POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Tras la llegada de Alfonso XII a Madrid, la villa de Lobón afrontaba una plaga de langosta, para la que se elegía entre los mayores contribuyentes una Junta Municipal con la finalidad de extinguirla. Las tierras más afectadas fueron, entre otras, las de Las Cortecillas, cordel de Merinas, La Rabuda, Pedro Franco, Novilleros, Trasquila y Queserillas. Preocupaba a las autoridades locales la necesidad de una farmacia. Al ofrecimiento del farmacéutico de Puebla de la Calzada, Francisco Yerto, se unió el de Hipólito Gragera, licenciado en farmacia, natural de La Garrovilla. Las autoridades se decantarían por este último, quien percibiría del Ayuntamiento 2.000 reales por residencia y 1.000 reales por asistencia de medicina para los pobres. Trabajo no le iba a faltar porque a comienzos del mes de agosto fallece a la edad de siete años, Juan Antonio Rodríguez, hijo de Francisco Rodríguez y Rafaela Martínez: “falleció el 5 de agosto a los ocho de la mañana de viruela. Según certificación del facultativo se le hizo entierro de caridad”.
La epidemia de viruelas atacó con mayor virulencia durante los meses de octubre, noviembre y diciembre. Incluso en el mes de enero de 1876 se registran tres fallecimientos. El total de fallecidos a causa de la viruela fueron 31, el 31,91% sobre el total de defunciones, que en el año 1875 fueron 94. De los 31 fallecidos, 21 de ellos fueron párvulos, aunque también penetró en los adultos: “María Gómez, casada con Luis Trinidad de treinta y seis años. Falleció a causa de la viruela”.
La epidemia de la viruela no solo produce graves consecuencias en la población, sino que es transportada por los transeúntes “José Silva, párvulo de un único mes, hijo de Agustín e Isabel Suárez, gitanos transeúntes. Falleció a las nueve de la mañana de la viruela”. En la sesión del 5 de diciembre, la Corporación Municipal aborda el problema “que por virtud de la epidemia virolosa que ha reinado en la población, el Cementerio público se ha llenado de cadáveres, en término que no hay punto bacante donde hacer los enterramientos y por consiguiente es de necesidad ampliarlo para remediar este mal”. Las autoridades dieron esta solución: “Conociendo la urgencia que este servicio reclama, acuerdan que desde luego se proceda a verificar dicha obra a jornal y en concejadas por parte de los vecinos en proporción de haberes en el arrimo de materiales, quedando encargado de su inspección todo el Ayuntamiento día en pos de día a fin de que los vecinos contribuyan con lo que le correspondan, y que el Maestro y peones activen la obra para su pronta terminación pagándose todo de los fondos que están destinados para este efecto”.
La epidemia de viruelas, en sus últimos coletazos, se llevó la vida del presbítero, teniente de cura, Cristóbal Martín Lozano, fallecido a consecuencia de viruelas concluyentes. Era hijo de Lorenzo Martín Barrena y Leonor Lozano, vivió en la calle Derecha con su madre, ya viuda. Su padre ocupó varios cargos municipales. Fue alcalde durante la Guerra de la Independencia, bajo el régimen absolutista de Fernando VII, Mayordomo de Propios y de la Virgen de los Remedios. Cristóbal Martín Lozano falleció el 3 de enero de 1876 cuando tenía cuarenta y ochos. El cura Cristóbal Martín se acarreó el odio de sus paisanos al ponerse en contra del pronunciamiento de La Gloriosa (octubre de 1868).
Los últimos días de 1913 también se vieron amenazados por la posible aparición de una epidemia de viruelas, pues así lo previno la Corporación Municipal: “Acordaron con cargo al capítulo de imprevistos, se satisfaga al médico titular veinte pesetas por la vacuna que adquirió para preservar al pueblo de la viruela”.