulueta y Martos (1888-1973), III vizconde de Casablanca, y III marqués de Álava.
Los salesianos apenas habían podido cambiar cuatro cosas de las amplias edificaciones de los Zulueta Narváez para poder dedicar los antiguos comedores, estancias pasillos y habitaciones a instalaciones para dar clases de bachillerato, hacer un largo dormitorio con muchas camas y mesillas de noche de hierro para cientos de chicos, habilitar una capilla con su órgano musical, crear unas cocinas para el coadjutor Don Primitivo, (el cocinero) y para preparar hasta un pequeño teatro donde representábamos de vez en cuando obras teatrales de Don Pedro Muñoz Seca.’Don Mendo’ o zarzuelas como ‘La Gran Vía’ y conciertillos del coro del seminario de San Juan Bosco.
Una sirena que se accionada manualmente a la puerta de la finca, era el reloj que medía los horarios de los mas de trescientos chiquillos que allí había internados para estudiar, para conseguir ser algo en la vida. Y olvidar, por ordenes expresas, a la familia porque de allí no se salía ni los fines de semana, ni en Semana Santa, ni en vacaciones de verano o Navidad y para, los más pequeños como yo “llorar lo menos posible” por la lejanía y el recuerdo de la familia que vivía a mas de 300 kilómetros en el barrio de Campamento en Madrid.
Los estudios, los actos religiosos, (había que ir a misa a diario), el coro, las obras de reparación de la finca, la recogida de las cosechas en verano, y las fiestas en general, o la bicicleta para ir a llamar al médico del pueblo más cercano, era lo cotidiano.
Pase unos años, de mi infancia, agradables, y duros y a la vez entrañables. Los curas se hacían “férreamente” respetar y ordenaban la vida de varios cientos de niños llegados allí de toda España con la intención o no de llegar a ser salesianos.
Era una ardua tarea. Don Andrés Marcos, Don Primitivo, don Agustín Hernández Portal, Don Anselmo Blanco, este era el director, (nació en Guardo, y se hizo misionero en Guinea). Los salesianos nos enseñaban a estudiar, aprender matemáticas, traducir latín o griego, a leer en público, a comportarse, y hasta nos enseñaban a algunos a nadar en una poza cercana al monumento de la Virgen de los salesianos, María Auxiliadora.
¿Por qué tenían los salesianos una finca (Seminario) en medio del campo?
El día 7 de marzo de 1958, y siendo padre provincial de los salesianos en la zona centro de España, Don Alejandro Vicente, pidió la orden religiosa al entonces obispo de la Diócesis de Ciudad Real, Juan Hervás y Benet que les concediese una licencia para abrir una finca ‘El Bonal’ situada en la carretera de Puertollano a Calzada de Calatrava, para abrir una escuela agraria que se le denominaría ‘San Juan Bosco’ que había sido promovida por una Fundación y a iniciativa de una dama de alto poder adquisitivo como era Doña Concepción Narváez Ulloa.
Esa finca ‘El Bonal’ hasta con sus escudos nobiliarios y cuadros de los dueños por las paredes se dedicó a colegio de aspirantes a seminario de la orden salesiano de San Juan Bosco.
Concedida la licencia de la diócesis el día 2 de abril de 1959, hay que significar que sus buenas condiciones permitieron durante pocos años que en esa finca funcionara como aspirantazo de la congregación salesiana entre los años 1966 y 1968, época en la que yo estuve junto con un buen número de amigos y compañeros, que más tarde, éramos trasladados tras aprobar los cursos de primero y segundo de bachillerato hasta la localidad abulense de Arévalo.
Una escultura de María Auxiliadora, patrona de los salesianos y San Juan Bosco, en medio del campo.
Precisamente en la finca de ‘El Bonal’ cerca de una poza que se usaba para el riego de varias huertas cercanas y que estaba alejada de esa casa “señorial” que se había convertido en un colegio “agrícola” preparado para un buen número de aspirantes, (que axial nos llamaban los maestros salesianos), se levantó con cemento, ladrillos y hierros hacía principios de los años sesenta del pasado siglo XX , un monumento dedicado a María Auxiliadora, la Virgen de los que somos salesianos, debido a la imaginación y las manos del también escultor y padre salesiano Enrique Herencia, que consistía según las fotos que aporto y que guarde de esa época, de un relieve de la Virgen sobre una base pétrea y un largo obislisco que apunta al cielo y que se remataba con una estrella.
Dicho sea de paso, no está estudiada esta obra del escultor salesiano Enrique Herencia porque al abandonar los salesianos esta institución en medio del campo en la década de los sesenta, allí creo que ha quedado abandonado el monumento a la Virgen Auxiliadora, situado entre hierbas, rastrojos y árboles, porque no se concibió como una escultura urbana.
Como he comentado, los salesianos tras terminar los cursos correspondientes de bachillerato, nos mandaron a los seminaristas a otro lugar, ya en tierras de Isabel I, a Arévalo. Pero esa es otra historia que escribiré en otra ocasión. He vuelto un par de veces a ese lugar, esa finca enorme en la que sufrí por la ausencia de mi familia, en la que hice amigos que me han durado muchos años, en la que conocí como se puede vivir lejos de casa y donde comencé a labrarme el futuro que ahora disfruto.
Las matemáticas, la lengua, el latín, el griego , el teatro, la disciplina , el orden, la lectura, la literatura, los paseos hasta la cima del monte cercano donde colocamos una enorme cruz, las nevadas, los calores, los rosarios de la aurora, las procesiones por el campo, mis compañero, la música y el coro, las misas diarias, el desayuno con un trozo de pan, las castañas de Noviembre, las actividades religiosas, y mis ganas de vivir, me comenzaron a hacer como soy.
Incluso de esa época de los años sesenta del siglo pasado y de ese seminario agrícola de ‘El Bonal’ tengo un dedo, el meñique de la mano izquierda roto, por correr con un cubo de hierro lleno de agua para intentar apagar un fuego que se había producido en un pajar y sufrir un accidente.
Y de esa época, igualmente llevo gafas. Sentí desde que llegue en aquel autobús que nos llevó desde el colegio de Carabanchel Alto con fuerte dolor de cabeza que no se disipaba, con los meses, por lo que un día, me trasladaron en el Land Rower de uso diario, color café con leche, a Puertollano, a un oftalmólogo y un óptico, donde me detectaron varias dioptrías de hipermetropía en el ojo derecho y otras varias dioptrías de astigmatismo en el ojo izquierdo.
Alguien, sería, probablemente Don Andrés Marcos, quien me eligió un modelo extrañísimo y feo de una gafas y desde entonces, entré como los que llevaban gafas en el club de los gafotas. Dentro del grupo de amigos con lente que conmigo hicieron ese trozo del viaje por la vida dentro de las instalaciones salesianas en el campo de “El Bonal”.
Recuerdo de esos años muchas cosas, una bicicleta con la que me trasportaba hasta Calatrava o el pueblecito de Fuenlabrada de los Montes para avisar al médico, una fuente de agua mineral que había en la carretera de agua ferrominosa, las nevadas de esos años, y las batallas a bolazos, la recogida de las cosechas de garbanzos y girasoles que las hacías con unos guantes especiales como eran nuestros calcetines, las excursiones al pantano de Cijara, a Despeñaperros todos metidos en el remolque de un tractor de labranza. Y la primera vez que vi a una persona fallecida, como fue el de asistir a las exequias funerarias y religiosas de uno de los salesianos mayores que allí vivía y que falleció en los años sesenta.