POR JOSÉ MARÍA FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
A mi, que ya soy viejo, esto de la modernidad y de la globalización me resulta, a más de cursi, una clara manifestación de la ignorancia; al menos, en el uso del lenguaje.
Recuerdo, porque la tengo, la cita de Fray Juan de Pineda, siglo XVII, cuando dice aquello de «Agora puedes decir lo que quieres, que no uso de circunferencia, antes hablo PAN POR PAN Y VINO POR VINO, al uso de mi tierra».
Se está perdiendo el habla «al uso de mi tierra»; de nuestra tierra. Nos invade la pandemia de SEM (Speech English Malady) y poco a poco gana terreno el idioma del Kito Kaka (barrendero, en japonés) y del ¡Yhhh, Ya Ta! o eyaculación precoz (en el mismo idioma).
Ayer, un buen amigo colungués visitante en FITUR, me sorprendió con una foto y texto del menú-cena que se sirvió en una de los estands de la Feria; concretamente en el madrileño.
El primer plato consistía en un TATAKI DE PEZ LIMÓN.
¡Madre del Amor Hermoso!, exclamé.
Estos madrileños, pregoneros del cocido, de las rosquillas de la Tía Javiera, de los callos, de las judías a lo Tío Lucas… ¿sabrán lo que es el TATAKI?
¿Sabrán que esa técnica culinaria, inventada para comer el pescado crudo sin que se vea como tal, fue inventada en la región japonesa de Tosa (al tataki también se le llama «tosa-mi») al ver cómo los europeos, en Nagasaki, asaban los chuletones a la brasa o a la plancha.
¡Coña!.- Dejémonos de «tatakis» y llamemos a las cosas por el nombre de nuestra tierra: ¡Ventresca de bonito a la plancha! , ¡Tronco de atún a la parrilla! o ¡¡ Besugo a la espalda!! como lo preparan en Lastres.
No se, pero me parece que lo del tataki tiene origen llastrín en el dicho: «¡Manín, tate p´aquí pa tomar un daqué!!
Amigos míos. Estamos en fríos invernales y en tiempos de gripes. La medicina árabe, explicada muy bien en el Kitab-al Wissad , de Ibn Wafid (el famoso Abenguefit de Toledo), siglo XI , aconseja para estos casos un caldo caliente de gallina negra, joven y afónica.
Nosotros vamos a traducirlo a una «sopina de fideos» acompañada de un «fervidillo de vino blanco», pues como decía un aguador madrileño, acatarrado:
Buena es el agua, pero mejor es el vino;
y si el agua es de fuente cristalina y clara,
mejor es el vino que el agua.
Así es nuestra sopa:
Con carcasas de pollo, un hueso de vacuno (de los de cañada), un trozo de jamón con su tocino y un trozo de costilla, se hace un caldo en una cocción lenta y prolongada. Se cuela y en él cuecen fideos finos, sazonando con sal y coloreando con azafrán «de verdad».
Se escogen las carnes y, picadas en fino, se suman a la sopa.
En el momento de servir, muy caliente, se agrega huevo duro picado y, si gusta, curruscos de pan fritos.
A esta sopa la compaña un vino blanco castellano, caliente.
Yo, el vino lo añado a la sopa y digo con sorna que, de este modo, «la adultero pecaminosamente».
Recuerden esta copla:
Siete virtudes tiene la sopa:
nunca es cara y sed da poca.
Hace dormir
y digerir.
Siempre variada, nunca enfada
y pone la cara colorada.